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Adelanto de Teatro de José Edwards

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Post-Morem
Primer acto

Se abre el telón.

Al principio del escenario, a manera de un segundo telón, aparece una especie de muralla deteriorada y envilecida por pequeñas o grandes inscripciones clandestinas. La muralla contiene una puerta diminuta.

Esta puerta está cerrada.

En el estrecho espacio situado entre el telón y este segundo telón, aparece, emergiendo de algún lado, Adán II. Es un sujeto de aspecto amorfo y estatura más bien elevada, premunido por un ofensivo par de anteojos oscuros; su edad fluctúa alrededor de los 35 años aun cuando representa más, ya que su aspecto es el de un profesor, un tecnócrata o algo semejante.

Adán II.- (Se palpa meticulosa y pedantemente.) Puedo tocarme, por consiguiente estoy vivo. Mis manos pueden tocar mi cuerpo, detectar su presencia y registrar su temperatura que aparentemente es normal; no estoy helado como estaría un cadáver. Mis manos tampoco están heladas ni muertas: primero, porque pueden moverse y tocar, y segundo porque su temperatura es tibia, como puede aseverar mi vientre, (Se toca el vientre.) mis piernas (Se toca las piernas.) y mi cabeza. (Se toca con ambas manos la cabeza; enseguida se quita los anteojos; su aspecto se torna lamentable como el de un niño miope extraviado. Perplejo, como para sí.) Palpo, luego existo.

Tras una breve aunque patética pausa, vuelve a colocarse los anteojos y se pasea furiosamente monologando de un lado al otro del estrecho escenario.

Adán II.-Y sin embargo, es imposible, ¡imposible! Hace apenas un cuarto de hora caíamos despeñados. El automóvil se volcaba despedazándose y nos golpeamos violentamente contra el techo; contra los vidrios; los vidrios se rompieron y luego empezamos a incendiarnos. El humo penetró en mis pulmones mientras el fuego quemaba mi ropa, mi chaqueta, mi camisa… ¡Mi cuerpo! ¡Sí! Recuerdo el dolor, el insufrible dolor de las llamas… (Mirándose y tocándose una vez más.) ¡Y, sin embargo, todo se conserva intacto: mi ropa, mi piel, hasta mis anteojos! Recuerdo perfectamente que, al primer golpe, se hicieron trizas. (Se quita los anteojos por segunda vez y los mira, o más bien los palpa angustiosamente. Saca un pañuelo de su bolsillo y los limpia, volviendo a colocárselos.) Mi cartera está en su lugar. (La saca del bolsillo, la examina y vuelve a guardarla.) Mi libreta de cheques, mis llaves. (Hace lo mismo con estos dos objetos aun con mayor meticulosidad, examinando los cheques y contando, una por una, todas las llaves de su llavero. Luego coloca cada cosa en su lugar y continúa paseándose.) Aparece Eva, también por un lado. Es una mujer de unos 30 años, normalmente atractiva. También lleva anteojos negros.

Adán II corre hacia ella abrazándola y palpándola en forma también meticulosa aunque menos pedante: en su actividad táctil puede observarse una inarmónica conjunción de empirismo y voluptuosidad.

Adán II.- ¡Eva!… ¡Eva!… ¿Estás viva? ¿Estás entera? ¿No te ha sucedido nada?

La escena erótico-científica se prolonga un tanto; mientras palpa, Adán II pregunta a Eva rápidamente.

Adán II.- ¿No te has golpeado? ¿No te has ahogado con el humo? ¿No te has quemado? ¿No has sufrido, querida?

Eva.- (Soltándose de los brazos de Adán II, corre hasta el otro extremo de la escena y procede a palparse ella misma.) ¿Qué ocurre? ¿Qué me ha sucedido? ¿Por qué estoy aquí? (Tocándose y examinándose.) ¡Yo debiera estar muerta!

Adán II.- Y yo también.

Eva.- Pero no lo estamos. Hace un segundo…

Adán II.- O un cuarto de segundo…

Eva.- Hace un segundo yo me estaba incendiando… ¡El pelo! (Se toca la cabeza con incredulidad.) Pero ¿dónde estamos? ¿Dónde está el acantilado… el automóvil? ¿Dónde está? (Pausa.) Aparece Adán I por el lado contrario. Es un sujeto pequeño y nervioso, de unos 40 años; se apoya con su mano izquierda en un bastón y lleva un revolver en la derecha.

