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Entrevista a Andrés Montero por Fundación La Fuente: “No había entendido la magnitud de este premio hasta que llegué a México”

Fuente: Fundación La Fuente

Cuentacuentista y escritor, Andrés Montero es autor de Tony Ninguno (La Pollera, 2016), novela ambientada en un circo, que acaba de ganar el premio iberoamericano Elena Poniatowska, otorgado por el gobierno de la Ciudad de México. Junto con este reconocimiento, hace una semana, Montero se transformó también en el nuevo ganador del premio Marta Brunet, que entrega el Consejo Nacional de la Cultura y las Artes, por su volumen Alguien toca la puerta. Leyendas chilenas (SM Ediciones 2016), en la categoría infantil. Nuestra colaboradora, María Jesús Blanche, conversó con Andrés sobre estos reconocimientos, los proyectos que vienen para el próximo año y las lecturas que lo forjaron como narrador.

A medio camino entre la narración oral y la escritura, Andrés Montero (1990) se ha perfilado como uno de los autores que viene a dar nuevos aires a la narrativa chilena reciente. Miembro cofundador de la compañía de cuentacuentos La Matrioska, este joven escritor chileno recibió el pasado 12 de octubre, en el marco de la inauguración de la XVII Feria Internacional del Libro del Zócalo, el Premio Iberoamericano de Novela Elena Poniatowska por su obra Tony Ninguno (La Pollera Editores, 2016), prestigioso galardón que reconoce a novelistas de alta calidad literaria en lengua española.

Esta novela, anteriormente merecedora del Premio Pedro de Oña en 2015 y finalista del Premio Clarín de Novela en 2014, nos muestra la vida tras bambalinas de un circo, escenario que permite a su autor abordar temas como la narración oral y el viaje de las historias a través del tiempo. Es también la historia del oficio circense en peligro de extinción y sus esfuerzos por mantenerse vivo y, finalmente, el relato de supervivencia de sus protagonistas, quienes encuentran en Las mil y una noches una vía de escape a una realidad demasiado cruda como para hacerle frente.

Sumado al reconocimiento internacional, el 26 de octubre en nuestro país, Andrés Montero fue anunciado como ganador del premio Marta Brunet del Consejo Nacional de la Cultura y las Artes, que reconoce a las obras literarias escritas para niños y jóvenes, por su novela Alguien toca la puerta. Leyendas chilenas (SM Ediciones, 2016). Tras su retorno de México, conversamos en profundidad con él sobre sus más recientes libros y sobre el vínculo existente entre los dos oficios que hoy ocupan sus días.

Andrés Montero recibiendo su galardón, junto a la escritora mexicana Elena Poniatowska y a las autoridades mexicanas y chilenas.

¿Cómo fue la experiencia de viajar a recibir el Premio Elena Poniatowska y participar en un evento como la Feria Internacional del Libro de México?

—Muy novedoso, como todo lo que se hace por primera vez. Nunca había sido invitado a una Feria. Estuve doce días paseándome por el Zócalo, aprovechando las actividades, preguntando por toda la nueva literatura mexicana. Aprendí muchísimo y me traje casi cuarenta libros de autores que antes nunca había escuchado nombrar. Además, todo el equipo de organización estaba muy pendiente de mí. Era un poco extraño generar esa atención. Creo que no había entendido la magnitud de este premio hasta que llegué a México.

¿Qué efectos crees que puede tener el hecho de que tu libro, publicado por una editorial independiente, haya recibido este premio a nivel iberoamericano?

—Quizás es demasiado optimista, pero me gustaría que el público general se acercase a los libros que publican las editoriales independientes, los comprara y los leyera. No es que no pase, pero la cantidad de lectores debe aumentar para que las editoriales independientes dejen de depender de los Fondos del Consejo del Libro.

