Fuente: Revista Paula
El 8 de abril se cumplen cincuenta años de la muerte de Juan Emar, uno de los escritores chilenos más enigmáticos y originales del último tiempo, y se celebran con el lanzamiento a mediados de abril de Cavilaciones, selección de los diarios filosóficos que escribió en París en torno a 1920, cuando comenzó su mito fecundo.
Como buen hijo díscolo de la alta burguesía chilena –su padre, don Eliodoro, era senador y fundador del diario La Nación–, Álvaro Yáñez Bianchi (1893-1964) partió a París a ver el mundo con veintitantos años y volvió con nombre nuevo: Juan Emar, castellanización de la expresión francesa “j’en ai marre”, es decir, “estoy harto”. Si hasta entonces era conocido más que nada como pintor, de vuelta en Chile se convirtió en crítico de arte y defensor de las vanguardias. Más adelante, en 1934, comenzó una obra literaria deslumbrantemente imaginativa: los libros Miltín 1934, Un año y Ayer (publicados hace poco por Tajamar), y luego Diez, en 1937 (recién reeditado por Mago). Con estos cuatro textos breves, compuestos de relatos y fragmentos, Emar se volvería, sobre todo en su posteridad, un autor básico y de culto, único e inclasificable. Articuló de manera completamente original las liberaciones del surrealismo y otros movimientos artísticos rupturistas de Europa: pedazos de sueños y de la vida corriente, además de un humor oscuro y brillante al mismo tiempo, marcan una escritura que tiene la libertad mental propia de los niños y que se lee hoy con sorpresa y avidez.
Para llegar a esa liberación Emar pensó mucho. Esto consta en Cavilaciones, un rescate inédito de sus manuscritos de París en torno a 1920, editado por Simón Ergas y Nicolás Leyton, de La Pollera Ediciones. Los textos resultan fundamentales para comprender su proyecto de vida y de arte: en ellos está el momento en que se decidió a estar harto, a no aceptar más lo dado como verdadero y a salirse de las imposiciones de clase, de país, de lenguaje. “Dudar solo es posible cuando se empieza a suponer la posibilidad de que todo lo que tenemos, no diré por modales, sino por fijo, estable, inamovible, pudiese acaso ser considerado bajo otro punto de vista”, escribe. Emar aparece como precursor y como una conciencia que se propone despertar y explorar lo que se esconde, a la manera del argentino Macedonio Fernández. Escribe sobre el espíritu, lo oscuro, el arte y la sociedad, con profundidad y humor.
A medio siglo de su muerte, la Biblioteca Nacional –donde están guardados todos los manuscritos del escritor– prepara para el 23 de abril la muestra Notas de arte, que exhibe los textos que Juan Emar escribió para La Nación.
Su obra posterior es enorme y más difícil de leer: unas cinco mil páginas suma el libro Umbral, que se ha publicado por partes (son cuatro “pilares” y un “dintel”, según sus palabras), en el que desde los nombres hasta las sucesos plantean una refundación de la vida imaginaria, como si Chile y su mente se confundieran en un mundo nuevo: su amor se llama Guni Pirque, uno de sus alter egos es Desiderio Longotoma. También se han editado sus textos críticos y parte de sus diarios de juventud, cuando todavía no se llamaba Emar, además de selecciones de su correspondencia.