“José Edwards, escritor en la penumbra”. Por Mario Valdovinos para Artes y Letras.

La Pollera Ediciones recupera la obra de este autor de la generación del 38, quien en su escritura incorporó la duda metafísica, la crítica social, la ironía, la fantasía.  
Mario Valdovinos José Edwards era un arquitecto y su secreta pasión, la literatura. Cultivó los géneros del cuento, el ensayo, el teatro, el diario íntimo y el más paradojal de todos: el bajo perfil, el escritor en la penumbra, el autor inédito, tal vez con la esperanza de ser, en los años futuros, un escritor de culto. Vivió solo sesenta años y las fechas de nacimiento y muerte, 1910-1970, aparecen con la meticulosidad de un plano arquitectónico. Mantuvo amistad con Eduardo Anguita, quien lo estimuló y elogió; fue un autor treintaiochista, pero fuera de catálogo. Un fantasma de la generación de Manuel Rojas, Carlos Droguett, Volodia Teitelboim.

En su obra teatral Post Mortem , José Edwards construye una farsa sobre la otra vida. ¿Están fallecidos todos los personajes? Aparecen en su obra las dimensiones del teatro de la segunda mitad del siglo pasado, el esperpento, el absurdo, el existencialismo como tinglado filosófico del otro tinglado, el de la farsa, donde se mueven los personajes, Adán I y Adán II, disputándose a Eva, una mujer conservadora que anhela familia e hijos. La obra contrapone en su conflicto corrientes políticas e ideológicas: capitalismo/ socialismo, dictadura/democracia, empirismo/ racionalismo, ironizando todo. Si bien no llegó a estrenar su teatro, la ironía parece ser su mejor arma dramática.

En los cuentos de La imposible ruptura del señor espejo , fuera de las sugerentes ilustraciones de Rafael Edwards, su hijo, que preceden cada fragmento, destacan los relatos “Consultorio sentimental”, donde Stella Maris escribe una carta al profesor Rabindranath Mardones, pues necesita consejos ya que su amado Cristián no corta aún el cordón umbilical; “Orgía en el subterráneo”, en el que el señor Anubis le encarga al sastre Osiris Fuentes una serie de fracs para una celebración mortuoria, en el mausoleo de la familia Archipiélago; y “El hombre del sillón”, tal vez el más significativo en la línea narrativa que cultivó Edwards, empujado por el absurdo y el existencialismo, el narrador de la historia pasa todos los días en bus frente a una ventana abierta donde ve a un hombre sentado. Cuando ya no lo vea pasará a formar parte de sus sueños. El relato tiene una atmósfera kafkiana y recuerda paralelamente la cuentística de Juan Emar. “Post Data” es una declaración de principios, un arte poética, además de un alegato dirigido a Cristo por la recuperación de todo lo perdido.

En el volumen de ensayos Invitación al desorden , encontramos las secciones: I. Mitologías, donde destaca “El caos”: el universo dividido en amor, desamor y desorden, es tironeado por aquello que lo rige, el azar; II. Ensayos: en “A propósito del amor”, la tesis es que el amor se alimenta de su fracaso, de la constante imposibilidad de alcanzar su objetivo; y en “Carta cerrada”, dirige una epístola al demonio, residente en el infierno, con el propósito de esperar una respuesta, pues el coludo lo sabe, está dentro de todos; III. Diario íntimo, escrito entre 1965 y 1969, sus temas son: mitología, filosofía, historia, literatura, Sartre, Dostoievski, Mohomed Alí, la paz, el paraíso, la fe.

José Edwards dibujó con su confidencial y extensa obra una cartografía de su existencia, la escritura callada pero no desvaída de una bitácora. Usó las armas de su tiempo, la duda metafísica, la crítica social, la ironía, la fantasía. Pero prefirió permanecer en el anonimato. Los volúmenes publicados ahora por La Pollera Ediciones prueban que fue un error. Y le otorgan un gran valor a este rescate.

José Edwards fue un autor treintaiochista, pero fuera de catálogo.

