De los muchos libros que han aparecido con motivo de la Copa América, probablemente Pelota sudaca sea el más atípico y singular en su estilo y contenido. Si nos atenemos al índice, no tiene mucho de novedoso: revisa, país por país, los perfiles de los jugadores más destacados de su historia, incluyendo tanto a los ya largamente fallecidos como a los jugadores que hoy brillan en los estadios de Santiago, La Serena o Temuco. Lo llamativo y original es la manera en que están construidos los perfiles, tanto de cada país como de los jugadores. El lenguaje, para empezar, no es el clásico de un libro sobre deportes o fútbol. Hay una suerte de delirio encendido en párrafos largos, sinuosos y plagados de comas -muchas de ellas de sobra, pero ya es una decisión de estilo-, que aspira a atrapar en la palabra el misterio y la belleza del fútbol. “Tal como Lautaro se laureó fama de exterminador de conquistadores y cobardes, el rumor de un Matador de sangre mapuche cruzó desde los Andes hasta la Gran Bota, contando la historia de un enemigo de la compasión que era capaz de convertir un ladrillo de asbesto en una hermosa estrella fugaz destinada a desintegrarse en las redes”, se lee en el perfil de Marcelo Salas. La cita arroja luz sobre otra particularidad del libro: la amplitud y frecuencia de referencias que no pertenecen al ámbito del fútbol (uno de los autores, Jerónimo Parada, es licenciado en filosofía; el otro, Andrés Santa María, es periodista). La mitología griega, las leyendas artúricas, el nacimiento del bossa nova y del candombe, el mestizaje, las guerras latinoamericanas, las tradiciones de los pueblos originarios, algunos libros de la Biblia, Schopenhauer y Nietzsche, los príncipes italianos, la arquitectura europea, el capitalismo salvaje, la pobreza y el desenfreno, todo se funde en estos perfiles que pueden comenzar por cualquier parte y que, en realidad, no retratan a cada personaje, sino al conjunto de referencias que con humor e imaginación se puede construir en torno a ellos. Por eso es atípico, un libro raro pero también refrescante, que se complace en la desmesura, la arbitrariedad y un sentido del humor a veces críptico, pero siempre fecundo. Prueba, además, que las aproximaciones al fútbol no tienen por qué ser las de siempre, y que la mitología griega (y otros saberes) no sobra a la hora de instalarse a mirar un partido de fútbol.