“Los libros del 2014” en Tele 13 por José Ignacio Silva

Fuente: Tele 13

Si hay algo que destacar dentro del año que se va en lo que se refiere al mundo del libro es el auge que experimentan las llamadas editoriales independientes.

También podríamos enumerar malas noticias, como las muertes de García Márquez y Humberto Giannini o sucesos que rayan en la vergüenza, como la entrega política del Premio Nacional de Literatura a Antonio Skármeta. Pero para qué manchar algo bueno.

Volviendo al lado amable del asunto: el impulso editorial independiente. Este quedó manifiesto en diversas instancias como la Filsa y sobre todo en la reciente Furia del Libro, que por unos días transformó al GAM en una especie de barrio Meiggs.

Como buscando cotillón en Año Nuevo, o sacapuntas y cuadernos en marzo, miles de personas visitaron el GAM en busca de libros, lo que pone en entredicho la noción, bien manoseada y nunca suficientemente explorada, de que “en Chile no se lee”. La cuestión es bastante espinuda, y tal vez no sea ésta la mejor tribuna para tratarlo.

“El impulso editorial independiente quedó manifiesto en diversas instancias como la Filsa y la Furia del Libro, que por unos días transformó al GAM en una especie de barrio Meiggs.”

José Ignacio Silva

Lo que sí podemos mencionar son los libros que se editaron este año. No todos, pero sí algunos que sobresalen de la línea de flotación y a los que vale la pena ponerle ojo, más allá de que pronto sea Navidad o que haya que rellenar las horas muertas del verano con lecturas de ocasión.

Narradores, ensayistas, cronistas

Sin un orden estricto, podemos mencionar que la narrativa, como pocas veces, ha presentado más de un punto alto durante los últimos doce meses. Nombres y libros hay varios.

Dentro de las novelas chilenas que sería bastante bueno agenciarse están La edad del perro, de Leonardo Sanhueza; Ejercicios de encuadre de Carlos Araya; Racimo, de Diego Zúñiga; Tierra amarilla del muy injustamente postergado Germán Marín; Buscanidos, de Matías Celedón; Taxidermia, de Álvaro Bisama; Facsímil, de Alejandro Zambra, un libro que emprende la siempre feliz empresa de romper con lo convencional. Autoayuda, de Matías Correa; Incompetentes de Constanza Gutiérrez y Piezas secretas contra el mundo, de Carlos Labbé, este último libro editado en España por la editorial Periférica, por lo que supera en precio a los antedichos.

Si nos ponemos más breves, Romina Reyes con su libro de cuentos Reinos también fue uno de los puntos altos del 2014; en la misma editorial Montacerdos se publicó Flores nuevas, del argentino Federico Falco, otro acierto. En el mismo ámbito del cuento, Cosas que nunca te dije, conjunto de relatos de María José Viera-Gallo, fue otro punto destacado

La no ficción, específicamente la crónica, tiene por buena costumbre no decepcionar. Este año también ha sido bueno en ese género, empezando por el impecable Fuera de campo, del historiador Manuel Vicuña, un conjunto de biografías de los escritores menos conocidos, de los postergados, o los que eligieron no mostrarse, escrita con una pluma de una excelencia casi insólita.

Si de perfiles de escritores se trata, el periodista Óscar Contardo, que tiene acostumbrado a sus lectores a las entregas de calidad, publicó Luis Oyarzún, un paseo con los dioses, una crónica biográfica de uno de los intelectuales de mayor envergadura en la historia del país, cuya vida estaba llena de secretos, realidades peligrosas de revelar en un país como el Chile de mediados del siglo XX.

Roberto Merino se ha probado como un escritor casi imbatible en la columna y en la crónica; este año la editorial de la UDP publicó Pista rebaladiza, un conjunto de columnas más íntimas del autor de En busca del loro atrofiado, Merino ahora deja de lado Santiago, y opta por recorrer su ciudad interior.

Lina Meruane entregó este 2014 Volverse palestina, una crónica valiente donde intenta entender tanto la tensión perenne entre palestinos e israelíes, al tiempo en que se mira a sí misma, poniendo en perspectiva el conflicto con la construcción de la identidad de la autora. En este apartado, también podemos incluir libros como El subrayador, del argentino Pedro Mairal, y Desubicados,  de María Sonia Cristoff, dos golazos del sello Libros del Laurel.

