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Adelanto de Salir de Ramiro Gómez Gris

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Estoy ocupado intentando comprender lo general. Lo específico me parece vil detalle.
a) Suelo entender el error propio de esta elección.
b) A cada momento veo su pertinencia.

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La diversificación biológica (evolutiva) es en realidad una diversificación ética que repercute en una diversificación morfológica.

Esta idea, que puede significar mucho a quien la entienda, es una conclusión a la que se puede llegar mediante la contemplación de la naturaleza, o bien mediante la lectura de la Filosofía Zoológica (1809) de Lamarck, en cuya introducción se expresa lo siguiente:

“En su origen, lo físico y lo moral no constituyen, sin duda, más que una misma cosa. Estudiando la organización de los diferentes órdenes de animales conocidos es cuando hay posibilidad de poner en evidencia esta verdad. (…) Se ha reconocido ya la influencia de lo físico sobre lo moral, pero creo que todavía no se ha prestado gran atención a las influencias de lo moral sobre lo físico”.

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La filosofía es quizá el más grande de los amores no correspondidos.

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Propongo que en las escuelas la historia se enseñe como una gran copucha tragicómica con innumerables comienzos.

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Fuera de un universo teleológico, no debería existir el error.

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Lo ético puede basarse en lo político; de hecho, casi siempre lo hace. Sin embargo, también puede –y, en cierto sentido, debe– no hacerlo.

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Antes creía que la única ética coherente era la punk Los punks, asqueados en este paisaje ético, son los mejores cuando se trata de asumir esta realidad social como algo nefasto. Ven con claridad la falsedad, la injusticia y la estupidez, tres atributos evidentemente abundantes en la mayoría de las culturas que conocemos (y seguramente exacerbados en la nuestra). Los punks, los genuinos punks (no los de galería), desarrollan una crítica desde dentro y hacia la realidad social. Diógenes, Timón, Strummer, Evaristo, Redolés, el Cabra y tantos otros por ahí, verdaderos punks: honestos, sensibles y lejanos al miedo, encarnan una fuerza llena de razón, un escepticismo cargado de honor.

Sin embargo, el punk se queda ahí, revolcándose en lo social, y no sin grandísimas dificultades para mantener su posición de alegato. Desde un punto de vista ético, parece más interesante la posición del que ve lo social desde fuera, sin perturbarse por sus falsedades, ni por sus injusticias, ni por su abundante estupidez. Demócrito, Lichtemberg, La Mettrie y quizá cuántos más por ahí, olvidados del honor, ven con mayor claridad que el punk, y no se preocupan por mantener alguna posición: simplemente la ocupan.

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Vivimos en un tiempo cultural algo perverso, un tiempo que ha perdido mucha inocencia y muy repentinamente. Un tiempo que cree que se las sabe, pero que se equivoca de lo lindo, una y otra vez, como aquel hombre que sabe que come queso, y que de hecho come queso, pero un queso fabricado con jabón.

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Escala I

Empequeñecerse es una habilidad que se aprende en soledad y para la cual se requiere no poca energía. Funda la mirada que nuestros científicos, ingenuamente, reemplazan con aquellas magníficas ventanas: la lupa y el microscopio.

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Ojalá que la literatura no se pierda en esos infinitos detalles.

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Por mucho que nos quedemos aquí, plantados, leyendo, no alcanzaremos el saber del árbol.

Con esto no se pone en duda la importancia de la lectura, sólo se apunta una de sus limitaciones.

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En la evolución biológica, el entorno geográfico y climático es menos determinante que el entorno biológico, y mucho menos determinante que la voluntad de los individuos vivos en cuestión.

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Los silencios de un viajero que se lleva bien consigo mismo y que, por lo mismo, no emprende viaje. Los silencios del lagarto, los silencios de la medusa, los silencios de la bacteria.

Los silencios de las especies en estado definido.

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Darwin acepta que hay cierta “dosis de juicio o razón (…) aun en animales situados muy bajo en la escala de la naturaleza”, pero, al parecer, se resiste a aceptar que tal facultad no es exclusiva del reino animal, como sí lo pensaban Empédocles, Anaxágoras y Demócrito, entre muchos otros.

