“Presentación de Relatos del Capitán Yáber” por Federico Zurita Hecht

Como uno de los cinco autores del libro Relatos del Capitán Yáber (junto a Simón Pablo Espinosa, Simón Ergas, Daniel Campusano y Lord Byron Watsabro), lo que aquí diga va a parecer teñido, tal vez, de intenciones que los cinco autores pudimos tener al escribir y que probablemente se conversaron tangencialmente cuando nos reunimos a pensar cuál sería la dirección de este libro surgido de la mente de Simón Ergas y Nicolás Leyton. No busco, sin embargo, fijar de forma paternalista las interpretaciones de los potenciales lectores de este libro.

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“Juventud sin épica, juventud rebelde” por Juan Rodríguez en El Mercurio

Con 24 años, la chilena Constanza Gutiérrez publica su primera novela, “Incompetentes”, el retrato de un grupo de adolescentes, no triunfadores, durante la toma de su colegio.  
Juan Rodríguez M. Si el éxito, el triunfo, el emprendimiento, el activismo son el imperativo social; la resistencia a ese orden, el disturbio, la subversión, ¿no debería habitar en el fracaso, la apatía, la incompetencia, en la inutilidad? ¿O personas así solo serían desechos de la civilización? ¿Restos? ¿Pruebas del triunfo del “sistema”?

Constanza Gutiérrez es chilena, chilota, licenciada en Literatura, tiene 24 años, en 2011 ganó el Premio Roberto Bolaño con su cuento “Arizona”, y en 2013 -con otro relato, “Las cinco de la tarde en algún lado”- el Primer Concurso Literario sobre la Ilegalidad de la Marihuana en Chile. Ahora publica su primera novela, “Incompetentes” (La Pollera), elogiada por críticos como Rodrigo Pinto -“es una demostración de que se puede escribir bien, con naturalidad y cuidado, sin innecesarios alardes metaliterarios”- y escritores como Diego Zúñiga. En ella pone en escena, precisamente, a un grupo de inútiles, o de “incompetentes”, como anuncia el título.

¿A qué escritores se siente cercana? Nunca lo ha pensado, dice -“supongo que porque aún no logro pensar en mí como ‘escritora'”-, pero sí tiene claro que admira a Alejandro Zambra -“mucho, mucho”-, a Diego Zúñiga, Juan Pablo Roncone, Daniel Villalobos -“su libro ‘Sur’ me gustó un montón”-. “También a León Álamos, que hace poco publicó un libro de cuentos llamado ‘Discocamping'”. Además de las letras de cantautores como Alex Anwandter y Milton Mahan.

Sin compromisos

A pesar de que “Incompetentes” está situado en una toma, lo que rige a los estudiantes es el desinterés: por las asambleas, por el futuro, por la comida que se preparan. La narradora y protagonista es Laura, quien nos habla de ella, de sus compañeros y de un día a día ajeno a toda épica o entusiasmo; ajeno, también, a toda presencia adulta.

¿Qué es lo que provoca esa desafección? “En realidad, la toma de los niños del libro no tiene nada que ver con compromisos políticos”, explica Gutiérrez. “El colegio es uno de esos que recibe a los expulsados de otros y los protagonistas no están interesados en hacer valer ningún derecho, solo se aprovecharon del pánico, de que otros alumnos, en otros colegios, lo estaban haciendo. Querían un lugar para esconderse del resto, nada más, y las ganas de ocultarse vienen de que nadie los tome en cuenta. Si nadie te quiere aceptar en un club, con el tiempo puedes generar cierto orgullo marginal y no querer ver a sus miembros nunca más. Eso es”.

Unas palabras de Laura definen, quizá, la atmósfera: “Al final, y por mucho que uno se queje, se abraza la miseria como se abraza cualquier cosa en la que hayamos sido criados: por la fuerza de la costumbre”. Una visión que Gutiérrez no comparte “para nada”. “Sí creo que es difícil desasirse de cosas con las que te machacaron desde niño -a eso se refería el fragmento, a la manera en que te educaron- y que desaprender es un proceso bastante largo y difícil”.

– ¿Qué deberían desaprender los personajes de tu novela?