El premio Elena Poniatowska lo habían ganado antes solamente libros publicados por Anagrama, Alfaguara, Penguin Random House hasta que, de repente, aparece La Pollera, de Santiago de Chile. En este sentido, este premio podría considerarse un pequeño hito en el camino de las editoriales independientes nacionales, una forma de decir que se están haciendo bien las cosas. Tony Ninguno fue rechazada por Alfaguara y PRH. Hoy pienso que menos mal, porque gracias a eso llegó a La Pollera Editores, que midió la novela por sus virtudes literarias y no por su proyección comercial.

Portada del libro “Tony Ninguno”, presente en la Feria Internacional del LIbro de Ciudad de México, instalada en el Zócalo de la ciudad. Créditos: Twitter La Pollera.

Cuéntanos cómo fue el proceso de escritura de Tony Ninguno.

—Desde que se me ocurrió la primera idea hasta que el libro estuvo publicado, pasaron cinco años. Comencé leyendo e investigando sobre Las mil y una noches, luego apareció la idea de ambientar la historia en un circo y me pasé cerca de un año investigando ese tema, incluso pasé varias noches en un circo que andaba de gira por la Sexta Región (armé mi carpa dentro de la carpa). Esa parte de la investigación fue la que me dio el tono que necesitaba la novela. Por mientras, avanzaba en algunos borradores, se los pasaba a amigos, volvía a escribir. En la mitad gané la Beca de Creación Literaria, lo cual me vino muy bien para terminarla y cuando ya estuvo lista, la postulé al Premio Clarín de Novela, donde resultó finalista. Con eso bajo el brazo, la mandé a un par de editoriales transnacionales y a unas tres o cuatro independientes, pero no pescaron; excepto La Pollera, quienes me respondieron y se mostraron interesados. Ellos hicieron un trabajo muy bueno en la edición y el libro creció harto.

En el transcurso de la edición, nos enteramos de que había ganado el Premio Pedro de Oña y que resultó finalista de los Juegos Literarios Gabriela Mistral. Yo pensé que con todo eso atrás la novela iba a ser un golazo, pero los críticos no dijeron ni pío (con un par de excepciones). Simplemente, no la leyeron. Aunque no me quejo, porque los lectores sí la agarraron, la criticaron, subieron reseñas, la compartieron y, en general, les gustó mucho.

¿En qué momento aparece el circo como el escenario perfecto para tu relato?

—Yo quería hablar de Las mil y una noches. Quería actualizar ese relato milenario porque en el fondo es la historia de un femicida psicópata, el rey Sahriyar, y de Sherezade, una mujer que se salva solo gracias a su memoria e inteligencia. Me parecía que esa historia era muy actual y había que contarla de nuevo, pero no sabía desde qué lugar. Entonces apareció la idea del circo, que tiene muchas similitudes con un palacio, por su estructura jerárquica y cerrada, y también con las historias, por su itinerancia.

Con tu compañía La Matrioska utilizan los cuentacuentos como una herramienta de difusión de la memoria y preservación del patrimonio inmaterial. ¿Es este mismo interés el que te hace fijar la mirada en el circo para escribir Tony Ninguno?

—Puede ser, me interesa todo lo patrimonial, aunque no con afán nostálgico, sino porque veo un valor simbólico excepcional en muchas tradiciones, ritos e historias antiguas. No respeto ni comparto tradiciones como el rodeo, pero, por ejemplo, hay algo en un duelo de payadores que es de una belleza y nobleza incomparables, algo que no se encuentra en ninguna otra parte. En Frutillar, por ejemplo, fui a un circo donde un payaso recitó el poema en décimas que escribió el Tony Caluga, que es una maravilla, y la gente pifió. Eso no pasaría si estuviéramos más cerca de nuestro patrimonio, si los niños recibieran la visita de un payador o de un adivinancero en su colegio. No sé si este libro haga su aporte en el sentido de la valoración del circo tradicional, pero espero que sí.