Adán II.- (Arrojándosele violentamente al cuello.) ¡¡Asesino!!

Adán I se esconde cobardemente detrás de Eva.

Adán II lo increpa violentamente.

Adán II.- ¡Cobarde, gusano, sale de tu escondite! ¿No te da vergüenza esconderte detrás de una mujer?

Adán I.- (Aterrado pero sarcástico.) A mí nada me da vergüenza.

Adán II.- ¡Sinvergüenza!

Adán I.- Exactamente.

La persecución prosigue alrededor de Eva, quien sirve de parapeto o de biombo a Adán I contra Adán II. El primero maniobra astutamente evadiendo los ataques del segundo. Por fin, sintiéndose ya más seguro, prosigue su discurso o vuelve verbalmente a la carga o contra-ataque.

Adán I.- Por lo demás yo no me escondo detrás de una mujer, como usted dice. Me escondo, y tengo derecho a hacerlo, detrás de mi propia mujer. Eva es mi esposa legítima.

Adán II.- (Con sorna.) ¡Legítima!… (Prosigue la persecución alrededor de Eva.)

Adán I.- Hasta el momento no le he concedido el divorcio.

Adán II.- ¡Hipócrita!

Adán I.- ¿Porque no le he concedido el divorcio? ¿Y qué tiene que ver eso con la hipocresía?

Adán II.- (Abriéndose un hueco, o sorprendiendo la defensa, se arroja sobre Adán I, gritando.) ¡Fariseo!

Eva.- (Se interpone entre ambos; con autoridad, a Adán II.) ¡Adán! ¡Deja tranquilo a Adán, te lo ruego! (Adán II se retira de mala gana.) Adán I.- (Sarcástico a Eva.) Adán, Adán, Adán, Adán… ¿Por qué te empeñas en bautizar a todos tus amantes con mi nombre? Al menos podrías identificarlos con un número sustituto: uno, dos, tres… o Adán cinco, seis, siete, ocho o nueve. (A Adán II, con deliberada impertinencia.) ¿Qué número tiene usted?

Adán II.- (Visiblemente afectado, balbucea.) ¡Imbécil! ¡Puerco imbécil! ¡Mugriento bufón! ¡Te aplastaré como se aplasta un insecto! (Tocando a Eva suavemente en el hombro.) Eva querida, retírate, te lo ruego. Déjame asesinar a este… A este… ¡Escarabajo!

Adán I.- (Aterrado, lo apunta temblando con su revólver.) Si avanza un paso, disparo. (Ambos quedan inmóviles, uno frente a otro.)

Eva los contempla un momento, y luego ríe in crescendo histéricamente, interminablemente. Su risa parece desahogarla y desahogar o relajar la tensión general. Adán II baja los brazos y Adán I baja la pistola. Ambos parecen sentirse incómodos o ridículos. Cuando Eva termina de reír, Adán II aventura una tímida pregunta.

Adán II.- ¿Puede saberse de qué te ríes?

La pregunta vuelve a provocar la risa de Eva. Primero histérica y radiante, luego suavizada o cansada. Deja bruscamente de reír.

Eva.- ¡De ustedes, por supuesto! ¡Quieren matarse y temen morir; como si, después de todo lo que ha pasado, la muerte fuera todavía posible! Hemos caído al fondo de un precipicio, nos hemos roto la cabeza, nos hemos asfixiado, nos hemos quemado de arriba abajo y continuamos viviendo. La muerte es una fábula, una ilusión, un cuento de hadas: estamos atrapados; nunca podremos escapar a nosotros mismos… ¡Somos inmortales!… (A Adán II.) ¡Trata de estrangularlo y verás que de alguna manera volverá a resucitar, como un mono porfiado! (A Adán I.) ¡Dispara tu pistola de juguete: ya está probado que no puede hacer ningún daño a nadie!

Adán I guarda su pistola y se toca disimuladamente la cabeza y el cuerpo sin hacer ninguna observación. Tras breve pausa aparece, también por un costado, el Chofer.

Es un individuo ordinario, de preferencia gordo. Apenas ve a Adán I se lanza encima de él y, sin dejarle tiempo para defenderse o huir, le aprieta con ambas manos el cuello.

Chofer.- ¡Asesino!

Eva y Adán II tratan de sujetarlo; en el mismo instante Adán I reacciona desesperadamente y sacando su pistola dispara a quemarropa sobre el abdomen del Chofer. Éste retrocede lentamente tocándose su cuerpo, como lo han hecho antes que él los otros tres personajes; pero su actitud es más dramática, más pausada, más solemne y más patética. Esto se explica tal vez por cuanto se trata del primer disparo efectivo y bullicioso que ha resonado de verdad en todo el ambiente del teatro.