Adelanto de Teatro de José Edwards

Se abre el telón. Al principio del escenario, a manera de un segundo telón, aparece una especie de muralla deteriorada y envilecida por pequeñas o grandes inscripciones clandestinas. La muralla contiene una puerta diminuta. Esta puerta está cerrada. En el estrecho espacio situado entre el telón y este segundo telón, aparece, emergiendo de algún lado, Adán II. Es un sujeto de aspecto amorfo y estatura más bien elevada, premunido por un ofensivo par de anteojos oscuros; su edad fluctúa alrededor de los 35 años aun cuando representa más, ya que su aspecto es el de un profesor, un tecnócrata o algo semejante.

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Leonardo Sanhueza sobre “Invitación al desorden” en Las Últimas Noticias

José Edwards. La Pollera Ediciones, 2012, 242 páginas.
Las Últimas Noticias, 30 de Diciembre de 2012

Hace muy poco La Pollera Ediciones nos sorprendió con La imposible ruptura del señor Espejo y otros cuentos, de José Edwards, uno de los mejores y mayores rescates literarios del último tiempo, pues puso en órbita la obra narrativa del más secreto de los escritores de la generación del 38, la que apenas era conocida parcialmente a través de una breve y ya inencontrable antología publicada a instancias de Eduardo Anguita hace más de cuatro décadas.

Pero eso era nada más la entrada. En este segundo volumen, de un total de tres, se reúne un conjunto de textos híbridos, que a falta de una palabra mejor habría que llamar ensayos. El libro se abre con el capítulo “Mitologías”, que son prosas reflexivas y pequeñas fabulaciones en torno a diversos mitos griegos y cristianos. Lo sigue “Ensayos”, la parte medular del libro: son incursiones literarias en los terrenos de la filosofía, la religión, la historia y hasta la antropología, no desde el lenguaje académico formal, sino desde la libertad de pensamiento, la digresión y la elucubración creativa. Cierran el libro unas páginas del diario íntimo, que utilizan el género con el mismo fin que los ensayos: indagar en las “grandes dudas”, nadar en ellas a sabiendas de que son preguntas insolubles acerca del sentido de la existencia.

El libro es así un perfecto contrapunto de los cuentos desternillantes y terribles de José Edwards, pues presentan en una clave privada las mismas preocupaciones, las de un sujeto asediado por el absurdo y por el misterio, en un ejercicio intelectual que fue característico de su generación, pero que el autor, al igual que Juan Emar, supo llevar de una manera singular y reconocible a la legua.

Adelanto de Invitación al desorden de José Edwards

Luego de mucho discutir, Eros y Anteros convinieron en reconocer que el Señor Caos, padre de ambos, no presentaba lo que pudiera llamarse un buen aspecto. En verdad, todo en él parecía incongruente y pleno de confusión; tenía alas y pezuñas, anteojos y cola, cuernos y nalgas de mujer, sombrero de copa y escamas, garras, senos y bigotes, trompa de elefante y ruedas de bicicleta. Además era simultáneamente duro y blando, luminoso y opaco, esférico y rectangular y, por mucho que se cambiara su posición, resultaba imposible determinar si estaba colocado al derecho o al revés.

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“El lamento por la imposible profundidad: cuentos de José Edwards” por Felipe González para Letras en línea

Fuente: Letras en línea

Quizá pueda decirse con mayor propiedad de José Edwards (1910-1970) lo que alguna vez Pablo Neruda, ufano, dijo sobre Juan Emar: “Ahora que los corrillos se gargarizan con Kafka aquí tenéis nuestro Kafka”. Al parecer, el poeta apuntaba tanto a la excepcionalidad de la obra de Emar como a la pobre recepción que se le diera en su momento. Sin embargo, el hijo de Eliodoro Yáñez sí logró ver publicada la parte más importante de su obra. Al contrario de Emar y al igual que el escritor checo, el autor de La imposible ruptura del señor espejo (La Pollera Ediciones, 2012) —con premeditado desinterés, eso sí—, poco y nada de sus manuscritos vio trasladados a letra impresa.Inédito por vocación y sin duda excepcional, sólo reconocido por sus amigos de la generación del 38, aquí tenéis a nuestro verdadero Kafka chileno (si se trata de buscar por acá sucedáneos de escritores europeos y olvidar lo importante, las diferencias). O a nuestro Pessoa nacional, para los que hacen gárgaras con él en los nuevos corrillos, ya que Edwards, como el poeta portugués, también dejó el grueso de su producción apilado en un baúl, hace más de 40 años.

