Sintió que se despertaba después de un profundo sueño y estaba en una habitación desconocida. Juan Emar (1893-1964), cuando era adolescente y todavía ni pensaba usar ese nombre, sintió como si no supiera en qué lugar del planeta estaba. “No me encontré tan completamente natural hallarme sobre la Tierra, no me hallé satisfecho con las explicaciones que sobre los objetos y seres que me rodeaban me habían dado (…) Me sentí desconcertado aquí en el mundo y aun me sentí extraño dentro de mi propio cuerpo”, escribió en París en 1922.
Por entonces su único nombre era Alvaro Yáñez y era un aspirante a artista, ya sea escribiendo o pintando, que vivía en Francia junto a su esposa. Ocupaciones tenía pocas, apenas algunas gestiones en la embajada chilena en París. Pronto volvería a Chile con un conocimiento de primera mano de las vanguardias francesas, el que sería el material para sus Notas de Arte, en el diario La Nación, de propiedad de su padre. Ahí Yáñez estrenaría su seudónimo: Juan Emar venía de la expresión francesa “j’ en ai marre” (estoy harto). Bajo ese nombre iba a convertirse en uno de los sorprendentes y enigmáticos escritores chilenos.
En esos días, entre los escritos de Emar estaba ese texto sobre su desconcierto ante el mundo: era el chispazo de Cavilaciones, un libro de reflexiones sobre los misterios de la meditación y el pensamiento, como también de la inspiración artística. Inédito y desconocido, el volumen es publicado por La Pollera Ediciones al cumplirse 50 años de la muerte del autor de Ayer.
El libro fue lanzado el martes pasado en la Biblioteca Nacional, donde también se inauguró la exposición ¡Estoy Harto!, que recoge manuscritos, parte de sus dibujos, primeras ediciones y las Notas de Arte que publicara. Es un recorrido de su ruptura: contemporáneo de Vicente Huidobro, emprendió una guerra contra el criollismo narrativo que lo llevó a publicar en 1931 Miltín 1934, Un año y Ayer, tres novelas alegóricas en los límites de lo fantástico que, años después, llevarían a Pablo Neruda a llamarlo el “Kafka chileno”.
Autor de culto por excelencia de las letras locales, Emar publicó en 1937 un último libro, Diez, y luego se retiró al fundo de su familia, en Quiltripe, a escribir sin pausa ni apuro una obra monumental: al morir dejó cinco mil páginas de Umbral, una novela inconclusa que fue sólo publicada en 1996 por la Biblioteca Nacional. Ese lanzamiento fue la punta de lanza de una recuperación de sus críticas artísticas y toda su faceta como pintor. En 2011 se lanzó Don Urbano, con raras ilustraciones, y Cartas a Guni, que recoge su relación con Carmen Cuevas Mackenna, quien lo impulsó a seguir con Umbral.
POETICA Y PERDIDA
Con la publicación de Cavilaciones parece cerrarse un ciclo: en el origen de toda su obra están estas notas que, en su afán reflexivo pero también narrativo, podrían considerarse como la poética perdida de Emar. El volumen fue editado por Simón Ergas y Nicolás Leyton, fundadores de La Pollera, quienes trabajaron sobre un manuscrito fechado en 1922 y corregido en 1940. También había un índice, pero como anotan los editores, “nunca fue revisado por Emar pensando en una publicación”.
Narrador ameno, Emar inicia sus reflexiones precisamente en torno a la idea de cavilar: en vez de conversar y debatir con amigos sobre los temas que lo desvelan, cosa que le es “francamente insoportable”, prefiere escribir sobre ellos. “Contentándome con sólo sugerir interrogaciones he producido el caos en mi cerebro y hoy quiero hacer un inventario de ese caos”, añade.
Lo que sigue es un relato sobre cómo paso de ese desconcierto inicial a una fase de meditaciones en el campo para intentar comprender el sentido de la realidad. Luego fue a los sueños, “vinieron también las mujeres (…) luego diabólicas orgías. Por último ciertos seres monstruosos”. En la segunda, tercera y cuarta parte de Cavilaciones, Emar disecciona temas como la conciencia, la relatividad, el arte, la locura, los fantasmas. “Hallar soluciones, hallar verdades, no pretendo (…) Lo que yo escribo son solo cavilaciones. Es cuanto puedo hacer en mi rincón de anciano: ¡cavilar, cavilar y cavilar!”, escribe Emar en este libro que suma otro enigma a resolver a su obra.