En una época en donde la Internet, la televisión y la radio son los medios hegemónicos, el circo parece una forma anacrónica de entretenimiento, una que, en nuestro país, se asocia a septiembre y a una curiosa combinación de identidad nacional, precariedad y comicidad. De hecho, dos obras me vienen a la mente con respecto a lo anterior, la primera es la película El gran circo Chamorro (1955) que da cuenta de la miseria de aquél mundo en un tono jocoso, algo que también hace desde la narrativa Alfonso Alcalde con El auriga Tristán Cardenilla (1967), en el cual se celebra la pobreza a través de un circo ya destruido y de artistas que tratan de integrarse al mundo laboral.
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