Su actitud es la de un individuo mortalmente herido; sus gestos y actitudes parecen anticipar que, de un momento a otro, caerá fulminado para no levantarse más. Pero no cae. Por fin en vista de su impotencia para desplomarse, se sienta en el suelo sin dejar de tocarse aprensiva y angustiosamente.

Chofer.- ¡Estoy muerto! (Palpándose aterrado, en un paroxismo de angustia.) ¡Me han asesinado!

Adán I.- (Sarcástico.) Por segunda vez.

Chofer.- (Sin oírlo.) ¡Me han quitado la vida! ¡Mi única vida! Ahora ¿qué soy? ¡No soy nada! ¡No soy nadie! ¡He dejado de ser!

Adán I.- Es el destino de muchos choferes de taxi.

Chofer.- (Desde el suelo increpa a Adán I, levantando la mano y acusándolo con el dedo.) ¡Usted! ¡Usted me ha disparado a mansalva, asesinándome! Y además ha destruido mi auto recién comprado. ¡Me he desbarrancado y lo he hecho pedazos! ¡Se ha incendiado! ¡Y ni siquiera tenía seguro! ¿Qué va a ser ahora de mí? ¿Cómo podré ganarme la vida?

Eva.- No veo para qué tenga que ganarse la vida si está muerto.

Chofer.- ¡No entiendo nada! (Trata de levantarse lo cual produce gran terror a Adán I, pero, luego de dar uno o dos pasos vuelve a sentarse en el suelo, tapándose la cara con las manos. Está a punto de llorar.) Adán II.- Señor, créame que lamento profundamente lo ocurrido. A pesar de no tener ninguna culpa en esto, estaría dispuesto en cierto modo a indemnizarlo. (Enfrentando a Adán I.) El único responsable de este grotesco accidente es este… (Buscando la palabra o el insulto más aplastante.)… este…. este… ¡irresponsable!

Adán I.- ¿En qué quedamos? ¿Soy responsable o irresponsable?

Adán II.- (Fuera de sí.) ¡Usted es un esquizofrénico, un maniático corroído por los celos, un miserable cornudo!

Adán I.- Cuidado con hablar de cuernos.

Adán II.- (Amenazante.) ¿Qué quiere usted decir? Le exijo que se explique. ¿Qué pretende sugerir?

Adán I.- (Apuntando una vez más con su revólver.) Simplemente que la posesión de cuernos no es un privilegio exclusivo de los maridos legítimos.

Adán II.- (Refiriéndose al revolver.) ¡Abandone ese juguete y lo despedazaré!

Adán I.- No, gracias.

Adán II.- Entonces, ¡dispare! Está visto que su juguete no sirve para nada.

Adán I.- (Refugiándose detrás de Eva.) Y, sin embargo…

Eva.- (Interrumpiéndo a Adán II.) Tampoco sirven de nada tus juguetes, Adán, cualesquiera que sean: tus manos, tus puños, tus pies. De nada sirven las pistolas, los golpes ni las cortaplumas: solo se muere una vez y, como dijo con mucha razón el señor chofer, él está muerto y todos estamos muertos.

Adán II.- (Incrédulo.) Y, sin embargo, podemos movernos, respirar y hablar. ¡Es increíble!

Adán I.- Pero cierto. (Pausa.)

Eva.- Está visto que nada obtendremos con discutir o llorar.

Adán II.- Debemos hacer algo. (Pausa.)

Eva.- Ahí al frente hay una muralla y una puerta.

Todos miran hacia el segundo telón, profundamente sorprendidos e interesados: aparentemente hasta el momento no habían reparado en su existencia.

Adán II.- (Ejecutivo.) Es preciso entrar y ver qué es lo que pasa al otro lado. A lo mejor hay alguien adentro.

Se dirige decididamente en dirección a la puerta. Todos lo siguen.

El Chofer se levanta bruscamente, ahora lleno de energías tratando de tomar la delantera.

Chofer.- ¡Parece un retén de carabineros!