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El pueblo no tiene que tomarse el poder. Tampoco tiene que constituir un nuevo poder popular. El pueblo tiene y siempre ha tenido, de hecho, el poder. Lo único que debe hacer es ponerse de acuerdo.

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Los paisajes son más bellos cuando se logra entender algo del inmenso movimiento de las masas de roca y tierra sobre los que se dibujan, y mucho más bellos aun cuando se logra entender algo de la dinámica biológica que los habita.

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La práctica es un error en sí misma. Hay que ir directamente a hacer lo final (lo válido, lo definitivo), aunque sea mil veces.

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No hay pausas: todo el tiempo estamos en juego.

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Los padres: nuestros mayores maestros afectivos.

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Los amigos: nuestros mayores maestros éticos.

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Ser fuertemente crítico y a la vez indulgente, tanto con el resto como con uno mismo.

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Hay un inconsciente, y ese inconsciente es algo activo.

Freud y los psicoanalistas freudianos no se equivocan en esto.

En lo que sí se equivocan es en el lugar preponderante que le otorgan a lo inconsciente por sobre lo consciente-preconsciente.

Puede ocurrir que lo inconsciente prepondere muchas veces, pero no necesariamente en todos los casos. Aunque, quizá por efecto del mismo psicoanálisis (pero más probablemente por otras razones), cada vez son más los que prefieren resignar su voluntad a esas extrañas fuerzas traumáticas.

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A la larga, el juego es siempre el mismo: más muerte para la vida y más vida para la muerte.

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Con nuestra psicología ocurre algo muy interesante: será lo que nosotros definamos que es. Al parecer, el primero en darse cuenta de esto fue Ellis.

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Hay quienes tienen suficiente en la vida con la tarea de intentar parecerse a ellos mismos.

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“Ese güeón sería un extra en la película de su propia vida”, solía comentar el viejo Jano a propósito de ciertos personajes.

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No es posible indicar un punto estable en el espacio. Es decir, no podemos indicar ningún lugar en el planeta ni en el universo entero que esté quieto y que nos sirva como referencia.

Así, la astronomía está condenada a trabajar sin una verdadera regla.

Algo similar ocurre en la filosofía y en el resto de las ciencias.

Y sin un punto fundacional, nada seguro podemos saber ni de los tiempos ni de los espacios, y por lo tanto tampoco nos es posible decir algo claro respecto al sentido.

Este argumento escéptico y nihilista, tan elemental y tantas veces expresado, tal vez encuentre su mejor manifestación en las palabras y la figura del sobrino de Rameau.

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En el plano epistemológico, las ciencias no pueden más que establecer hipótesis para confirmarlas, refutarlas o arreglarlas.

No hay seguridad posible en sus teorías, no hay posibilidad de comprobar, realmente, nada.

Esta inevitable intelección escéptica debe ser asumida radicalmente.

No hay modo de establecer algo definitivo, pues la naturaleza misma, la realidad misma, con sus mecanismos, sus sorpresas y sus torpezas, es algo que va en cambio constante, en un cambio a la vez creativo y destructivo.

La trampa filosófica a la que se atiene toda ciencia para evadir mágicamente este muro, consiste en la conceptualización de ese cambio, en la teorización del cambio, dándole así un talante espiritual, estético, geométrico o –ya alejándose definitivamente del plano filosófico– meramente utilitarista.

No quieren asumir que no hay retorno, que no hay cíclica absoluta, no hay pauta que conecte, no hay espíritu, no hay dios, no hay relatividad conmensurable: no hay verdad quieta que pueda capturar el movimiento, el cambio esencial.

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Antes que todo: el principio de contraste.

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La belleza no puede prescindir del movimiento.

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Lo más miserable es el narcisismo. Por eso todos somos, en alguna medida, miserables.

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Un atributo elemental que siempre puede educarse en las primeras fases del desarrollo ontogenético: el vigor.

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Al maestro las canas pueden serle muy útiles para ocultar la caspa.

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El destilado de cualquier filosofía no es más que una opinión (o, en su defecto, un conjunto de opiniones).

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Una ética sólo puede ser superior a otra si éstas son comparadas en el mismo individuo. Dicho de otro modo: no puede haber una ética superior a otra si éstas son comparadas en diferentes individuos.

