Según los informes que he tenido Juan era un muchacho que hablaba poco y que pensaba mucho, si pensar puede llamarse el vivir día y noche con la cabeza envuelta en ensoñaciones vagas cuyo punto de origen se ignora y cuya destinación se vislumbra apenas. Apercibíalas al pasar por su mente desde el origen misterioso hacia la destinación dudosa. Y le era grato apercibirlas así. A veces, en el campo, una flor abría el cauce de sus sueños; y en la ciudad, un transeúnte cualquiera, una vidriera o la vuelta de la esquina.
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