Fuente: El Mercurio
Llegó la semana pasada de México, el sábado comenzará una gira por el sur de Chile y luego irá a festivales en Argentina, Uruguay, Brasil y Paraguay. El resto de los países sudamericanos los visitará en 2017. Andrés Montero… no es músico: nació en Santiago en 1990, estudió Historia, pero se retiró; luego Literatura y la dejó -porque le quitaba tiempo. “Si me hubiera dedicado a terminar la carrera no había ninguna posibilidad de que a mi edad tuviera tres libros publicados y una Compañía de Cuentacuentos (La Matrioska) que me permitiera vivir exclusivamente del arte”, explica. Vivir y, ya vimos, viajar: “Estamos aprovechando los viajes para seguir aprendiendo y conocer a otros cuenteros, porque tenemos en carpeta para el otro año la organización de un festival internacional en varias regiones de Chile”.
Autor de “La inútil perfección y otros cuentos sepiosos” (2012) y “Alguien toca la puerta. Relatos de leyendas chilenas” (2016), el pasado jueves Montero presentó su primera novela, “Tony Ninguno” (La Pollera Ediciones), con la que ganó una beca de creación del Consejo de la Cultura y fue finalista del Premio Clarín de Novela, en Argentina.
Decir mentiras
“Vengo de una familia de mentirosos, de esas familias grandes donde en los almuerzos de fin de semana el tema de conversación suele ser monopolizado por los viejos que hablan de los abuelos y los bisabuelos y las tías abuelas y cuentan sus historias y sus mentiras”, dice Montero al preguntarle cómo llegó a ser cuentacuentos.
En “Tony Ninguno” hay mucho de eso, mucho de ilusión y realidad, de mentira y verdad. Mucho de literatura: un misterioso árabe, que lleva consigo una copia de “Las mil y una noches”, llega al Gran Circo Garmendia junto a un silente niño. El niño y el libro se quedan a cargo de una joven trapecista que, sin embargo, empezará a ganar fama contando las historias de Sherezade. El resto -narrar y vivir lo narrado- se sigue de ahí.
“Para ser honesto -cuenta Montero-, mi interés no es tanto en ‘Las mil y una noches’ como en el marco narrativo del libro, es decir, la historia de la princesa que narra cuentos incompletos para no ser asesinada, que es un agregado muy posterior a los relatos que ya circulaban hace siglos en Oriente. No recuerdo cómo conocí esa historia, pero sí que me impresionó mucho esa idea y quise escribir sobre ella: contar cuentos para no morir, porque la princesa Sherezade solo estaba realmente a salvo mientras el rey Sahriyar estuviera escuchando y viviendo la ilusión de los cuentos. Entonces surgió la idea de ambientar la novela en un circo, que es un lugar donde hay ilusión por un par de horas, pero donde todo el resto del tiempo es de una realidad que puede ser muy cruda, sobre todo en los circos pequeños. Eso me pareció similar a la historia de Sherezade”.
-Y usted, ¿a quién quiere engañar o de qué quiere salvarse?
“No sé, creo que todos necesitamos nuestra cuota de ficción diaria para escapar un rato de algo. Por eso tienen tanto éxito las series televisivas. Escribir, contar cuentos, leer y ser un poco ludópata aumentan mis horas diarias de ficción. Es como dedicarle más horas a la ilusión que a la verdad o al revés, según quiera verse”.