Y dicho de otro modo más: la ética es individual. Nadie puede juzgar éticamente a otro.

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Lamentablemente para la ética, el modo como cada uno decide vivir cada minuto y cada década de su vida, puede tener consecuencias muy distintas a las proyectadas.

(Cuando esta diferencia se vuelve extrema, suele hablarse de tragedias).

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“Cada quien con su cada quien”, reza la voz sureña.

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Buscar la felicidad constituye un error en sí mismo. Debemos razonar muy poco para ver que cualquier clase de eudemonismo apunta a su propio contrario. La felicidad es un objeto pleno, pero nosotros estamos imposibilitados de alcanzarlo –e incluso de creer alcanzarlo– en plenitud (entre otras razones: porque mientras más creamos tenerlo, más nos pesará el dolor de saber que en algún momento lo perderemos). Más interesante es esa idea oriental que podríamos traducir como armonía, pero aún ella adopta el nefasto defecto de convertirse en un objeto pleno.

Las religiones y sus distintas nociones de eternidad podrán tranquilizarnos, pero a cambio nos piden nuestro raciocinio.

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La ética es imposible sin raciocinio. Es más: no hay ética si el raciocinio no es radical y puesto en acción.

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Una de las razones que hacen de la embriaguez un estado tan excelente, es esa licencia que se le otorga al ebrio para decir las cosas de un modo más directo; esa especie de curtidura en la relación con el otro. Ahora, que muchos borrachos hagan un pésimo uso de ella, ese es otro tema.

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La naturaleza no nos cuenta sus secretos; más bien se los arrebatamos. Y si no conseguimos escucharlos, los agitamos, calentamos, martillamos, descuartizamos, hasta que algo ocurra con ellos.

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La gracia de la consciencia

Algunos han dado el paso ecológico de entender que cuidar la naturaleza salvaje es algo necesario para nuestra propia pervivencia en la Tierra. El paso que prácticamente nadie da es el de respetar la naturaleza salvaje por sí misma, para así empezar a vivir con ella, y no sólo de ella. (Vivir con la naturaleza salvaje, evidentemente, no implica dejar de cazar o de cultivar, sino más bien dejarle espacios suficientes para su desarrollo ecosistémico [lo que se traduce en dejar de invadir y –a estas alturas– ceder varios territorios ya invadidos] y respetar la independencia de las otras formas de vida). Si es que realmente somos algo novedoso en la naturaleza, ésta debería ser nuestra gracia.

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Hacer ejercicio es una medida paliativa. Nuestras actividades cotidianas deberían ser suficientes para mantenernos en forma. En esto muchos genios se equivocan.

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El hecho evidente de que cualquier sistema filosófico que se suponga acabado se transforma inmediatamente en fe no es suficiente para derribar al sistema filosófico en tanto tal.

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Es obvio que muchos reyes y emperadores fueron, desde muy niños, sistemáticamente enloquecidos. De un modo similar ocurre con varios de nuestros “políticos”: es posible que sus delirios –post locura– sean desórdenes necesarios para mantener lo social relativamente ordenado.

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Así como las tantas especies de aves que han perdido por comodidad la capacidad de volar, nosotros, homo sapiens, estamos rápidamente perdiendo la capacidad de pensar.

No vaya a ser que el neocórtex se nos convierta en órgano vestigial.

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Es posible que el peor defecto de la literatura de todos los tiempos no sea la inverosimilitud, sino la exageración. Y la mayor virtud, supongo, la función alegórica.

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Amigos ecologistas, la cosa no es tan grave. La naturaleza ya está respondiendo, y con fuerza: pronto los insectos devastarán nuestras débiles cosechas transgénicas, los peces radioactivos desordenarán nuestra genética y las bacterias amplificarán su gastronomía en nuestros estómagos y laboratorios, teniéndonos por comida y por excelente bebida, extinguiendo nuestras civilizaciones y diversificándose a sus anchas, como vienen haciéndolo desde tiempos inmemoriales.

Amigos ecologistas, la cosa no es tan grave. Podemos seguir contemplando el espectáculo, ataráxicos.

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Hoy en día un científico puede calcular de maravillas, pero sin sus máquinas se pone de rodillas.

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Admirando la planta de la papa descubrió la formidable flor de la maleza.

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