La imposible ruptura del señor espejo es la primera entrega de tres que recopilarán la obra íntegra del autor (el segundo tomo recogerá sus ensayos y el tercero su dramaturgia). En este primer volumen, la mayor parte de los cuentos podrían catalogarse como de ideas o de tesis, al mejor estilo de Machado de Assis, del propio Juan Emar o de Borges; juegos con el tiempo y lo infinito, cuestionamientos metafísicos que luego toman cuerpo en una anécdota en la que prima la humorística paradoja, la contradicción irónica, el dilema irresoluble. El relato “La peluca”, por ejemplo, intenta dar respuesta a un ocioso problema lógico y psicológico: A imita a B de manera asombrosa, pero en determinado momento (cuando B huye de A) ambos pierden la memoria, y si ya no pueden saber quién es el plagiario y quién el original, ¿qué harán entonces, al reconocerse idénticos? Como no es sensato permanecer junto a quien nos imita ni alejarse de quien queremos imitar, se nos propone que la disyuntiva mantendrá a los implicados en una tensa convivencia. En “El masoquista”, se denuncia un vacío legal en el orden divino, una anomalía cósmica —quizá deliberada, una autobroma de Dios—; resulta imposible castigar a ese tipo de pecadores, puesto que en el infierno gozan sufriendo y en el paraíso, como no pueden sufrir, sufren, y por lo tanto gozan. En este tipo de cuentos, por supuesto, los personajes tienden a la caricatura, a la exageración y la inverosimilitud, están ahí para cumplir la función que la tesis previa les ha asignado y no para desarrollar psicologías nítidas y bien perfiladas.

Por el contrario, los cuentos confesionales, reflexivos o poéticos, suelen profundizar caracteres atormentados, aquejados de complejas angustias motivadas por la fe religiosa (nunca dogmática, siempre problematizada, al estilo de Pascal o Unamuno) o por relaciones parentales. Entre estos últimos, están “El vástago” y “Confesión general”; en ambos aparece un padre neurótico y un hijo monstruoso, y cabe preguntarse quién ha engendrado a quién. En “Posdata”, el narrador imagina la recuperación del tiempo perdido mediante la resurrección de los muertos y en “El pie de la diosa” se refiere en clave alegórica (es la historia de un niño, pero también la historia de los hombres) la pérdida de la inocencia y de la infancia. A mi entender, en este tipo de relatos se encuentran las mejores piezas de Edwards, quien tiene una especial habilidad para narrar en primera persona. También hay que decir que algunos cuentos parecen inconclusos, abandonados de manera abrupta (“Cambio de nombre”) o en una etapa no definitiva de su elaboración, en estado de boceto si se quiere o quizá finiquitados sin mucho entusiasmo (“El banquete”, “Orgía en el subterráneo”).

Merecen especial mención los dibujos realizados por Rafael Edwards, hijo del escritor, que captan con agudeza la poética particular de cada una de las narraciones.

En conjunto, los relatos de La imposible ruptura del señor espejo evidencian una clara impronta vanguardista, pero en su vertiente más inquieta, esa que intenta recobrar desesperadamente aquello trascendental que se le escapa. El de Edwards es un espíritu moderno y en consecuencia se lamenta, ya sea de modo delirante, irónico o melancólico, por la pérdida de la profundidad, segada por la técnica y el progreso material, que tienden a excluir y aun a despreciar lo que les resulta insondable. Formalmente, este brutal muro reflectante levantado en contra de lo profundo (imposible de romper, como lo asegura el título) subyace de modo simbólico en el insistente recurso a la figura del doble o dopelgänger, muestrario de personalidades escindidas en polos incompatibles. Y, sobre todo y de manera más explícita, en el cuento que se refiere al irreconciliable quiebre entre las hermanas Fábula y Moraleja, que hoy en día se niegan a trabajar juntas.

La posición del narrador —y la del autor, asumo— ante el relato sin consejo, ante el cuerpo sin alma, es bien definida: “Un conjunto de fábulas sin moraleja me parecía, y sigue pareciéndome, algo vacío, por no decir inmoral”.

Edwards, José. La imposible ruptura del señor espejo. Santiago: La Pollera Ediciones, 2012.