La Matrioska es una Compañía de Cuentacuentos y Productora Cultural, compuesta por Andrés Montero y Nicole Castillo, que se dedican de forma profesional al arte de contar, difundir y rescatar historias. Créditos: lamatrioska.cl

Construyendo realidades

Mucho más cercano a su oficio de cuentacuentos, se encuentra el libro Alguien toca la puerta (2016), con seis relatos que recopilan parte de las historias que el autor junto con Nicole Castillo han contado en las funciones de La Matrioska, tanto en Chile como en el extranjero. Publicado por Ediciones SM para el público infantil, las historias se nos presentan como resultado de los viajes, encuentros y conversaciones que sostuvo el narrador con personas de los pueblos más recónditos de nuestro país, quienes le mostraron un mundo de tradición oral y misteriosas leyendas sobre la noche de San Juan, encuentros con el diablo o enfrentamientos con la muerte. Sobre la veracidad de los hechos, nos dice el autor en la introducción del libro: “Al finalizar las funciones siempre me preguntan si es verdad o no todo lo que he dicho. Ya estoy medio acostumbrado. Pero si te digo la verdad, no me gusta esa pregunta. No me gusta porque es como creer que existe todo lo verdadero, por un lado, y todo lo falso, por otro. ¿Y quién dice que eso es así?”

¿Crees que el oficio de cuentacuentos incide en tu trabajo como escritor, en la forma en que desarrollas un tema, un estilo o estructuras una narración?

—Creo que ambos oficios se complementan. Ser escritor me ayuda a estructurar mejor las narraciones orales, saber dónde terminarlas, dónde empezarlas, cómo adaptar diálogos, etc. Y ser narrador me ha ayudado a entender que al público no se puede dejarlo botado ni un segundo, que la atención debe ser permanente, total, que no se puede pinchar la atmósfera que se crea. Trato de pasar eso a mis libros. Intento que no haya ninguna parte fome, aunque a mí me guste. Quizás donde más se note esto es en Alguien toca la puerta, pues son historias que yo le contaba a los cabros de sexto, séptimo, octavo básico, y que después las escribí, a instancias de Catalina Echeverría de la editorial SM, que nos contactó un día para preguntarnos si queríamos escribir las historias que contábamos en nuestras funciones. Entonces las historias de ese libro son súper orales. Cuando visito a los niños, que lo están leyendo por el Plan Lector, siempre me dicen que lo que más les gusta del libro es que parece que no estuvieran leyendo, sino que se lo estuvieran contando. Para mí, eso es la felicidad máxima.

¿Qué autores han sido fundamentales para tu desarrollo como escritor?

—Podría pensar en un orden cronológico. En la infancia y preadolescencia, Marcela Paz sin duda. Empecé a escribir a los ocho años solamente para ser como Papelucho. Aunque también habría que agregar a René Goscinny, el guionista de Astérix y Lucky Luke, a Hergé, creador deTintín, y a los chilenos Themo Lobos y Guido Vallejos. Aprendí lo que era una historia estructurada leyendo sus cómics. Pero quizá el momento más importante para mi carrera fue cuando leí Todos los fuegos el fuego, de Julio Cortázar, ahí me dije: esto quiero hacer yo, toda la vida. Y empecé a copiarle a Cortázar, total ya se había muerto. Eran cuentos súper circulares, con la cachetada metafísica al final. Luego leí a Manuel Rojas, García Márquez, Rulfo, Abelardo Castillo y a Roberto Bolaño, y empecé a encontrar una voz más propia. Luego a Mario Levrero, que me hizo ver de otra forma la literatura.

Hoy en día no me identifico con ningún autor, leo saltado y de todo. Este año, por ejemplo, leí por primera vez a Javier Cercas y me fascinó, igual que la novela del jamaicano Marlon James, Breve historia de siete asesinatos. Sí tengo alguna admiración particular por los cronistas latinoamericanos: Caparrós, Leila Guerriero, Salcedo Ramos, pero cuando he intentado escribir crónica hecho demasiado de menos la ficción, así que creo que me quedaré a este lado de la cancha.