El idioma materno, de Fabio Morábito, reeditado en Chile por Hueders. La editorial de la UDP que publicó a Merino, también aporta el libro Un hombre flaco, una crónica biográfica del escritor Julio Ramón Ribeyro, uno de los santitos del momento de los escritores actuales, y escrita por el periodista Daniel Titinger. En una época en que la literatura de los padres y de los hijos está de moda, Luis López-Aliaga aporta un libro conmovedor, La imaginación del padre.

Por su parte, el ensayo La poesía de Violeta Parra, escrito por Paula Miranda, postula a la medalla de oro del año en su género, puesto que aporta una mirada fresca pero compleja, que supera el homenaje o el tributo, de la obra de la cantautora. Otros ensayos para considerar: Horroroso Chile: Ensayos sobre las tensiones políticas en la obra de Enrique Lihn, publicado por Alquimia; y La última broma de Juan Luis Martínez, de Scott Weintraub, un ensayo-juego-bomba incendiaria, ya que apunta que los primeros poemas del libro Poemas del otro, de Martínez, fueron escritos, en realidad, por otro autor, uno suizo que se llama casi igual que el poeta de La nueva novela.

Segunda oportunidad

Las reediciones de libros chilenos del pasado también vale la pena revisarlas, a saber Amor de Juan Emar; El río, de Alfredo Gómez Morel; un nuevo tomo de las crónicas de Jaoquín Edwards Bello, y la primera entrega de la obra completa de Marta Brunet, son algunos de los rescates literarios que se emprendieron este año.

Poetas

La poesía tampoco se queda corta, y dentro de esto hay un hito bastante destacable, la traducción de la Antología de Spoon River de Edgar Lee Masters, una de las obras trascendentales de la poesía en lengua inglesa del siglo XX, a cargo del poeta chileno Rodrigo Olavarría, quien en el pasado tradujo otro enorme texto poético anglosajón, Aullido de Allen Ginsberg.

Ahora Olavarría aporta desde Chile una nueva versión del poema de Lee Masters, realizando, sin exagerar, un aporte macizo a la difusión de la mejor poesía moderna. En el departamento de traducciones tampoco se queda corto el Premio Nacional de Literatura Raúl Zurita, que emprendió la titánica labor de traspasar Hamlet, ni más ni menos.

“Los libros de Simonetti y Rivera Letelier, ¿Sandías caladas o bodrios?, acá lanzamos -con escasa vergüenza- el esférico al córner, y que juzgue el lector.”

José Ignacio Silva

El 2014 fue el año de Nicanor Parra, qué duda cabe. Como era de esperarse, una tracalada de libros surgió a partir del centenario del antipoeta, entre ellos, un poemario poco visto antes, Temporal, donde Parra enfrenta a la dictadura.

Juan Manuel Silva, poeta y editor, también sobresale con Casimir, su último poemario. También este 2014 trajo libros nuevos de Claudio Bertoni (No queda otra), Roberto Parra (Vida, pasión y muerte de Violeta Parra), Gladys González (Calamina), Cristian Leontic (El codo del dibujante), Jaime Luis Huenún (Fanon city meu), Martín Gubbins (Cuaderno de composición), Armando Uribe (Haceche), Verónica Zondek (Nomeolvides: flores para nombrar la ignominia y Vagido), Alexis Figueroa (Finis térrea: apuntes de carretera), Juan Chapple (Un astro umbrío en el pérfido día brillante), Juan Cristóbal Romero (Polimnnia).

Pan caliente, agua en el desierto

Un aparte para los superventas del 2014. Se suele equiparar, sin mucha reflexión, ventas y calidad literaria, destapando un debate bastante manoseado, que suele surgir a la luz, por ejemplo, a la hora de otorgar un Premio Nacional de Literatura y situar entre los candidatos a escritores cuyos libros se venden como pan caliente.

En este punto la crítica y público comprador de libros jamás se han puesto de acuerdo. Aunque, como vender muchos libros en un país en el que, según dicen, nadie lee, tiene mérito, van algunos títulos que fueron grito y plata (plata, sobre todo). Logia, de Francisco Ortega es un fenómeno. Destrozado por críticos como Juan Manuel Vial, el volumen que se hunde en la conspiranoia de la Logia Lautarina ha agotado cuatro ediciones.