“Bueno, son varios personajes. Son distintos. En general, estaría bueno que supieran que el colegio da lo mismo y que sacarse malas notas no dice nada de ellos más que el hecho de que no están preocupados por eso. Pero seguro lo saben, por algo se encerraron. Los que no lo saben son sus papás y sus profes”.

“José Edwards, escritor en la penumbra”. Por Mario Valdovinos para Artes y Letras.

La Pollera Ediciones recupera la obra de este autor de la generación del 38, quien en su escritura incorporó la duda metafísica, la crítica social, la ironía, la fantasía.  
Mario Valdovinos José Edwards era un arquitecto y su secreta pasión, la literatura. Cultivó los géneros del cuento, el ensayo, el teatro, el diario íntimo y el más paradojal de todos: el bajo perfil, el escritor en la penumbra, el autor inédito, tal vez con la esperanza de ser, en los años futuros, un escritor de culto. Vivió solo sesenta años y las fechas de nacimiento y muerte, 1910-1970, aparecen con la meticulosidad de un plano arquitectónico. Mantuvo amistad con Eduardo Anguita, quien lo estimuló y elogió; fue un autor treintaiochista, pero fuera de catálogo. Un fantasma de la generación de Manuel Rojas, Carlos Droguett, Volodia Teitelboim.

En su obra teatral Post Mortem , José Edwards construye una farsa sobre la otra vida. ¿Están fallecidos todos los personajes? Aparecen en su obra las dimensiones del teatro de la segunda mitad del siglo pasado, el esperpento, el absurdo, el existencialismo como tinglado filosófico del otro tinglado, el de la farsa, donde se mueven los personajes, Adán I y Adán II, disputándose a Eva, una mujer conservadora que anhela familia e hijos. La obra contrapone en su conflicto corrientes políticas e ideológicas: capitalismo/ socialismo, dictadura/democracia, empirismo/ racionalismo, ironizando todo. Si bien no llegó a estrenar su teatro, la ironía parece ser su mejor arma dramática.

En los cuentos de La imposible ruptura del señor espejo , fuera de las sugerentes ilustraciones de Rafael Edwards, su hijo, que preceden cada fragmento, destacan los relatos “Consultorio sentimental”, donde Stella Maris escribe una carta al profesor Rabindranath Mardones, pues necesita consejos ya que su amado Cristián no corta aún el cordón umbilical; “Orgía en el subterráneo”, en el que el señor Anubis le encarga al sastre Osiris Fuentes una serie de fracs para una celebración mortuoria, en el mausoleo de la familia Archipiélago; y “El hombre del sillón”, tal vez el más significativo en la línea narrativa que cultivó Edwards, empujado por el absurdo y el existencialismo, el narrador de la historia pasa todos los días en bus frente a una ventana abierta donde ve a un hombre sentado. Cuando ya no lo vea pasará a formar parte de sus sueños. El relato tiene una atmósfera kafkiana y recuerda paralelamente la cuentística de Juan Emar. “Post Data” es una declaración de principios, un arte poética, además de un alegato dirigido a Cristo por la recuperación de todo lo perdido.

En el volumen de ensayos Invitación al desorden , encontramos las secciones: I. Mitologías, donde destaca “El caos”: el universo dividido en amor, desamor y desorden, es tironeado por aquello que lo rige, el azar; II. Ensayos: en “A propósito del amor”, la tesis es que el amor se alimenta de su fracaso, de la constante imposibilidad de alcanzar su objetivo; y en “Carta cerrada”, dirige una epístola al demonio, residente en el infierno, con el propósito de esperar una respuesta, pues el coludo lo sabe, está dentro de todos; III. Diario íntimo, escrito entre 1965 y 1969, sus temas son: mitología, filosofía, historia, literatura, Sartre, Dostoievski, Mohomed Alí, la paz, el paraíso, la fe.

José Edwards dibujó con su confidencial y extensa obra una cartografía de su existencia, la escritura callada pero no desvaída de una bitácora. Usó las armas de su tiempo, la duda metafísica, la crítica social, la ironía, la fantasía. Pero prefirió permanecer en el anonimato. Los volúmenes publicados ahora por La Pollera Ediciones prueban que fue un error. Y le otorgan un gran valor a este rescate.

