“Notas de un turista”: texto de Pablo Brodsky para la presentación de Regreso de Juan Emar en FILSA 2016

Podemos decir que 1922 y 1923 fueron años especiales para Juan Emar. Por lo menos, tenemos tres textos que fueron redactados, aunque sea en parte, durante el transcurso de estos dos años: Cavilaciones, Amor y Regreso, todos publicados por La Pollera Ediciones. Se trata, además, de los años en que Álvaro Yáñez adoptó el seudónimo de Jean Emar, con el que firmará los artículos que publicó en el diario La Nación, desde 1923 hasta 1927. Se trata, entonces, de años especialmente creativos, fructíferos y productivos para nuestro autor.

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“Los libros del 2014” en Tele 13 por José Ignacio Silva

Fuente: Tele 13

Si hay algo que destacar dentro del año que se va en lo que se refiere al mundo del libro es el auge que experimentan las llamadas editoriales independientes.

También podríamos enumerar malas noticias, como las muertes de García Márquez y Humberto Giannini o sucesos que rayan en la vergüenza, como la entrega política del Premio Nacional de Literatura a Antonio Skármeta. Pero para qué manchar algo bueno.

Volviendo al lado amable del asunto: el impulso editorial independiente. Este quedó manifiesto en diversas instancias como la Filsa y sobre todo en la reciente Furia del Libro, que por unos días transformó al GAM en una especie de barrio Meiggs.

Como buscando cotillón en Año Nuevo, o sacapuntas y cuadernos en marzo, miles de personas visitaron el GAM en busca de libros, lo que pone en entredicho la noción, bien manoseada y nunca suficientemente explorada, de que “en Chile no se lee”. La cuestión es bastante espinuda, y tal vez no sea ésta la mejor tribuna para tratarlo.

“El impulso editorial independiente quedó manifiesto en diversas instancias como la Filsa y la Furia del Libro, que por unos días transformó al GAM en una especie de barrio Meiggs.”

José Ignacio Silva

Lo que sí podemos mencionar son los libros que se editaron este año. No todos, pero sí algunos que sobresalen de la línea de flotación y a los que vale la pena ponerle ojo, más allá de que pronto sea Navidad o que haya que rellenar las horas muertas del verano con lecturas de ocasión.

Narradores, ensayistas, cronistas

Sin un orden estricto, podemos mencionar que la narrativa, como pocas veces, ha presentado más de un punto alto durante los últimos doce meses. Nombres y libros hay varios.

Dentro de las novelas chilenas que sería bastante bueno agenciarse están La edad del perro, de Leonardo Sanhueza; Ejercicios de encuadre de Carlos Araya; Racimo, de Diego Zúñiga; Tierra amarilla del muy injustamente postergado Germán Marín; Buscanidos, de Matías Celedón; Taxidermia, de Álvaro Bisama; Facsímil, de Alejandro Zambra, un libro que emprende la siempre feliz empresa de romper con lo convencional. Autoayuda, de Matías Correa; Incompetentes de Constanza Gutiérrez y Piezas secretas contra el mundo, de Carlos Labbé, este último libro editado en España por la editorial Periférica, por lo que supera en precio a los antedichos.

Si nos ponemos más breves, Romina Reyes con su libro de cuentos Reinos también fue uno de los puntos altos del 2014; en la misma editorial Montacerdos se publicó Flores nuevas, del argentino Federico Falco, otro acierto. En el mismo ámbito del cuento, Cosas que nunca te dije, conjunto de relatos de María José Viera-Gallo, fue otro punto destacado

La no ficción, específicamente la crónica, tiene por buena costumbre no decepcionar. Este año también ha sido bueno en ese género, empezando por el impecable Fuera de campo, del historiador Manuel Vicuña, un conjunto de biografías de los escritores menos conocidos, de los postergados, o los que eligieron no mostrarse, escrita con una pluma de una excelencia casi insólita.

