Primero que nada agradezco la invitación a Simón Ergas, de la Pollera Ediciones, para presentar el libro Manija del escritor J.P Zooey. Siempre es una bocanada de aire fresco leer lo que hacen los colegas de otros lugares de Latinoamérica y que mejor que sea en la Furia del Libro, la feria de las editoriales independientes.
Antes de venir para esta presentación ordenaba las ideas frente al computador cuando por un chat comenzó a hablarme el Carlitos. “Papito ¿Tenís una mano de pitos?”, escribió. “No, hueón”, le contesté y volví al documento. “Seguro, papito. Estoy entero angurry”, volvió a arremeter Carlitos y agregó un emoticon que delataba tristeza. “No tengo mano de pitos, hueón. Hablamos más tarde. Estoy armando la presentación de un libro que lanzamos más rato”, le dije. Alcancé a teclear un par de letras. “¿Y tú creís que en la presentación salga una manito de cuetes?”, me preguntó con una boca con una lengua afuera. “Ahora que lo pienso el libro se llama Manija, mano, manija… vós sabís que no hay peor trámite que el que no se hace”, le escribí tratando de sacármelo de encima. “Ya pos ¿Y dónde es la volada?”. “En el GAM”, contesté. “Nos vemos allá entonces, papito”, saltó el mensaje, acompañado del emoticon de perfecto, o de espléndido, pero que todos los volados sabemos que son los dos dedos característicos de los volados de corazón.
Presentación de la novela Manija escribí en el centro del Word, cuando saltó un nuevo mensaje, “¿En que andai, sapete?”, era el Mini Rambo, un amigo de otros tiempos, de cuando yo trabajaba en la línea de perros de un casino universitario. El mini Rambo es gendarme de la cárcel de San Miguel y nunca me creyó que yo era escritor. “¿Y qué hacís trabajando acá entonces? ¿No deberías ser platudo como todos los escritores? Además se supone que los escritores son inteligentes. Y vós soi más huevón que los perros nuevos”, me decía el loco mientras metíamos las bandejas en los hornos o lavábamos platos. “Después hablamos, Mini Rambo, estoy armando una presentación pa un libro de un escritor argentino”. “¿Qué libro, hueón? Vós soi entero cuentero. Te apuesto que es mentira. A ver ¿Cómo se llama?”, me desafió. “¿Quién? ¿El libro o el autor?”, le escribí. “El libro”. “Manija”. “¿Y el autor?”. “J.P. Zooey”. Mini Rambo escribiendo leí: “Sale pa allá, oh. Inventa nombres que parezcan reales por último, pos hueón. Así nunca vai a llegar a ser un escritor de verdad”, me dijo con un emoticon con cara enrojecida-furiosa. “Así se llama el autor, saco e huea”, lo putié molesto. “Y más encima al libro le ponís la Pija ¡Cómo se te ocurre tanta huevada!”, me increpó virtualmente. “Se llama Manija ¡No la pija, huevón! Manija, adjetivo: maniaco, sediento, acelerado, ansioso, o simplemente con ganas de más y más”, le chillé. “Disturbios en el patio, largo”, escribió con una carita de espanto o asombro y no supe más de él.
¿Por qué les comento mis chats? ¿Esos mismos que no le interesan a nadie? Porque tanto la vida moderna como el libro Manija, de J.P Zoey, están atiborrados de chats, de caritas que representan sentimientos, de selfies, de cuentas de Instagram, de videos bizarros de youtube y tutoriales. Y porque estas ventanas indiscretas a la mente y a las vidas de un puñado de náufragos de internet que nos presenta la novela, por momentos amenazan con volverse adictivas. Muchísimo más que la vida misma.
La novela Manija se estructura como una suerte de caja china endemoniada, donde a través de las ventanas de chat que se van abriendo alternadamente ante los ojos del lector, nos hacemos testigos de la vida que lleva Teo, un joven bonaerense que trabaja en la librería de un shopping, y cuyo único contacto con el mundo son las relaciones delirantes que tiene a través de su computador, las que nos van presentando al protagonista y cada uno de los seres mutantes con que se relaciona virtualmente, mientras se pasa los días colgado a la red chateando largo y tendido.
A través de Tinder, Teo conoce un buen o un mal día a Rocío, una chica con la que espera romper su marca personal de su relación más larga: un mes. Una misión nada fácil, ya que desde el primer instante Rocío con sus extravagancias hace parecer a Teo casi como un tipo normal. Es así como en vez de pasarse las horas follando como haríamos en la vieja escuela, Rocío y Teo queman su tiempo en otras cosas más posmodernas, como ver videos de ataques de tiburones en youtube, o de serpientes pitones devorando humanos, o de humanos comiendo carne cruda, o de vampiros humanos bebiendo sangre humana. Todas estas cosas las hace Rocío en su desesperada búsqueda por sentir algo, luego de las cuáles puede soñar con cosas lindas y hundirse cómodamente en la nada.
Otros de los seres con que Teo se relaciona a través de su computadora son Cato o Cata, un tipo que es hombre o mujer dependiendo del chat en el que esté hablando. Agustín, un chico obsesionado con las drogas, el arte, la literatura y que tiene una extrañísima relación con su madre. Con Nico, una lesbiana feminista recalcitrante que estudia medicina, quién vive obsesionada con el parecido que tienen los inicios de distintas canciones de la historia de la música, que habla en lenguaje inclusivo y le cuenta las historias de su vida y de cama a Teo. También está presente uno de mis personajes favoritos, la madre de Teo, una mujer desequilibrada emocionalmente que viaja a París a lanzar las cenizas de su perro Wei Wei a las aguas del río Sena, cuando en realidad tiene más ganas de lanzarse ella misma a sus sucias aguas y desaparecer para siempre en su cauce. La conexión virtual que tiene Teo con su madre, es casi como un cordón umbilical por el que siguen conectados, y el que les permite no tener necesidad de verse. Otro de los personajes centrales de Manija es un coach emocional que guía a personas por internet gratuitamente, entre ellas a Teo, con el que desmenuza las juntas con Rocío en sus chats. El coach emocional aplaude a Teo cuando su lenguaje es amplio y lo reta cuando su lenguaje se vuelve básico. Junto a él el protagonista lleva adelante un indescifrable entrenamiento emocional.
Manija es una novela rabiosamente actual. Detrás de las vidas de estos personajes ruge la crisis social Argentina, con el gobierno de Macri que invita a sus ciudadanos a ver cine a las plazas y llevar una frazada, para luego regalársela a aquellos compatriotas que “decidieron” vivir en la calle, no siguiendo la moda indie, sino la nueva moda que impera en Argentina y tantos lugares de Sudamérica, la moda indi-gente.
Cómo decía, Manija es una novela rabiosamente actual y divertida, que desde su bizarrez se configura como el espejo distorsionado del mundo real, y que da cuenta de la vida de tantos seres que pasan sus días sumidos en la absoluta soledad, a pesar de vivir rodeados de gente en las grandes ciudades, y que cuando dejan de mirar el monitor, pierden toda referencia vital. Una de esas novelas que parece no hablar de nada, pero termina hablando de todo.
No tenía el gusto de conocer a J.P Zooey hasta este libro, pero estaré atento a los próximos títulos de él que puedan publicarse en Chile. Al menos en mi caso espero que Manija funcione como la puerta de entrada a la obra del autor, ya que se trata de una novela rabiosamente fresca, como un suculento corte de sashimi, como un buen trozo de carne cruda, como dos peces ahogados en cocaína que nadan en el estómago de los amantes que planean su gran venganza contra el mundo. Esa venganza que desde siempre merecieron llevar a cabo.