José Edwards fue un autor treintaiochista, pero fuera de catálogo.

“Edwards, el bueno” por Diego Zúñga para Revista Qué Pasa

En la historia secreta de la literatura latinoamericana, ésa donde encontramos a autores como Felisberto Hernández, Pablo Palacio, Macedonio Fernández, Francisco Tario y Juan Emar, debemos agregar otro nombre: el chileno José Edwards (1910-1970).Escribió cuentos, ensayos, obras de teatro, pero nunca publicó en vida. Años después, Eduardo Anguita preparó una antología de sus cuentos y ahora se editan todos sus relatos en La imposible ruptura del señor Espejo y otros cuentos (La Pollera Ediciones). Y no queda más que leer a Edwards y sorprenderse con su mundo -injustamente olvidado-, lleno de personajes excéntricos, aquejados por las grandes dudas existenciales, graciosísimos, como vemos en ese relato donde Dios le envía una carta al director del diario La Nación para hablar de su supuesta muerte, o el cuento que protagoniza Don Fermín Urrutizárragurenetchecoetchea, un hombre cuyo apellido ininteligible le trae demasiados problemas. Disfruten los cuentos de Edwards. Se van a reír muchísimo. Y tranquilos, no tienen nada que ver con los aburridos libros de Jorge Edwards.

“Un mago del talento difuso” por Juan Guillermo Tejeda para Las Últimas Noticias.

José Edwards, Pepe Edwards para sus amigos, fue parte de una generación, de una red, de una tribu cultural, pero curiosamente no para hacer negocios creativos ni para triunfar en los circuitos artísticos, sino como un modo de ser, como una manera de estar. Arquitecto de unas pocas casas maravillosas, fue amigo intelectual de Eduardo Anguita, de Enrique Araya y también de mi padre, Juan Tejeda. Escribía, aunque no para publicar. Tenía talento, pero le hubiera parecido humillante triunfar. Acaban de publicar un volumen con sus cuentos, 42 años después de sus muerte.

En aquellos años, los sesenta, los escritores chilenos humedecían conversaciones entre bares y veladas caseras, donde había poco que comer, algo más que beber, y un ambiente cálido de risas y performances. Lo propio, lo señorial, era un trato displicente con el éxito. Eran –lo recuerdo por haberlo visto de niño– seres cultivados, lectores de Dostoiewski, de Thomas Mann, de Sartre, de Hölderlin, apasionados de la Librería Francesa, asiduos a los conciertos de la Sinfónica, clientes de Il Bosco, aficionados al teatro, que en esos años había en Chile al menos dos grandes compañías estables. Un Santiago bohemio que recuerdo yo en blanco y negro, con algo vital, humorístico y al mismo tiempo tristón corriendo por las venas.

Empezaban entonces a asomar los escritores que sí habían decidido imponer sus nombres en el firmamento universal de todos los tiempos, y es así como José Donoso se organizó viajes a Estados Unidos y Jorge Edwards se hizo diplomático de altura. Ellos fueron precursores del neoliberalismo intelectual. Tenían, además del talento y el oficio, una voluntad que a Pepe Edwards o a Juan Tejeda o a Enrique Araya les parecía fatigante. Pero probablemente habían sido Neruda o la Mistral, más esforzados, los primeros globalizados.

Pepe Edwards era un mago del talento difuso, del genio existencial, de ese arte tenue y subterráneo de los chilenos que nada tiene que ver con los diez más vendidos ni con los cien más famosos. La ambición de Anguita, que la tenía, era de carácter cósmico más que local, y lo que sentía merecer era, como mínimo, el Premio Nobel, que se lo merecía. Juan Tejeda fue más bien un Voltaire, un aficionado a todo, un humanista de la variedad creativa.

Alternaban sus vocaciones artísticas con empleos donde cobraban poco por trabajar casi nada, que así eran las cosas, y vivían con sus familias estando y no estando en ellas. Y uno los ama, y los cultiva, porque de ahí venimos y, en el fondo, eso somos: personajes desconcertados por haber nacido, por tener que morir, y todo eso, además, en un país geográficamente absurdo.