Si Ortega es nuevo en el pináculo de los bestsellers, para Pablo Simonetti el ranking de los más vendidos es como el living de su casa, y Jardín un nuevo palo al gato, tal como El vendedor de pájaros de otro vendedor estrella, Hernán Rivera Letelier. ¿Sandías caladas o bodrios?, acá lanzamos -con escasa vergüenza- el esférico al córner, y que juzgue el lector.

” Aparece novela de Juan Emar después de 89 años de reposo” por Lenoardo Sanhueza en Las Últimas Noticias

E n 1923, a los treinta años, Álvaro Yáñez Bianchi todavía no había adoptado el seudónimo de Juan Emar, pero sí había comenzado a escribir la novela Amor , cuyo protagonista se llamaba así, Juan, y en cuya historia ya están trazados muchos rasgos –incluso una escena clave de uno de sus cuentos futuros: la cabalgata en solitario por el campo– que harían célebre al más excéntrico y vanguardista de los narradores chilenos del siglo veinte. El borrador fue terminado en 1925 y su autor, que ya se había convertido en Emar, lo dejó reposar un tiempo.

Tal reposo duró 89 años, hasta estos días, en que Simón Ergas y Nicolás Leyton terminaron de descrifrar el manuscrito del Amor , libro que acaba de ver la luz bajo el sello de La Pollera Ediciones, que hace poco había rescatado otro libro inédito de Emar, Cavilaciones .

“No soy un experto en la literatura de Emar”, explica Ergas. “Pero nos horrorizamos al ver que tanto Cavilaciones como Amor estaban inéditos sin razón alguna”.

–¿Te parece que en Amor ya están presentes muchos aspectos del “mundo” de Emar, que vino a mostrarse recién en 1935, cuando publicó sus tres primeros libros?

–Si bien publicó sus libros en la década del 30, por algunas fechas en algún cuento queda claro que estaba escribiéndolos de antes. Además, con Cavilaciones abrió una búsqueda filosófica que se perpetuó luego hacia su obra literaria. Hay grandes temas que atraviesan su creación; su necesidad de comprender más al ser humano, su apreciación de las artes, la inevitabilidad del fuego creador que se cobija en el artista, sus preferencias por ciertos colores, las luchas generacionales con los artistas viejos y, sobre todo, su percepción tan subjetiva de la realidad, cosa que en algunos cuadros literarios lo llevaron a pintar imágenes absolutamente surrealistas. Las excursiones inspiradoras al campo, la locura por comprender el mundo intelectualmente, el sentimiento de soledad respecto a la gente “normal”. En Amor comenzó también a experimentar de manera estética sus ideas.

–La época en que escribió este libro (1923-25) coincide con la creación del seudónimo Jean Emar (1924), que luego quedó en Juan Emar. ¿Considerarías que este libro marca también su “nacimiento” literario?

–Podríamos decirlo. Hay una anécdota en la edición de este libro que podría responder esa pregunta, es una pregunta abierta que nos hicimos con quienes participaron de esta transcripción pero podría arrojar ciertas luces. El manuscrito de Amor tenía sus primeras veinte páginas mecanografiadas. Según la Fundación Emar, esas páginas fueron mecanografiadas por el mismo autor, considerando la tipografía, el formato y edad del papel. Es decir, creemos que él comenzó a revisar la novela, para cerrarla, quizás para publicarla. Lo interesante es que en esa porción “revisada”, el autor comenzó a cambiar el nombre del protagonista. Juan, que es el nombre que dejamos en la novela porque cubría la mayor porción del texto y quisimos intervenir lo menos posible, estaba pasando a llamarse Manolo. ¿Habrá decidido cambiar el nombre de su personaje porque él mismo estaba convirtiéndose en Juan?

 

Adelanto de Amor de Juan Emar

Según los informes que he tenido Juan era un muchacho que hablaba poco y que pensaba mucho, si pensar puede llamarse el vivir día y noche con la cabeza envuelta en ensoñaciones vagas cuyo punto de origen se ignora y cuya destinación se vislumbra apenas. Apercibíalas al pasar por su mente desde el origen misterioso hacia la destinación dudosa. Y le era grato apercibirlas así. A veces, en el campo, una flor abría el cauce de sus sueños; y en la ciudad, un transeúnte cualquiera, una vidriera o la vuelta de la esquina.

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