Fuente: RAdio UNiversidad de CHile
El 24 de agosto de 1962, el diario norteamericano The New York Times publicó una nota que anunciaba “una serie de inflamables ensayos anti religiosos escritos por Mark Twain en sus últimos años”, y que serían publicados en un libro por primera vez el 21 de septiembre de ese mismo año. La nota señalaba que esos escritos del autor de Tom Sawyer, habían sido cautelosamente retenidos por su hija, Clara Clemens Samossoud, desde 1939 debido al tono “al tono humorístico y de venenoso punto de vista”. Sin embargo, era hora de darlos a conocer a los lectores, ya que “la opinión pública ya se ha vuelto más tolerante”, declaró la hija del escritor, y “Mark Twain pertenece al mundo”, concluyó la mujer de 88 años de edad.
Es el origen de Cartas desde la tierra, volumen publicado 52 años después de la muerte de su autor, ocurrida en abril de 1910, y que ahora vuelve a librerías nacionales a través del sello La Pollera, con traducción del escritor chileno radicado en Buenos Aires, Fernando Correa Navarro, quien también se ocupó de la traducción de La construcción del sueño (Editorial Alquimia, 2015), del filósofo y premio Nobel de Literatura 1927, Henri Bergson.
Contrario a los bonachones personajes de Tom Sawyer o el Príncipe y el mendigo, Mark Twain ya había dado muestra de su ingenio en la narración cómica basada en personajes de la cultura religiosa, pero a la vez de gran profundidad en la reflexión, como en el breve volumen Los diarios de Adán y Eva, en el que conocemos los avatares y complicaciones que generan la vida en pareja y la convivencia aun en el Paraíso. A través de relatos paralelos, primero Adán y luego Eva nos van contando sus angustias y anhelos, los que, a decir verdad, no son muy distintos de las de cualquier relación de pareja nuestro tiempo. En Cartas desde la tierra, Twain da voz al mismísimo Satanás, quien ha sido exiliado a la tierra por Dios porque “había estado haciendo gloriosos comentarios de una de las luminosas empresas del creador – comentarios que, entre líneas, eran leídos como sarcasmos –. Los había hecho confidencialmente a sus más amigos, los otros arcángeles, pero fue escuchado por arcángeles comunes y reportado a la central”. Entonces, es enviado a “ver cómo iba yendo el experimento de la raza humana”, desde donde redactará las epístolas para sus amigos en el cielo, Miguel y Gabriel.
En ellas, el desterrado reflexiona sobre la fe del hombre, en la construcción de ese dios absolutamente piadoso y en la creencia de estar hecho “a su imagen y semejanza”, mientras en la tierra se matan unos a otros sin piedad, sin aprender de sus errores. En una de las cartas, un sorprendido Satanás describe el hábito de rezar, pues la humanidad piensa que “el creador se acomoda en su trono y vibra y disfruta con estás extravagancias. Le reza todos los días para que lo ayude y para que lo mime y lo proteja; y lo hace esperanzado y confiado, también, aunque ni una sola de sus oraciones hayan sido respondidas jamás. La lucha diaria, el rechazo diario, no lo desalienta, igual sigue rezando. Hay algo casi lindo en su perseverancia”.
Twain no objeta la existencia de Dios, sino que se aventura a discrepar de la imagen construida a lo largo de la historia, como el reverso de la estampita religiosa de la perfección y la trascendencia. La humanidad, anota Satanás, “¡piensa que va a ir al cielo! Tiene educadores asalariados que le dicen esto. También, que hay un infierno, de fuego sin fin, y que irá allí si no respeta los Mandamientos. ¿Qué son los Mandamientos? Toda una curiosidad”.
Señalado como su testamento sobre la religión y la visión inmaculada de ella través de la historia, Cartas desde la tierra es además un espejo de las contradicciones del ser humano, de los actos irracionales y la fuerza de la cultura judeo-cristiana en la sociedad occidental. Un breve volumen que destila toda la mirada crítica de Mark Twain, con abundante humor, ingenio e ironía hacia la llamada sanación del alma y los dogmas de la fe. Inquietudes que dejó plasmada en ensayos e historias que fueron publicadas solo después de su muerte.