Adelanto de Cavilaciones de Juan Emar

Apenas uno comienza a escribir viene, más o menos precisa, pero viene siempre, la imagen de un público que ha de leer y juzgar lo escrito. Es esto, a mi modo de ver, una cosa nefasta, pues sería tarea casi imposible la de precisar cuántas sugestiones y prejuicios se filtran junto con tal imagen, impidiendo decir con completa espontaneidad lo que haya que decir. Sin desearlo, sin siquiera preocuparse, uno trata de satisfacer a ese público imaginario, público hecho de nuestros propios juicios sobre otras obras y sobre las críticas y opiniones oídas al azar de las charlas cotidianas. Mas esto, en el fondo, tiene su razón de ser y la aparición de esa imagen, por odiosa que sea, es hasta cierto punto justificada.

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Adelanto de Teatro de José Edwards

Se abre el telón. Al principio del escenario, a manera de un segundo telón, aparece una especie de muralla deteriorada y envilecida por pequeñas o grandes inscripciones clandestinas. La muralla contiene una puerta diminuta. Esta puerta está cerrada. En el estrecho espacio situado entre el telón y este segundo telón, aparece, emergiendo de algún lado, Adán II. Es un sujeto de aspecto amorfo y estatura más bien elevada, premunido por un ofensivo par de anteojos oscuros; su edad fluctúa alrededor de los 35 años aun cuando representa más, ya que su aspecto es el de un profesor, un tecnócrata o algo semejante.

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Leonardo Sanhueza sobre “Invitación al desorden” en Las Últimas Noticias

José Edwards. La Pollera Ediciones, 2012, 242 páginas.
Las Últimas Noticias, 30 de Diciembre de 2012

Hace muy poco La Pollera Ediciones nos sorprendió con La imposible ruptura del señor Espejo y otros cuentos, de José Edwards, uno de los mejores y mayores rescates literarios del último tiempo, pues puso en órbita la obra narrativa del más secreto de los escritores de la generación del 38, la que apenas era conocida parcialmente a través de una breve y ya inencontrable antología publicada a instancias de Eduardo Anguita hace más de cuatro décadas.

Pero eso era nada más la entrada. En este segundo volumen, de un total de tres, se reúne un conjunto de textos híbridos, que a falta de una palabra mejor habría que llamar ensayos. El libro se abre con el capítulo “Mitologías”, que son prosas reflexivas y pequeñas fabulaciones en torno a diversos mitos griegos y cristianos. Lo sigue “Ensayos”, la parte medular del libro: son incursiones literarias en los terrenos de la filosofía, la religión, la historia y hasta la antropología, no desde el lenguaje académico formal, sino desde la libertad de pensamiento, la digresión y la elucubración creativa. Cierran el libro unas páginas del diario íntimo, que utilizan el género con el mismo fin que los ensayos: indagar en las “grandes dudas”, nadar en ellas a sabiendas de que son preguntas insolubles acerca del sentido de la existencia.

El libro es así un perfecto contrapunto de los cuentos desternillantes y terribles de José Edwards, pues presentan en una clave privada las mismas preocupaciones, las de un sujeto asediado por el absurdo y por el misterio, en un ejercicio intelectual que fue característico de su generación, pero que el autor, al igual que Juan Emar, supo llevar de una manera singular y reconocible a la legua.

Adelanto de Invitación al desorden de José Edwards

Luego de mucho discutir, Eros y Anteros convinieron en reconocer que el Señor Caos, padre de ambos, no presentaba lo que pudiera llamarse un buen aspecto. En verdad, todo en él parecía incongruente y pleno de confusión; tenía alas y pezuñas, anteojos y cola, cuernos y nalgas de mujer, sombrero de copa y escamas, garras, senos y bigotes, trompa de elefante y ruedas de bicicleta. Además era simultáneamente duro y blando, luminoso y opaco, esférico y rectangular y, por mucho que se cambiara su posición, resultaba imposible determinar si estaba colocado al derecho o al revés.

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“El lamento por la imposible profundidad: cuentos de José Edwards” por Felipe González para Letras en línea

Fuente: Letras en línea

Quizá pueda decirse con mayor propiedad de José Edwards (1910-1970) lo que alguna vez Pablo Neruda, ufano, dijo sobre Juan Emar: “Ahora que los corrillos se gargarizan con Kafka aquí tenéis nuestro Kafka”. Al parecer, el poeta apuntaba tanto a la excepcionalidad de la obra de Emar como a la pobre recepción que se le diera en su momento. Sin embargo, el hijo de Eliodoro Yáñez sí logró ver publicada la parte más importante de su obra. Al contrario de Emar y al igual que el escritor checo, el autor de La imposible ruptura del señor espejo (La Pollera Ediciones, 2012) —con premeditado desinterés, eso sí—, poco y nada de sus manuscritos vio trasladados a letra impresa.Inédito por vocación y sin duda excepcional, sólo reconocido por sus amigos de la generación del 38, aquí tenéis a nuestro verdadero Kafka chileno (si se trata de buscar por acá sucedáneos de escritores europeos y olvidar lo importante, las diferencias). O a nuestro Pessoa nacional, para los que hacen gárgaras con él en los nuevos corrillos, ya que Edwards, como el poeta portugués, también dejó el grueso de su producción apilado en un baúl, hace más de 40 años.

