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El Caos
Luego de mucho discutir, Eros y Anteros convinieron en reconocer que el Señor Caos, padre de ambos, no presentaba lo que pudiera llamarse un buen aspecto. En verdad, todo en él parecía incongruente y pleno de confusión; tenía alas y pezuñas, anteojos y cola, cuernos y nalgas de mujer, sombrero de copa y escamas, garras, senos y bigotes, trompa de elefante y ruedas de bicicleta. Además era simultáneamente duro y blando, luminoso y opaco, esférico y rectangular y, por mucho que se cambiara su posición, resultaba imposible determinar si estaba colocado al derecho o al revés.
—Habría que reconformarlo —concedió Eros.
—Para lo cual hay que desarmarlo —estableció Anteros y sin mayor dilación procedió a separar, una por una, todas sus partes. Eros trató de ordenarlas juntando aquellas que se asemejaran, pero ninguna era parecida a otra y, al final, solo quedó una gran montaña de escombros.
—Hemos asesinado a papá —gimió Eros.
—Ahora debemos resucitarlo.
Pero todo resultó inútil: una vez reconformado, era imposible replicar su condición de monstruo. Le movían la cola, se desplazaban las alas quedando en el traste, los bigotes bajaban hasta las piernas y la trompa se transformaba en pezuña, garra, rueda de bicicleta o sombrero de copa.
Desde siempre, el Amor y el Desamor, cada cual a su manera, están empeñados en ordenar el Mundo, hasta el momento, sin ningún resultado.
Cronos
Antes que los dioses eran los gigantes y más atrás de los gigantes, al borde mismo del caos, estaba Cronos o el tiempo, monstruo inconmensurable, quieto en sí mismo, que guardaba celosamente las llaves del porvenir.
Rea, su única hermana, esposa y cocinera, le ofrecía hijos que Cronos devoraba con avidez, orgía-comunión que, refundiendo pasado y futuro, mantenía inalterable la hegemonía del presente o su propia hegemonía.
Porque en aquella Era primordial Cronos era, no solamente el tiempo, sino también la Eternidad. Pre-Divinidad única e indivisible, no estaba compuesto ni separado en horas, minutos o segundos; caminaba libremente hacia adelante o hacia atrás como un todopoderoso reloj, sin indicar nada.
Su meta era él mismo, ombligo o clave del universo. Sus pasos no llevaban dirección: ayer, hoy y mañana se confundían en Cronos, señor de la inmovilidad y del movimiento. Si avanzaba, todo avanzaba detrás: hombres, dioses, bestias, estrellas y nubes; si retrocedía, el mundo retrocedía con él hasta sus orígenes.
Edad de oro: cuando el tiempo era libre como un potro desnudo en medio del vacío.
Algún instante le fue robado, y esto precipitó su derrota. El instante en que Rea escondió a Zeus recién nacido, envolviendo con sus pañales la piedra que Cronos tragó equivocadamente, perdiendo para siempre su libertad.
Minotauro y Gorgona murieron apuñalados; Sirena fue disuelta en la distancia y la Hidra sucumbió decapitada por una espada. El Tiempo cayó vencido por una piedra gigantesca introducida en las profundidades de su estómago. Como el lobo de Caperucita, debió someterse a una estricta dieta de arroz y, al no poder devorar a sus vástagos, estos crecieron y se multiplicaron terminando por someterlo.
El fabuloso potro mitológico fue castrado y ensillado: le pusieron freno, arneses y riendas, obligándolo a arrastrar, siempre en un mismo sentido, el monótono carricoche de la Historia: “Pasado-Presente-Futuro”, “Pasado-Presente-Futuro”.[/vc_column_text][laborator_heading title=”Libros de este autor” sub_title=”en La Pollera”][laborator_products columns=”3″ products_query=”size:6|order_by:date|post_type:,product|tax_query:54″ css=”.vc_custom_1466207984856{margin-top: -40px !important;}”][/vc_column][/vc_row]