Si de perfiles de escritores se trata, el periodista Óscar Contardo, que tiene acostumbrado a sus lectores a las entregas de calidad, publicó Luis Oyarzún, un paseo con los dioses, una crónica biográfica de uno de los intelectuales de mayor envergadura en la historia del país, cuya vida estaba llena de secretos, realidades peligrosas de revelar en un país como el Chile de mediados del siglo XX.

Roberto Merino se ha probado como un escritor casi imbatible en la columna y en la crónica; este año la editorial de la UDP publicó Pista rebaladiza, un conjunto de columnas más íntimas del autor de En busca del loro atrofiado, Merino ahora deja de lado Santiago, y opta por recorrer su ciudad interior.

Lina Meruane entregó este 2014 Volverse palestina, una crónica valiente donde intenta entender tanto la tensión perenne entre palestinos e israelíes, al tiempo en que se mira a sí misma, poniendo en perspectiva el conflicto con la construcción de la identidad de la autora. En este apartado, también podemos incluir libros como El subrayador, del argentino Pedro Mairal, y Desubicados,  de María Sonia Cristoff, dos golazos del sello Libros del Laurel.

El idioma materno, de Fabio Morábito, reeditado en Chile por Hueders. La editorial de la UDP que publicó a Merino, también aporta el libro Un hombre flaco, una crónica biográfica del escritor Julio Ramón Ribeyro, uno de los santitos del momento de los escritores actuales, y escrita por el periodista Daniel Titinger. En una época en que la literatura de los padres y de los hijos está de moda, Luis López-Aliaga aporta un libro conmovedor, La imaginación del padre.

Por su parte, el ensayo La poesía de Violeta Parra, escrito por Paula Miranda, postula a la medalla de oro del año en su género, puesto que aporta una mirada fresca pero compleja, que supera el homenaje o el tributo, de la obra de la cantautora. Otros ensayos para considerar: Horroroso Chile: Ensayos sobre las tensiones políticas en la obra de Enrique Lihn, publicado por Alquimia; y La última broma de Juan Luis Martínez, de Scott Weintraub, un ensayo-juego-bomba incendiaria, ya que apunta que los primeros poemas del libro Poemas del otro, de Martínez, fueron escritos, en realidad, por otro autor, uno suizo que se llama casi igual que el poeta de La nueva novela.

Segunda oportunidad

Las reediciones de libros chilenos del pasado también vale la pena revisarlas, a saber Amor de Juan Emar; El río, de Alfredo Gómez Morel; un nuevo tomo de las crónicas de Jaoquín Edwards Bello, y la primera entrega de la obra completa de Marta Brunet, son algunos de los rescates literarios que se emprendieron este año.

Poetas

La poesía tampoco se queda corta, y dentro de esto hay un hito bastante destacable, la traducción de la Antología de Spoon River de Edgar Lee Masters, una de las obras trascendentales de la poesía en lengua inglesa del siglo XX, a cargo del poeta chileno Rodrigo Olavarría, quien en el pasado tradujo otro enorme texto poético anglosajón, Aullido de Allen Ginsberg.

Ahora Olavarría aporta desde Chile una nueva versión del poema de Lee Masters, realizando, sin exagerar, un aporte macizo a la difusión de la mejor poesía moderna. En el departamento de traducciones tampoco se queda corto el Premio Nacional de Literatura Raúl Zurita, que emprendió la titánica labor de traspasar Hamlet, ni más ni menos.

“Los libros de Simonetti y Rivera Letelier, ¿Sandías caladas o bodrios?, acá lanzamos -con escasa vergüenza- el esférico al córner, y que juzgue el lector.”

José Ignacio Silva

El 2014 fue el año de Nicanor Parra, qué duda cabe. Como era de esperarse, una tracalada de libros surgió a partir del centenario del antipoeta, entre ellos, un poemario poco visto antes, Temporal, donde Parra enfrenta a la dictadura.