Pepe Edwards cultivaba ese arte tenue y subterráneo de los chilenos que nada tiene que ver con los diez más vendidos ni con los cien más famosos.

 

“Rescatan la obra de José Edwards, el escritor más tímido de Chile”. Por Jazmín Lolas para Las Últimas Noticias.

“¿A dónde vamos? ¿A dónde voy YO? A dónde van ustedes, lectores, me importa menos. Por lo que yo sé, a lo mejor ustedes no existen”, escribe José Edwards en “La jaula”, un relato inédito incluido en una antología de sus cuentos que será presentada esta tarde en la Biblioteca Nacional.

Además de curioso, el párrafo es doblemente revelador. Refleja el estado en el que permaneció la obra del autor chileno antes de su muerte -escribía, pero no publicaba y, por lo tanto, lectores propiamente no tenía- y habla además de los grandes temas que recorren en su trabajo literario: el escepticismo y el desasosiego.

Integrada por 28 cuentos (la mayoría inéditos), la compilación que se lanza hoy -bajo el título La imposible ruptura del señor Espejo- es parte de un proyecto de La Pollera Ediciones destinado a rescatar su excéntrica y sorprendente producción, en la que también se encuentran ensayos y obras de teatro (ver recuadro).

Si bien estudió arquitectura y se ganaba la vida ejerciendo esa profesión, José Edwards, nacido en 1910, se involucró estrechamente con los autores de la generación del 38, entre ellos Eduardo Anguita, y escribía con perseverancia.

“Siempre fue parte del ambiente literario y participaba en tertulias y comidas. Era reconocido por su sentido del humor, aunque también tenía su lado serio: según me han contado, si alguien le caía mal, lo mandaba a la cresta sin problemas”, comenta Simón Ergas, coeditor de la antología junto a Nicolás Leyton.

Ergas cuenta que Edwards empezó a escribir tardíamente, a los 40 años. Y que su gran motivación fue desahogarse de su tensión con la existencia, sobre la que se cuestionaba obsesivamente y para la que no eran suficientes las respuestas del catolicismo, su religión.

“Escribía solo, en su casa, y para él mismo. Era tímido y por eso no publicaba. Pero era un narrador muy talentoso y con mucha coherencia. Revisando su material, nos dimos cuenta de que no escribía al voleo, sino que estaba en una búsqueda, tratando de responder lo que nadie ha respondido. Por eso sus relatos siempre tienen desenlaces absurdos”, dice el editor.

De las historias que ofrece el volumen, diez fueron publicadas de manera póstuma en 1974 -cuatro años después de la muerte del escritor-, bajo el título Post data y con prólogo de Eduardo Anguita.

Entre ellas se encuentra “La peluca”, narración protagonizada por Vicente Primerovsky y Vicente Segundovich, empleados de una farmacia que se ven envueltos en una delirante experiencia de confusión de identidades.

“Escritor póstumo: ¿Quién es José Edwards?”. Juan Ignacio Rodríguez para El Mercurio.

Hoy es el lanzamiento de “La imposible ruptura del señor espejo y otros cuentos” , de este desconocido miembro de la Generación del 38.  
Juan Ignacio Rodríguez Medina “Para mi abuelo había sólo dos escritores: Dostoievski y José Edwards”, cuenta Rafael Gumucio, nieto de Enrique Araya. José Edwards (Santiago, 1910-1974) fue un arquitecto para quien el objetivo de su profesión, “la Esencia misma de la Arquitectura”, no era reproducir a escala humana el cosmos, sino que el “Paraíso”. O, más precisamente, eso es lo que Edwards le hace decir al arquitecto N, el protagonista de “El paraíso”, primer relato del libro “La imposible ruptura del señor espejo y otros cuentos”, que La Pollera Ediciones lanzará hoy en la Biblioteca Nacional y que se podrá comprar en librerías y en www.joseedwards.cl

Un “libro objeto”, dicen en la editorial, pues cada cuento está ilustrado por Rafael Edwards, hijo de José. Son 28 historias, con títulos como “Escribe dios” u “Orgía en el subterráneo”, que forman parte de un rescate literario, financiado con un Fondo del Libro, y que incluirá durante este año otros dos volúmenes: uno de ensayos y mitologías y otro de teatro.