El escritor jamaicano Marlon James, ganador de Man Book Prize 2015 por su novela “Breve historia de siete asesinatos”. Créditos: The Independent, UK

Publicaste tu primer libro con solo 22 años, edad en la que muchos narradores recurren a talleres literarios. ¿Qué opinión tienes sobre estas instancias? ¿De qué manera un joven escritor logra encontrar un estilo propio?

—Yo participé en dos talleres literarios, pero eran horizontales, es decir, sin profesor guía, solo entre amigos. En el que estuve más tiempo, nos juntábamos una vez a la semana, leíamos lo que cada uno escribía, nos hacíamos pedazos, generalmente nos emborrachábamos y después salíamos de fiesta. Nos sentíamos como si fuéramos los infrarrealistas de Santiago. Para mí, que tenía veinte años, era lo máximo, porque todos eran mayores que yo y conocían miles de autores. Siento que esos talleres me formaron mucho. Ahí escuché hablar por primera vez de Bolaño, de Perec, de Lamborghini, de Houellebecq. Y pienso que un taller sirve para eso: para conocer otros gustos literarios, otras plumas y, sobre todo, para compartir lo que uno escribe, porque te obliga a estar escribiendo todo el tiempo y te vas puliendo. Yo no fui a la Universidad, apenas un par de semestres, y siento que esos talleres fueron el principio de mi formación literaria. De modo que creo que sirven, pero no para aprender a escribir, sino para aprender a leer. Y si uno aprende a leer, seguramente cuando escriba lo hará mejor.

¿Crees que tu obra se distancia de la autoficción como tendencia literaria en Chile?

—No, yo no me identifico para nada con esa corriente, pero también habría que revisar si efectivamente la autoficción sigue siendo una tendencia. Yo creo que no. Siguen saliendo libros de ese estilo, claro, pero este año, por ejemplo, uno de los libros que más llamó la atención fue Jeidi (Libros del Laurel, 2017), de Isabel Margarita Bustos, que no tiene nada de eso. Creo que me siento mucho más cercano a esa escritura o a la de autores como Cristián Geisse, Cristóbal Gaete, Francisco Ovando, Daniel Campusano, Bruno Lloret o Marcelo Simonetti. Igual hay algunos libros de autoficción que sí me han gustado, como Colección particular, de Gonzalo Eltesch, o Formas de volver a casa, de Zambra. Pero en general el resto me parecen planos, algo insípidos, con personajes que se encogen de hombros por todo y que siempre tienen problemas con el papá. No entiendo cómo pudo durar tanto el boom. Creo que fue un mal boom, que no va a dejar para el futuro más que una muestra social de que en una época, en Chile, había una gran necesidad de rayarse con palabras el ombligo.

—¿Tienes intenciones de seguir escribiendo para el público infantil, algún proyecto en camino?

—Me interesa dedicarme un rato a la literatura infanto-juvenil. Digamos desde los 11 años para arriba. El próximo año saldrá una novela para jóvenes con SM, que fue finalista del Premio Barco de Vapor. Ahora estoy corrigiendo ese manuscrito. Paralelamente, estoy empezando una novela que es una reconstrucción polifónica del enfrentamiento entre dos famosos payadores: don Javier de la Rosa y el mulato Taguada. Se dice que estuvieron 96 horas payando, hasta que don Javier venció al mulato preguntándole por temas escatológicos, que Taguada ignoraba. Esto ocurrió en 1790 o 1830 (no hay acuerdo), al parecer en San Vicente de Tagua Tagua (tampoco hay acuerdo), y don Javier representaba a los terratenientes y el mulato al pueblo campesino. Es tal vez la primera leyenda chilena-chilena. Quiero escribir esta novela, porque como dice Abelardo Castillo en uno de sus cuentos: “No importa que esto no haya ocurrido nunca. Lo que importa es contarlo”.

Y por último, estoy armando la editorial Casa Contada, que se dedicará a publicar libros teóricos sobre narración oral. Estamos escribiendo un texto junto a Nicole, mi compañera, que se titula Por qué contar cuentos en el siglo XXI, y que sería, en principio, uno de los dos libros que publicará la editorial en 2018.

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