Juan Manuel Silva, poeta y editor, también sobresale con Casimir, su último poemario. También este 2014 trajo libros nuevos de Claudio Bertoni (No queda otra), Roberto Parra (Vida, pasión y muerte de Violeta Parra), Gladys González (Calamina), Cristian Leontic (El codo del dibujante), Jaime Luis Huenún (Fanon city meu), Martín Gubbins (Cuaderno de composición), Armando Uribe (Haceche), Verónica Zondek (Nomeolvides: flores para nombrar la ignominia y Vagido), Alexis Figueroa (Finis térrea: apuntes de carretera), Juan Chapple (Un astro umbrío en el pérfido día brillante), Juan Cristóbal Romero (Polimnnia).

Pan caliente, agua en el desierto

Un aparte para los superventas del 2014. Se suele equiparar, sin mucha reflexión, ventas y calidad literaria, destapando un debate bastante manoseado, que suele surgir a la luz, por ejemplo, a la hora de otorgar un Premio Nacional de Literatura y situar entre los candidatos a escritores cuyos libros se venden como pan caliente.

En este punto la crítica y público comprador de libros jamás se han puesto de acuerdo. Aunque, como vender muchos libros en un país en el que, según dicen, nadie lee, tiene mérito, van algunos títulos que fueron grito y plata (plata, sobre todo). Logia, de Francisco Ortega es un fenómeno. Destrozado por críticos como Juan Manuel Vial, el volumen que se hunde en la conspiranoia de la Logia Lautarina ha agotado cuatro ediciones.

Si Ortega es nuevo en el pináculo de los bestsellers, para Pablo Simonetti el ranking de los más vendidos es como el living de su casa, y Jardín un nuevo palo al gato, tal como El vendedor de pájaros de otro vendedor estrella, Hernán Rivera Letelier. ¿Sandías caladas o bodrios?, acá lanzamos -con escasa vergüenza- el esférico al córner, y que juzgue el lector.

” Aparece novela de Juan Emar después de 89 años de reposo” por Lenoardo Sanhueza en Las Últimas Noticias

E n 1923, a los treinta años, Álvaro Yáñez Bianchi todavía no había adoptado el seudónimo de Juan Emar, pero sí había comenzado a escribir la novela Amor , cuyo protagonista se llamaba así, Juan, y en cuya historia ya están trazados muchos rasgos –incluso una escena clave de uno de sus cuentos futuros: la cabalgata en solitario por el campo– que harían célebre al más excéntrico y vanguardista de los narradores chilenos del siglo veinte. El borrador fue terminado en 1925 y su autor, que ya se había convertido en Emar, lo dejó reposar un tiempo.

Tal reposo duró 89 años, hasta estos días, en que Simón Ergas y Nicolás Leyton terminaron de descrifrar el manuscrito del Amor , libro que acaba de ver la luz bajo el sello de La Pollera Ediciones, que hace poco había rescatado otro libro inédito de Emar, Cavilaciones .

“No soy un experto en la literatura de Emar”, explica Ergas. “Pero nos horrorizamos al ver que tanto Cavilaciones como Amor estaban inéditos sin razón alguna”.

–¿Te parece que en Amor ya están presentes muchos aspectos del “mundo” de Emar, que vino a mostrarse recién en 1935, cuando publicó sus tres primeros libros?

–Si bien publicó sus libros en la década del 30, por algunas fechas en algún cuento queda claro que estaba escribiéndolos de antes. Además, con Cavilaciones abrió una búsqueda filosófica que se perpetuó luego hacia su obra literaria. Hay grandes temas que atraviesan su creación; su necesidad de comprender más al ser humano, su apreciación de las artes, la inevitabilidad del fuego creador que se cobija en el artista, sus preferencias por ciertos colores, las luchas generacionales con los artistas viejos y, sobre todo, su percepción tan subjetiva de la realidad, cosa que en algunos cuadros literarios lo llevaron a pintar imágenes absolutamente surrealistas. Las excursiones inspiradoras al campo, la locura por comprender el mundo intelectualmente, el sentimiento de soledad respecto a la gente “normal”. En Amor comenzó también a experimentar de manera estética sus ideas.