Salvo por algunos artículos que aparecieron en revistas, lo único que se conocía de José Edwards era “Postdata” -también ilustrado por su hijo-, una selección de sus cuentos realizada por Eduardo Anguita en 1974, tras su sorpresiva muerte, el 10 de septiembre de ese año, debido a un paro cardiaco.

Generación del 38

“Eduardo Anguita era una visita frecuente en nuestra casa -cuenta Rafael Edwards-, y se quedaban con Pepe conversando y caminando en círculos hasta altas horas de la noche. Por lo general, los temas de conversación estaban por encima de mis capacidades e intereses, pero el tono era casi siempre apasionado, con silencios prolongados cortados por carcajadas súbitas. Era un complot”.

Esa amistad, además de sus relaciones con distintos autores de la época -Enrique Araya, Juan Tejeda, Enrique Bunster y Francisco Olivares- sitúan a Edwards como parte de la Generación del 38. Aunque no fue hasta 1950, después de casarse con la hermana de Isidora Aguirre, Ignacia, que el arquitecto comenzó a escribir.

“José Edwards pertenece al canon paralelo de la literatura chilena -explica Cristián Warnken-; ahí están Alfonso Echeverría, Omar Cáceres, y tantos otros. Son escritores ‘quemados’ por el fuego de las grandes preguntas metafísicas, esas que parecen abandonadas en la narrativa promedio que se hace hoy. Sus cuentos, o más bien narraciones metafísicas, tienen algo del humor kafkiano, la sensación de un absurdo desopilante, detrás del cual se percibe un anhelo de sentido”.

Para Warnken, Edwards “ha sido una fuente, uno de esos milagros de nuestra narrativa que pocas veces se acerca al vuelo y dimensiones de nuestra tradición poética”. Con entusiasmo, afirma: “Celebro esta ‘resurrección’ literaria de José Edwards, el alma gemela de Eduardo Anguita, uno de nuestros pocos autores a la altura del misterio de ser, ese que para muchos hoy es tan poco cool , tan irrelevante, literariamente hablando”.

Rafael Gumucio agrega: “Es un escritor de un humor muy británico, impávido, que no hace grandes piruetas ni tiene demasiadas ilusiones. Con una sensibilidad absolutamente lejana al criollismo en boga por entonces. Es un auténtico olvidado de la literatura chilena, que está lleno de olvidados que muchos recuerdan, como Juan Emar”.

¿Por qué José Edwards no publicó en vida? Responde su hijo: “Hay quienes elucubraban que por timidez o dejación. Yo discrepo; mi percepción de Pepe fue y es la de una persona extremadamente inquieta, especialmente en el aspecto intelectual. Comenzaba a escribir a partir de la medianoche, cuando todos se iban a dormir, y trabajaba hasta el agotamiento y las primeras luces de la mañana. Mi propia especulación al respecto es que Pepe no tenía interés alguno en ser reconocido. Escribir para él era en muchos aspectos un fin en sí mismo, era su propio público, del mismo modo que era aficionado a reírse de sus propios chistes. Creo que a él no le interesaba predicarle a nadie, sólo llegar a las grandes incógnitas, a las grandes preguntas”.

En su diario, Edwards anotó: “El hombre, sumido en la perplejidad, termina por acomodarse a ella; la acuna, la describe utilizando cientos de miles de palabras que no conducen a nada. La transforma en Literatura”.

Sobre lo que espera que ocurra con la obra de su padre, Rafael Edwards señala: “Creo que el acto de publicar esta obra concluye con su lanzamiento. Si esta obra y este autor son vistos como relevantes, el público los sabrá recoger; y si no pasa nada, no podemos forzarlo. Nuestra ‘misión’ es dar a conocer a José Edwards y su obra, porque creemos que vale la pena, queremos compartir algo que nos ha hecho reflexionar, reír, angustiarnos y volver a hacernos las preguntas más importantes: ‘quiénes somos, de dónde venimos, adónde vamos?’. Creo que Pepe, dondequiera que esté ahora, sabrá apreciar eso”.