Adán II golpea la pequeña puerta, una y otra vez, por último ésta se abre a medias y todos penetran adentro. La puerta vuelve a cerrarse y, por un minuto, el escenario queda vacío. Durante este lapso, los espectadores pueden contemplar la muralla o telón 2, blanquísimo y profusamente iluminado con sus inscripciones o garabatos: “Lasciate ogni speranza”, una vez cumplido el lapso indicado, aparece por un costado de la escena el Diablo I. Es un ridículo diablo de carnaval, todo vestido de rojo, con una cola y dos cuernos de género rellenos de crin de caballo o algodón. Su cara está a medias descubierta aunque oculta también a medias por un monumental bigote negrísimo y afilado en las puntas. Su estatura es más elevada que la de los Diablos II, III, IV y V, que aparecerán enseguida; su porte es erecto y casi marcial, como el de un suboficial, jefe de obra o capataz. En sus manos lleva un grueso libro: La Divina Comedia. Aparecen cuatro diablos menores, aun más ridículos que el primero, vale decir, menos airosos y peor disfrazados.

Diablo I.- (Golpeando las manos, autoritariamente.) ¡Tagliatella! ¡Maccaroni! ¡Capello d´Angeli! ¡Spaghetti! ¡Súbito!

Los cuatro diablos menores proceden a desarmar el telón 2; se confunden, tropiezan unos con otros; no atinan a compaginar la faena; martillan, desclavan y, por equivocación, se martillan unos a otros la cabeza. Después de muchos esfuerzos logran separar un panel de otro, el cual se ladea, amenazando con derrumbarse y derrumbar anticipada y catastróficamente todo el telón. Luego logran volver a colocarlo en su lugar; apuntalan los paneles colindantes y por fin logran sacarlo limpiamente entre todos, por un costado del escenario.

El Diablo I suponiendo, optimista, que todo se ha normalizado de acuerdo a un plan preestablecido, se desentiende momentáneamente de los trabajos y, dirigiéndose en forma lírico-dramática a la concurrencia, mientras el primer panel es removido, declama, citando al Dante, con el libro en la mano, lee: “Nel mezzo del cammin di nostra vita

mi ritrovai per una selva oscura,

ché la diritta via era smarrita.

Ahi quanto a dir qual era è cosa dura

esta selva selvaggia e aspra e forte”…

Los diablos menores aparecen llevando el pedazo de telón, de izquierda a derecha del escenario.

Diablo I.- (Irritadísimo.) ¡A la sinistra, mascalzone! ¡A la sinistra!

Los diablos menores vuelven sobre sus pasos llevando una vez más el panel removido hacia la izquierda. Luego regresan comenzando la tarea de desclavar el segundo panel.

El Diablo I recuperando su prestancia y su optimismo, continúa su recitación:

…“che nel pensier rinova la paura!

Tant’é amara che poco é piú morte;

ma per trattar del ben ch’i’ vi trovai,

diró de l’altre cose”.

El martilleo de los diablos menores se malogra produciendo un descalabro definitivo. Todo el panelaje o telón 2 se derrumba, dejando en descubierto, antes de tiempo, la escena número dos en su totalidad.

Ésta representa una oficina impecable, austeramente lujosa, no hay estantes, libros ni dactilografías; solo una gran alfombra y un escritorio ultra-moderno, detrás del cual está sentado en una silla o sillón de iguales características un señor de mediana edad, correctísimamente vestido y peinado, al cual llamaremos en adelante, como dicen las escrituras notariales: el Secretario. Al fondo un telón igual al anterior.

Nuestros personajes Adán I y Adán II, Eva y Chofer permanecen de pie y todos ellos, incluso el Secretario, se mantienen inmóviles como las figuras de un museo de estatuas o personajes de cera.

Diablo I haciéndose cargo de la difícil situación mientras sus subalternos remueven de cualquier manera los restos del telón 2, busca afanosamente en su libro el párrafo final por fin lo encuentra y recita: “Per me si va ne la città dolente,

per me si va ne l’etterno dolore,

per me si va tra la perduta gente.

Giustizia mosse il mio alto fattore:

fecemi la divina podestate,

la somma sapienza e ‘l primo amore”.

Por último el segundo telón, en buena o mala forma, es enteramente removido. Los diablos se retiran, incluso el primero, y comienza el segundo acto. Los personajes inmóviles empiezan a moverse e incluso a hablar.[/vc_column_text][laborator_heading title=”Libros de este autro” sub_title=”en La Pollera”][laborator_products columns=”3″ products_query=”size:6|order_by:date|post_type:,product|tax_query:54″ css=”.vc_custom_1466207462824{margin-top: -40px !important;}”][/vc_column][/vc_row]

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