–La época en que escribió este libro (1923-25) coincide con la creación del seudónimo Jean Emar (1924), que luego quedó en Juan Emar. ¿Considerarías que este libro marca también su “nacimiento” literario?

–Podríamos decirlo. Hay una anécdota en la edición de este libro que podría responder esa pregunta, es una pregunta abierta que nos hicimos con quienes participaron de esta transcripción pero podría arrojar ciertas luces. El manuscrito de Amor tenía sus primeras veinte páginas mecanografiadas. Según la Fundación Emar, esas páginas fueron mecanografiadas por el mismo autor, considerando la tipografía, el formato y edad del papel. Es decir, creemos que él comenzó a revisar la novela, para cerrarla, quizás para publicarla. Lo interesante es que en esa porción “revisada”, el autor comenzó a cambiar el nombre del protagonista. Juan, que es el nombre que dejamos en la novela porque cubría la mayor porción del texto y quisimos intervenir lo menos posible, estaba pasando a llamarse Manolo. ¿Habrá decidido cambiar el nombre de su personaje porque él mismo estaba convirtiéndose en Juan?

 

Adelanto de Amor de Juan Emar

Según los informes que he tenido Juan era un muchacho que hablaba poco y que pensaba mucho, si pensar puede llamarse el vivir día y noche con la cabeza envuelta en ensoñaciones vagas cuyo punto de origen se ignora y cuya destinación se vislumbra apenas. Apercibíalas al pasar por su mente desde el origen misterioso hacia la destinación dudosa. Y le era grato apercibirlas así. A veces, en el campo, una flor abría el cauce de sus sueños; y en la ciudad, un transeúnte cualquiera, una vidriera o la vuelta de la esquina.

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“Cavilacion​es de Juan Emar, el bestiario clandestino de su obra” por Víctor Minué para El Mostrador

Fuente: El Mostrador

Cavilaciones, es el último e inédito hallazgo literario del escritor chileno Juan Emar, rescatado de un manuscrito fechado en París en el año 1922.  Sí, el mismo ultracitado año donde aparecieron para siempre obras como el “Ulises” de Joyce, “Tierra Baldía” de Eliot y “Trilce” de Vallejo, o “Desolación” de Gabriela Mistral, para ser más próximos. Cavilaciones  – La Pollera Ediciones –  que se terminó de escribir en marzo del citado año, es una especie de ars-creative ocultista e íntimo del escritor, escrito para sí mismo, para aclararse y convencerse, volver a él o ser olvidado, pero en ningún caso pensado para ser publicado, así se sugiere en el prólogo y así se deduce al concluir el libro.

La obra de Juan Emar es extraña, singular y como toda voluntad vanguardista, ambiciosa, pero por sobre todo magnética para destacados escritores contemporáneos como Zambra, Gumuccio, el argentino Cesar Aira o el mismo Enrique Vila-Matas quien prologó la reedición de “Un año”, 2009. También es exigente, sus lecturas piden un lector enérgico que complete/sabotee su mundo alucinado. Se podría decir que Juan Emar, al igual que el poeta Rodrigo Lira, comparten –además de la calvicie prominente– un mismo origen de renacimiento póstumo, gracias a la subterránea lecturas de jóvenes universitarios o círculos más académicos; primeros entusiastas furiosos de sus obras que obligaron en base a relecturas, las reediciones de sus libros que estaban detenidos en el pasado y en el futuro.