“Edwards, el bueno” por Diego Zúñga para Revista Qué Pasa

En la historia secreta de la literatura latinoamericana, ésa donde encontramos a autores como Felisberto Hernández, Pablo Palacio, Macedonio Fernández, Francisco Tario y Juan Emar, debemos agregar otro nombre: el chileno José Edwards (1910-1970).Escribió cuentos, ensayos, obras de teatro, pero nunca publicó en vida. Años después, Eduardo Anguita preparó una antología de sus cuentos y ahora se editan todos sus relatos en La imposible ruptura del señor Espejo y otros cuentos (La Pollera Ediciones). Y no queda más que leer a Edwards y sorprenderse con su mundo -injustamente olvidado-, lleno de personajes excéntricos, aquejados por las grandes dudas existenciales, graciosísimos, como vemos en ese relato donde Dios le envía una carta al director del diario La Nación para hablar de su supuesta muerte, o el cuento que protagoniza Don Fermín Urrutizárragurenetchecoetchea, un hombre cuyo apellido ininteligible le trae demasiados problemas. Disfruten los cuentos de Edwards. Se van a reír muchísimo. Y tranquilos, no tienen nada que ver con los aburridos libros de Jorge Edwards.

“Un mago del talento difuso” por Juan Guillermo Tejeda para Las Últimas Noticias.

José Edwards, Pepe Edwards para sus amigos, fue parte de una generación, de una red, de una tribu cultural, pero curiosamente no para hacer negocios creativos ni para triunfar en los circuitos artísticos, sino como un modo de ser, como una manera de estar. Arquitecto de unas pocas casas maravillosas, fue amigo intelectual de Eduardo Anguita, de Enrique Araya y también de mi padre, Juan Tejeda. Escribía, aunque no para publicar. Tenía talento, pero le hubiera parecido humillante triunfar. Acaban de publicar un volumen con sus cuentos, 42 años después de sus muerte.

En aquellos años, los sesenta, los escritores chilenos humedecían conversaciones entre bares y veladas caseras, donde había poco que comer, algo más que beber, y un ambiente cálido de risas y performances. Lo propio, lo señorial, era un trato displicente con el éxito. Eran –lo recuerdo por haberlo visto de niño– seres cultivados, lectores de Dostoiewski, de Thomas Mann, de Sartre, de Hölderlin, apasionados de la Librería Francesa, asiduos a los conciertos de la Sinfónica, clientes de Il Bosco, aficionados al teatro, que en esos años había en Chile al menos dos grandes compañías estables. Un Santiago bohemio que recuerdo yo en blanco y negro, con algo vital, humorístico y al mismo tiempo tristón corriendo por las venas.

Empezaban entonces a asomar los escritores que sí habían decidido imponer sus nombres en el firmamento universal de todos los tiempos, y es así como José Donoso se organizó viajes a Estados Unidos y Jorge Edwards se hizo diplomático de altura. Ellos fueron precursores del neoliberalismo intelectual. Tenían, además del talento y el oficio, una voluntad que a Pepe Edwards o a Juan Tejeda o a Enrique Araya les parecía fatigante. Pero probablemente habían sido Neruda o la Mistral, más esforzados, los primeros globalizados.

Pepe Edwards era un mago del talento difuso, del genio existencial, de ese arte tenue y subterráneo de los chilenos que nada tiene que ver con los diez más vendidos ni con los cien más famosos. La ambición de Anguita, que la tenía, era de carácter cósmico más que local, y lo que sentía merecer era, como mínimo, el Premio Nobel, que se lo merecía. Juan Tejeda fue más bien un Voltaire, un aficionado a todo, un humanista de la variedad creativa.

Alternaban sus vocaciones artísticas con empleos donde cobraban poco por trabajar casi nada, que así eran las cosas, y vivían con sus familias estando y no estando en ellas. Y uno los ama, y los cultiva, porque de ahí venimos y, en el fondo, eso somos: personajes desconcertados por haber nacido, por tener que morir, y todo eso, además, en un país geográficamente absurdo.

Pepe Edwards cultivaba ese arte tenue y subterráneo de los chilenos que nada tiene que ver con los diez más vendidos ni con los cien más famosos.