La imposible ruptura del señor espejo es la primera entrega de tres que recopilarán la obra íntegra del autor (el segundo tomo recogerá sus ensayos y el tercero su dramaturgia). En este primer volumen, la mayor parte de los cuentos podrían catalogarse como de ideas o de tesis, al mejor estilo de Machado de Assis, del propio Juan Emar o de Borges; juegos con el tiempo y lo infinito, cuestionamientos metafísicos que luego toman cuerpo en una anécdota en la que prima la humorística paradoja, la contradicción irónica, el dilema irresoluble. El relato “La peluca”, por ejemplo, intenta dar respuesta a un ocioso problema lógico y psicológico: A imita a B de manera asombrosa, pero en determinado momento (cuando B huye de A) ambos pierden la memoria, y si ya no pueden saber quién es el plagiario y quién el original, ¿qué harán entonces, al reconocerse idénticos? Como no es sensato permanecer junto a quien nos imita ni alejarse de quien queremos imitar, se nos propone que la disyuntiva mantendrá a los implicados en una tensa convivencia. En “El masoquista”, se denuncia un vacío legal en el orden divino, una anomalía cósmica —quizá deliberada, una autobroma de Dios—; resulta imposible castigar a ese tipo de pecadores, puesto que en el infierno gozan sufriendo y en el paraíso, como no pueden sufrir, sufren, y por lo tanto gozan. En este tipo de cuentos, por supuesto, los personajes tienden a la caricatura, a la exageración y la inverosimilitud, están ahí para cumplir la función que la tesis previa les ha asignado y no para desarrollar psicologías nítidas y bien perfiladas.

Por el contrario, los cuentos confesionales, reflexivos o poéticos, suelen profundizar caracteres atormentados, aquejados de complejas angustias motivadas por la fe religiosa (nunca dogmática, siempre problematizada, al estilo de Pascal o Unamuno) o por relaciones parentales. Entre estos últimos, están “El vástago” y “Confesión general”; en ambos aparece un padre neurótico y un hijo monstruoso, y cabe preguntarse quién ha engendrado a quién. En “Posdata”, el narrador imagina la recuperación del tiempo perdido mediante la resurrección de los muertos y en “El pie de la diosa” se refiere en clave alegórica (es la historia de un niño, pero también la historia de los hombres) la pérdida de la inocencia y de la infancia. A mi entender, en este tipo de relatos se encuentran las mejores piezas de Edwards, quien tiene una especial habilidad para narrar en primera persona. También hay que decir que algunos cuentos parecen inconclusos, abandonados de manera abrupta (“Cambio de nombre”) o en una etapa no definitiva de su elaboración, en estado de boceto si se quiere o quizá finiquitados sin mucho entusiasmo (“El banquete”, “Orgía en el subterráneo”).

Merecen especial mención los dibujos realizados por Rafael Edwards, hijo del escritor, que captan con agudeza la poética particular de cada una de las narraciones.

En conjunto, los relatos de La imposible ruptura del señor espejo evidencian una clara impronta vanguardista, pero en su vertiente más inquieta, esa que intenta recobrar desesperadamente aquello trascendental que se le escapa. El de Edwards es un espíritu moderno y en consecuencia se lamenta, ya sea de modo delirante, irónico o melancólico, por la pérdida de la profundidad, segada por la técnica y el progreso material, que tienden a excluir y aun a despreciar lo que les resulta insondable. Formalmente, este brutal muro reflectante levantado en contra de lo profundo (imposible de romper, como lo asegura el título) subyace de modo simbólico en el insistente recurso a la figura del doble o dopelgänger, muestrario de personalidades escindidas en polos incompatibles. Y, sobre todo y de manera más explícita, en el cuento que se refiere al irreconciliable quiebre entre las hermanas Fábula y Moraleja, que hoy en día se niegan a trabajar juntas.

La posición del narrador —y la del autor, asumo— ante el relato sin consejo, ante el cuerpo sin alma, es bien definida: “Un conjunto de fábulas sin moraleja me parecía, y sigue pareciéndome, algo vacío, por no decir inmoral”.

Edwards, José. La imposible ruptura del señor espejo. Santiago: La Pollera Ediciones, 2012.

Adelanto de La imposible ruptura del señor Espejo y otros cuentos de José Edwards

Un día cualquiera, a una hora imprevista, el arquitecto N recibió una visita para la cual no estaba, ciertamente, preparado. Se trataba de un señor moderadamente gordo, de cuello corto y cabellos grises, premunido de una inquietante mirada entre angelical y vidriosa, a la vez paternal y transparente como la mirada de un inmenso regalo o juguete de pascua. Después de sentarse cómodamente, sacó de su cartera una inmaculada tarjeta que le obsequió sin mayores comentarios; la tarjeta decía así: M. BENEFACTUS.

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