El último publicado de Juan Emar  invita a entrar a la “sala de máquinas” de su bestiario creativo, pero sin entrar del todo, siempre en el umbral, ya que el cuaderno de anotaciones se muestra inacabado y disruptivo, escrito como por  una indisciplina organizada de elegante prosa emariana, que propone entregar pistas para explicarse así mismo su vocación artística, la conciencia de esta y las formas de la locura. Es así como el escritor nos habla de sus horas dentro de una ruinosa bóveda, “un molino, en donde sentía desordenadamente, desde adolescente, el contacto voluptuoso con la naturaleza. Contemplación y soledad en un juego de esencias sensitivas”, a veces devorado por visiones oscuras “semillas ponzoñosas, las flores de negrura satánica”, padeciendo lo que el mismo llamaba “sensibilidad enfermiza”, maldororiana.

En el pasaje “Escribir para sí y para los otros”, (en el libro se respetaron los subtítulos que dejó, reorganizados por los editores gracias a un meritorio trabajo de transcripción “forense” literaria) Álvaro Yáñez Bianchi o simplemente “Pilo” para los cercanos, escribe: “La obra nunca, aunque es propia en el sentido autoral, está hecha para todos los seres. Ninguna obra es personal, si en el sentido de su forma o carácter, mas no en el sentido de la propiedad, está concebida por un cerebro personal para ser fecundada por el mundo, por cada individuo para apropiársela, el problema es cuando el mundo es impotente”.

Termina, como pronosticando, la cruel recepción que tendría su obra en la crítica de ese tiempo, liderada por Alone. Agregaría en seguida: “El autor que no hace una obra para los demás, lo hace como acto masturbatorio”.

En alguna medida, Cavilaciones podría ser el laboratorio teórico y experimental sobre el que después desplegará los escritos de arte en el diario La Nación entre 1923 y 1927, desde ahí, con inconmovible vocación vanguardista, se deslindará del criollismo, y hará de la indistinción su estandarte,  influenciado por Huidobro, a quién publicó parte de “Altazor”,  Lautréamont, Felisberto Hernández o algunos surrealistas peruanos como Martín Adán o Cesar Moro.

Hasta ahora se han reeditado, “Ayer”, “Diez”, “Un año”, “Miltín” y una inencontrable edición de “Umbral”, un monstruoso libro de 5 mil páginas, que lo enclaustró en Vilcún hasta su muerte en 1964.

Cabe apuntar, aunque muchas veces dicho, que Juan Emar, es el más tempranero e inobservado renovador de la novela chilena, silenciado como todo adelantado a su época, fue capaz de cruzar slapstick literario, surrealismo, y misa negra en distintos experimentos de novela metafísica, social, o antinovela, como se quiera.  Tanto para “emarianos”, como para los  valientes que decidan leer por primera vez este  especie de documento clandestino, deberán ser cómplices del juego o voyeurs extorsivos de sus Cavilaciones.

“Exposición y libro inédito reviven a Juan Emar a 50 años de su muerte” por Roberto Careaga para La Tercera

Sintió que se despertaba después de un profundo sueño y estaba en una habitación desconocida. Juan Emar (1893-1964), cuando era adolescente y todavía ni pensaba usar ese nombre, sintió como si no supiera en qué lugar del planeta estaba. “No me encontré tan completamente natural hallarme sobre la Tierra, no me hallé satisfecho con las explicaciones que sobre los objetos y seres que me rodeaban me habían dado (…) Me sentí desconcertado aquí en el mundo y aun me sentí extraño dentro de mi propio cuerpo”, escribió en París en 1922.

Por entonces su único nombre era Alvaro Yáñez y era un aspirante a artista, ya sea escribiendo o pintando, que vivía en Francia junto a su esposa. Ocupaciones tenía pocas, apenas algunas gestiones en la embajada chilena en París. Pronto volvería a Chile con un conocimiento de primera mano de las vanguardias francesas, el que sería el material para sus Notas de Arte, en el diario La Nación, de propiedad de su padre. Ahí Yáñez estrenaría su seudónimo: Juan Emar venía de la expresión francesa “j’ en ai marre” (estoy harto). Bajo ese nombre iba a convertirse en uno de los sorprendentes y enigmáticos escritores chilenos.