 

Adelanto de La imposible ruptura del señor Espejo y otros cuentos de José Edwards

Un día cualquiera, a una hora imprevista, el arquitecto N recibió una visita para la cual no estaba, ciertamente, preparado. Se trataba de un señor moderadamente gordo, de cuello corto y cabellos grises, premunido de una inquietante mirada entre angelical y vidriosa, a la vez paternal y transparente como la mirada de un inmenso regalo o juguete de pascua. Después de sentarse cómodamente, sacó de su cartera una inmaculada tarjeta que le obsequió sin mayores comentarios; la tarjeta decía así: M. BENEFACTUS.

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“Rescatan la obra de José Edwards, el escritor más tímido de Chile”. Por Jazmín Lolas para Las Últimas Noticias.

“¿A dónde vamos? ¿A dónde voy YO? A dónde van ustedes, lectores, me importa menos. Por lo que yo sé, a lo mejor ustedes no existen”, escribe José Edwards en “La jaula”, un relato inédito incluido en una antología de sus cuentos que será presentada esta tarde en la Biblioteca Nacional.

Además de curioso, el párrafo es doblemente revelador. Refleja el estado en el que permaneció la obra del autor chileno antes de su muerte -escribía, pero no publicaba y, por lo tanto, lectores propiamente no tenía- y habla además de los grandes temas que recorren en su trabajo literario: el escepticismo y el desasosiego.

Integrada por 28 cuentos (la mayoría inéditos), la compilación que se lanza hoy -bajo el título La imposible ruptura del señor Espejo- es parte de un proyecto de La Pollera Ediciones destinado a rescatar su excéntrica y sorprendente producción, en la que también se encuentran ensayos y obras de teatro (ver recuadro).

Si bien estudió arquitectura y se ganaba la vida ejerciendo esa profesión, José Edwards, nacido en 1910, se involucró estrechamente con los autores de la generación del 38, entre ellos Eduardo Anguita, y escribía con perseverancia.

“Siempre fue parte del ambiente literario y participaba en tertulias y comidas. Era reconocido por su sentido del humor, aunque también tenía su lado serio: según me han contado, si alguien le caía mal, lo mandaba a la cresta sin problemas”, comenta Simón Ergas, coeditor de la antología junto a Nicolás Leyton.

Ergas cuenta que Edwards empezó a escribir tardíamente, a los 40 años. Y que su gran motivación fue desahogarse de su tensión con la existencia, sobre la que se cuestionaba obsesivamente y para la que no eran suficientes las respuestas del catolicismo, su religión.

“Escribía solo, en su casa, y para él mismo. Era tímido y por eso no publicaba. Pero era un narrador muy talentoso y con mucha coherencia. Revisando su material, nos dimos cuenta de que no escribía al voleo, sino que estaba en una búsqueda, tratando de responder lo que nadie ha respondido. Por eso sus relatos siempre tienen desenlaces absurdos”, dice el editor.

De las historias que ofrece el volumen, diez fueron publicadas de manera póstuma en 1974 -cuatro años después de la muerte del escritor-, bajo el título Post data y con prólogo de Eduardo Anguita.

Entre ellas se encuentra “La peluca”, narración protagonizada por Vicente Primerovsky y Vicente Segundovich, empleados de una farmacia que se ven envueltos en una delirante experiencia de confusión de identidades.

“Escritor póstumo: ¿Quién es José Edwards?”. Juan Ignacio Rodríguez para El Mercurio.

Hoy es el lanzamiento de “La imposible ruptura del señor espejo y otros cuentos” , de este desconocido miembro de la Generación del 38.  
Juan Ignacio Rodríguez Medina “Para mi abuelo había sólo dos escritores: Dostoievski y José Edwards”, cuenta Rafael Gumucio, nieto de Enrique Araya. José Edwards (Santiago, 1910-1974) fue un arquitecto para quien el objetivo de su profesión, “la Esencia misma de la Arquitectura”, no era reproducir a escala humana el cosmos, sino que el “Paraíso”. O, más precisamente, eso es lo que Edwards le hace decir al arquitecto N, el protagonista de “El paraíso”, primer relato del libro “La imposible ruptura del señor espejo y otros cuentos”, que La Pollera Ediciones lanzará hoy en la Biblioteca Nacional y que se podrá comprar en librerías y en www.joseedwards.cl

Un “libro objeto”, dicen en la editorial, pues cada cuento está ilustrado por Rafael Edwards, hijo de José. Son 28 historias, con títulos como “Escribe dios” u “Orgía en el subterráneo”, que forman parte de un rescate literario, financiado con un Fondo del Libro, y que incluirá durante este año otros dos volúmenes: uno de ensayos y mitologías y otro de teatro.

