Adelanto de Lo insondable de Federico Zurita Hecht

"Todo el amor del mundo" de Margarita Dittborn

Mi muerte (y esto es algo que hoy, ya fuera del tiempo, yo, nombrado René Andrade en alguna época, puedo fingir que cuento con serenidad) llegó inesperadamente una tarde a comienzos del otoño de 1955, luego de despedirme de Catalina Mújina, mi novia ya desde hacía tres años y compañera, por igual tiempo, en mis estudios de Lenguaje y Literatura, con quien había pasado aquel día un agradable rato en el viejo Café San Marcos, cercano al campus. Discutimos, eso sí, pero aquello era un juego que acompañaba nuestro tiempo compartiendo el chocolate caliente y los bizcochos. Discutimos (y reímos por eso) sobre el hipotético destino que tendrían nuestros también hipotéticos hijos, personas vigorosas que vivirían doscientos años, que es el tiempo que necesita alguien para acercarse al conocimiento de algunas verdades, el tiempo que, creí en vida, necesitaban las naciones para aprender a recibir los golpes de las fuerzas de la historia, y comenzar una mejor historia con menos golpes. Pero no viví doscientos años ni vi a mi nación cumplir tal edad.

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“José Edwards, escritor en la penumbra”. Por Mario Valdovinos para Artes y Letras.

La Pollera Ediciones recupera la obra de este autor de la generación del 38, quien en su escritura incorporó la duda metafísica, la crítica social, la ironía, la fantasía.  
Mario Valdovinos José Edwards era un arquitecto y su secreta pasión, la literatura. Cultivó los géneros del cuento, el ensayo, el teatro, el diario íntimo y el más paradojal de todos: el bajo perfil, el escritor en la penumbra, el autor inédito, tal vez con la esperanza de ser, en los años futuros, un escritor de culto. Vivió solo sesenta años y las fechas de nacimiento y muerte, 1910-1970, aparecen con la meticulosidad de un plano arquitectónico. Mantuvo amistad con Eduardo Anguita, quien lo estimuló y elogió; fue un autor treintaiochista, pero fuera de catálogo. Un fantasma de la generación de Manuel Rojas, Carlos Droguett, Volodia Teitelboim.

En su obra teatral Post Mortem , José Edwards construye una farsa sobre la otra vida. ¿Están fallecidos todos los personajes? Aparecen en su obra las dimensiones del teatro de la segunda mitad del siglo pasado, el esperpento, el absurdo, el existencialismo como tinglado filosófico del otro tinglado, el de la farsa, donde se mueven los personajes, Adán I y Adán II, disputándose a Eva, una mujer conservadora que anhela familia e hijos. La obra contrapone en su conflicto corrientes políticas e ideológicas: capitalismo/ socialismo, dictadura/democracia, empirismo/ racionalismo, ironizando todo. Si bien no llegó a estrenar su teatro, la ironía parece ser su mejor arma dramática.

En los cuentos de La imposible ruptura del señor espejo , fuera de las sugerentes ilustraciones de Rafael Edwards, su hijo, que preceden cada fragmento, destacan los relatos “Consultorio sentimental”, donde Stella Maris escribe una carta al profesor Rabindranath Mardones, pues necesita consejos ya que su amado Cristián no corta aún el cordón umbilical; “Orgía en el subterráneo”, en el que el señor Anubis le encarga al sastre Osiris Fuentes una serie de fracs para una celebración mortuoria, en el mausoleo de la familia Archipiélago; y “El hombre del sillón”, tal vez el más significativo en la línea narrativa que cultivó Edwards, empujado por el absurdo y el existencialismo, el narrador de la historia pasa todos los días en bus frente a una ventana abierta donde ve a un hombre sentado. Cuando ya no lo vea pasará a formar parte de sus sueños. El relato tiene una atmósfera kafkiana y recuerda paralelamente la cuentística de Juan Emar. “Post Data” es una declaración de principios, un arte poética, además de un alegato dirigido a Cristo por la recuperación de todo lo perdido.

En el volumen de ensayos Invitación al desorden , encontramos las secciones: I. Mitologías, donde destaca “El caos”: el universo dividido en amor, desamor y desorden, es tironeado por aquello que lo rige, el azar; II. Ensayos: en “A propósito del amor”, la tesis es que el amor se alimenta de su fracaso, de la constante imposibilidad de alcanzar su objetivo; y en “Carta cerrada”, dirige una epístola al demonio, residente en el infierno, con el propósito de esperar una respuesta, pues el coludo lo sabe, está dentro de todos; III. Diario íntimo, escrito entre 1965 y 1969, sus temas son: mitología, filosofía, historia, literatura, Sartre, Dostoievski, Mohomed Alí, la paz, el paraíso, la fe.