En esos días, entre los escritos de Emar estaba ese texto sobre su desconcierto ante el mundo: era el chispazo de Cavilaciones, un libro de reflexiones sobre los misterios de la meditación y el pensamiento, como también de la inspiración artística. Inédito y desconocido, el volumen es publicado por La Pollera Ediciones al cumplirse 50 años de la muerte del autor de Ayer.

El libro fue lanzado el martes pasado en la Biblioteca Nacional, donde también se inauguró la exposición ¡Estoy Harto!, que recoge manuscritos, parte de sus dibujos, primeras ediciones y las Notas de Arte que publicara. Es un recorrido de su ruptura: contemporáneo de Vicente Huidobro, emprendió una guerra contra el criollismo narrativo que lo llevó a publicar en 1931 Miltín 1934, Un año y Ayer, tres novelas alegóricas en los límites de lo fantástico que, años después, llevarían a Pablo Neruda a llamarlo el “Kafka chileno”.

Autor de culto por excelencia de las letras locales, Emar publicó en 1937 un último libro, Diez, y luego se retiró al fundo de su familia, en Quiltripe, a escribir sin pausa ni apuro una obra monumental: al morir dejó cinco mil páginas de Umbral, una novela inconclusa que fue sólo publicada en 1996 por la Biblioteca Nacional. Ese lanzamiento fue la punta de lanza de una recuperación de sus críticas artísticas y toda su faceta como pintor. En 2011 se lanzó Don Urbano, con raras ilustraciones, y Cartas a Guni, que recoge su relación con Carmen Cuevas Mackenna, quien lo impulsó a seguir con Umbral.

POETICA Y PERDIDA

Con la publicación de Cavilaciones parece cerrarse un ciclo: en el origen de toda su obra están estas notas que, en su afán reflexivo pero también narrativo, podrían considerarse como la poética perdida de Emar. El volumen fue editado por Simón Ergas y Nicolás Leyton, fundadores de La Pollera, quienes trabajaron sobre un manuscrito fechado en 1922 y corregido en 1940. También había un índice, pero como anotan los editores, “nunca fue revisado por Emar pensando en una publicación”.

Narrador ameno, Emar inicia sus reflexiones precisamente en torno a la idea de cavilar: en vez de conversar y debatir con amigos sobre los temas que lo desvelan, cosa que le es “francamente insoportable”, prefiere escribir sobre ellos. “Contentándome con sólo sugerir interrogaciones he producido el caos en mi cerebro y hoy quiero hacer un inventario de ese caos”, añade.

Lo que sigue es un relato sobre cómo paso de ese desconcierto inicial a una fase de meditaciones en el campo para intentar comprender el sentido de la realidad. Luego fue a los sueños, “vinieron también las mujeres (…) luego diabólicas orgías. Por último ciertos seres monstruosos”. En la segunda, tercera y cuarta parte de Cavilaciones, Emar disecciona temas como la conciencia, la relatividad, el arte, la locura, los fantasmas. “Hallar soluciones, hallar verdades, no pretendo (…) Lo que yo escribo son solo cavilaciones. Es cuanto puedo hacer en mi rincón de anciano: ¡cavilar, cavilar y cavilar!”, escribe Emar en este libro que suma otro enigma a resolver a su obra.

Adelanto de Cavilaciones de Juan Emar

Apenas uno comienza a escribir viene, más o menos precisa, pero viene siempre, la imagen de un público que ha de leer y juzgar lo escrito. Es esto, a mi modo de ver, una cosa nefasta, pues sería tarea casi imposible la de precisar cuántas sugestiones y prejuicios se filtran junto con tal imagen, impidiendo decir con completa espontaneidad lo que haya que decir. Sin desearlo, sin siquiera preocuparse, uno trata de satisfacer a ese público imaginario, público hecho de nuestros propios juicios sobre otras obras y sobre las críticas y opiniones oídas al azar de las charlas cotidianas. Mas esto, en el fondo, tiene su razón de ser y la aparición de esa imagen, por odiosa que sea, es hasta cierto punto justificada.

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