Salvo por algunos artículos que aparecieron en revistas, lo único que se conocía de José Edwards era “Postdata” -también ilustrado por su hijo-, una selección de sus cuentos realizada por Eduardo Anguita en 1974, tras su sorpresiva muerte, el 10 de septiembre de ese año, debido a un paro cardiaco.

Generación del 38

“Eduardo Anguita era una visita frecuente en nuestra casa -cuenta Rafael Edwards-, y se quedaban con Pepe conversando y caminando en círculos hasta altas horas de la noche. Por lo general, los temas de conversación estaban por encima de mis capacidades e intereses, pero el tono era casi siempre apasionado, con silencios prolongados cortados por carcajadas súbitas. Era un complot”.

Esa amistad, además de sus relaciones con distintos autores de la época -Enrique Araya, Juan Tejeda, Enrique Bunster y Francisco Olivares- sitúan a Edwards como parte de la Generación del 38. Aunque no fue hasta 1950, después de casarse con la hermana de Isidora Aguirre, Ignacia, que el arquitecto comenzó a escribir.

“José Edwards pertenece al canon paralelo de la literatura chilena -explica Cristián Warnken-; ahí están Alfonso Echeverría, Omar Cáceres, y tantos otros. Son escritores ‘quemados’ por el fuego de las grandes preguntas metafísicas, esas que parecen abandonadas en la narrativa promedio que se hace hoy. Sus cuentos, o más bien narraciones metafísicas, tienen algo del humor kafkiano, la sensación de un absurdo desopilante, detrás del cual se percibe un anhelo de sentido”.

Para Warnken, Edwards “ha sido una fuente, uno de esos milagros de nuestra narrativa que pocas veces se acerca al vuelo y dimensiones de nuestra tradición poética”. Con entusiasmo, afirma: “Celebro esta ‘resurrección’ literaria de José Edwards, el alma gemela de Eduardo Anguita, uno de nuestros pocos autores a la altura del misterio de ser, ese que para muchos hoy es tan poco cool , tan irrelevante, literariamente hablando”.

Rafael Gumucio agrega: “Es un escritor de un humor muy británico, impávido, que no hace grandes piruetas ni tiene demasiadas ilusiones. Con una sensibilidad absolutamente lejana al criollismo en boga por entonces. Es un auténtico olvidado de la literatura chilena, que está lleno de olvidados que muchos recuerdan, como Juan Emar”.

¿Por qué José Edwards no publicó en vida? Responde su hijo: “Hay quienes elucubraban que por timidez o dejación. Yo discrepo; mi percepción de Pepe fue y es la de una persona extremadamente inquieta, especialmente en el aspecto intelectual. Comenzaba a escribir a partir de la medianoche, cuando todos se iban a dormir, y trabajaba hasta el agotamiento y las primeras luces de la mañana. Mi propia especulación al respecto es que Pepe no tenía interés alguno en ser reconocido. Escribir para él era en muchos aspectos un fin en sí mismo, era su propio público, del mismo modo que era aficionado a reírse de sus propios chistes. Creo que a él no le interesaba predicarle a nadie, sólo llegar a las grandes incógnitas, a las grandes preguntas”.

En su diario, Edwards anotó: “El hombre, sumido en la perplejidad, termina por acomodarse a ella; la acuna, la describe utilizando cientos de miles de palabras que no conducen a nada. La transforma en Literatura”.

Sobre lo que espera que ocurra con la obra de su padre, Rafael Edwards señala: “Creo que el acto de publicar esta obra concluye con su lanzamiento. Si esta obra y este autor son vistos como relevantes, el público los sabrá recoger; y si no pasa nada, no podemos forzarlo. Nuestra ‘misión’ es dar a conocer a José Edwards y su obra, porque creemos que vale la pena, queremos compartir algo que nos ha hecho reflexionar, reír, angustiarnos y volver a hacernos las preguntas más importantes: ‘quiénes somos, de dónde venimos, adónde vamos?’. Creo que Pepe, dondequiera que esté ahora, sabrá apreciar eso”.