José Edwards dibujó con su confidencial y extensa obra una cartografía de su existencia, la escritura callada pero no desvaída de una bitácora. Usó las armas de su tiempo, la duda metafísica, la crítica social, la ironía, la fantasía. Pero prefirió permanecer en el anonimato. Los volúmenes publicados ahora por La Pollera Ediciones prueban que fue un error. Y le otorgan un gran valor a este rescate.

José Edwards fue un autor treintaiochista, pero fuera de catálogo.

“El lamento por la imposible profundidad: cuentos de José Edwards” por Felipe González para Letras en línea

Fuente: Letras en línea

Quizá pueda decirse con mayor propiedad de José Edwards (1910-1970) lo que alguna vez Pablo Neruda, ufano, dijo sobre Juan Emar: “Ahora que los corrillos se gargarizan con Kafka aquí tenéis nuestro Kafka”. Al parecer, el poeta apuntaba tanto a la excepcionalidad de la obra de Emar como a la pobre recepción que se le diera en su momento. Sin embargo, el hijo de Eliodoro Yáñez sí logró ver publicada la parte más importante de su obra. Al contrario de Emar y al igual que el escritor checo, el autor de La imposible ruptura del señor espejo (La Pollera Ediciones, 2012) —con premeditado desinterés, eso sí—, poco y nada de sus manuscritos vio trasladados a letra impresa.Inédito por vocación y sin duda excepcional, sólo reconocido por sus amigos de la generación del 38, aquí tenéis a nuestro verdadero Kafka chileno (si se trata de buscar por acá sucedáneos de escritores europeos y olvidar lo importante, las diferencias). O a nuestro Pessoa nacional, para los que hacen gárgaras con él en los nuevos corrillos, ya que Edwards, como el poeta portugués, también dejó el grueso de su producción apilado en un baúl, hace más de 40 años.

La imposible ruptura del señor espejo es la primera entrega de tres que recopilarán la obra íntegra del autor (el segundo tomo recogerá sus ensayos y el tercero su dramaturgia). En este primer volumen, la mayor parte de los cuentos podrían catalogarse como de ideas o de tesis, al mejor estilo de Machado de Assis, del propio Juan Emar o de Borges; juegos con el tiempo y lo infinito, cuestionamientos metafísicos que luego toman cuerpo en una anécdota en la que prima la humorística paradoja, la contradicción irónica, el dilema irresoluble. El relato “La peluca”, por ejemplo, intenta dar respuesta a un ocioso problema lógico y psicológico: A imita a B de manera asombrosa, pero en determinado momento (cuando B huye de A) ambos pierden la memoria, y si ya no pueden saber quién es el plagiario y quién el original, ¿qué harán entonces, al reconocerse idénticos? Como no es sensato permanecer junto a quien nos imita ni alejarse de quien queremos imitar, se nos propone que la disyuntiva mantendrá a los implicados en una tensa convivencia. En “El masoquista”, se denuncia un vacío legal en el orden divino, una anomalía cósmica —quizá deliberada, una autobroma de Dios—; resulta imposible castigar a ese tipo de pecadores, puesto que en el infierno gozan sufriendo y en el paraíso, como no pueden sufrir, sufren, y por lo tanto gozan. En este tipo de cuentos, por supuesto, los personajes tienden a la caricatura, a la exageración y la inverosimilitud, están ahí para cumplir la función que la tesis previa les ha asignado y no para desarrollar psicologías nítidas y bien perfiladas.

Por el contrario, los cuentos confesionales, reflexivos o poéticos, suelen profundizar caracteres atormentados, aquejados de complejas angustias motivadas por la fe religiosa (nunca dogmática, siempre problematizada, al estilo de Pascal o Unamuno) o por relaciones parentales. Entre estos últimos, están “El vástago” y “Confesión general”; en ambos aparece un padre neurótico y un hijo monstruoso, y cabe preguntarse quién ha engendrado a quién. En “Posdata”, el narrador imagina la recuperación del tiempo perdido mediante la resurrección de los muertos y en “El pie de la diosa” se refiere en clave alegórica (es la historia de un niño, pero también la historia de los hombres) la pérdida de la inocencia y de la infancia. A mi entender, en este tipo de relatos se encuentran las mejores piezas de Edwards, quien tiene una especial habilidad para narrar en primera persona. También hay que decir que algunos cuentos parecen inconclusos, abandonados de manera abrupta (“Cambio de nombre”) o en una etapa no definitiva de su elaboración, en estado de boceto si se quiere o quizá finiquitados sin mucho entusiasmo (“El banquete”, “Orgía en el subterráneo”).

Merecen especial mención los dibujos realizados por Rafael Edwards, hijo del escritor, que captan con agudeza la poética particular de cada una de las narraciones.

En conjunto, los relatos de La imposible ruptura del señor espejo evidencian una clara impronta vanguardista, pero en su vertiente más inquieta, esa que intenta recobrar desesperadamente aquello trascendental que se le escapa. El de Edwards es un espíritu moderno y en consecuencia se lamenta, ya sea de modo delirante, irónico o melancólico, por la pérdida de la profundidad, segada por la técnica y el progreso material, que tienden a excluir y aun a despreciar lo que les resulta insondable. Formalmente, este brutal muro reflectante levantado en contra de lo profundo (imposible de romper, como lo asegura el título) subyace de modo simbólico en el insistente recurso a la figura del doble o dopelgänger, muestrario de personalidades escindidas en polos incompatibles. Y, sobre todo y de manera más explícita, en el cuento que se refiere al irreconciliable quiebre entre las hermanas Fábula y Moraleja, que hoy en día se niegan a trabajar juntas.

La posición del narrador —y la del autor, asumo— ante el relato sin consejo, ante el cuerpo sin alma, es bien definida: “Un conjunto de fábulas sin moraleja me parecía, y sigue pareciéndome, algo vacío, por no decir inmoral”.

Edwards, José. La imposible ruptura del señor espejo. Santiago: La Pollera Ediciones, 2012.

Adelanto de La imposible ruptura del señor Espejo y otros cuentos de José Edwards

Un día cualquiera, a una hora imprevista, el arquitecto N recibió una visita para la cual no estaba, ciertamente, preparado. Se trataba de un señor moderadamente gordo, de cuello corto y cabellos grises, premunido de una inquietante mirada entre angelical y vidriosa, a la vez paternal y transparente como la mirada de un inmenso regalo o juguete de pascua. Después de sentarse cómodamente, sacó de su cartera una inmaculada tarjeta que le obsequió sin mayores comentarios; la tarjeta decía así: M. BENEFACTUS.

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“Rescatan la obra de José Edwards, el escritor más tímido de Chile”. Por Jazmín Lolas para Las Últimas Noticias.

“¿A dónde vamos? ¿A dónde voy YO? A dónde van ustedes, lectores, me importa menos. Por lo que yo sé, a lo mejor ustedes no existen”, escribe José Edwards en “La jaula”, un relato inédito incluido en una antología de sus cuentos que será presentada esta tarde en la Biblioteca Nacional.

Además de curioso, el párrafo es doblemente revelador. Refleja el estado en el que permaneció la obra del autor chileno antes de su muerte -escribía, pero no publicaba y, por lo tanto, lectores propiamente no tenía- y habla además de los grandes temas que recorren en su trabajo literario: el escepticismo y el desasosiego.

Integrada por 28 cuentos (la mayoría inéditos), la compilación que se lanza hoy -bajo el título La imposible ruptura del señor Espejo- es parte de un proyecto de La Pollera Ediciones destinado a rescatar su excéntrica y sorprendente producción, en la que también se encuentran ensayos y obras de teatro (ver recuadro).

Si bien estudió arquitectura y se ganaba la vida ejerciendo esa profesión, José Edwards, nacido en 1910, se involucró estrechamente con los autores de la generación del 38, entre ellos Eduardo Anguita, y escribía con perseverancia.

“Siempre fue parte del ambiente literario y participaba en tertulias y comidas. Era reconocido por su sentido del humor, aunque también tenía su lado serio: según me han contado, si alguien le caía mal, lo mandaba a la cresta sin problemas”, comenta Simón Ergas, coeditor de la antología junto a Nicolás Leyton.

Ergas cuenta que Edwards empezó a escribir tardíamente, a los 40 años. Y que su gran motivación fue desahogarse de su tensión con la existencia, sobre la que se cuestionaba obsesivamente y para la que no eran suficientes las respuestas del catolicismo, su religión.

“Escribía solo, en su casa, y para él mismo. Era tímido y por eso no publicaba. Pero era un narrador muy talentoso y con mucha coherencia. Revisando su material, nos dimos cuenta de que no escribía al voleo, sino que estaba en una búsqueda, tratando de responder lo que nadie ha respondido. Por eso sus relatos siempre tienen desenlaces absurdos”, dice el editor.

De las historias que ofrece el volumen, diez fueron publicadas de manera póstuma en 1974 -cuatro años después de la muerte del escritor-, bajo el título Post data y con prólogo de Eduardo Anguita.

Entre ellas se encuentra “La peluca”, narración protagonizada por Vicente Primerovsky y Vicente Segundovich, empleados de una farmacia que se ven envueltos en una delirante experiencia de confusión de identidades.