Ramiro Gómez Gris. La Pollera & Halitosis, 2013, 122 páginas.
LUN, 17 de mayo de 2013
Con esfuerzo, se podría considerar que Ética al zancudo, de Ramiro Gómez Gris, es un libro humorístico con un trasfondo filosófico. Los dieciséis relatos que conforman el volumen van mezclando anécdotas jocosas con reflexiones de la más variada índole. Lo anterior deriva en una secuencia de historias donde siempre habrá un personaje que pretende parecer inteligente, espeso y, lo peor, muy ocurrente. Se genera de esta forma una densidad vacía, que vuelve intragable esta seguidilla de narraciones sobre seres sabiondos que no consiguen escapar de la estulticia.
“El zancudo”, relato que da pie al título del libro, nos muestra al mentado bicharraco, que niega ser zancudo y afirma ser un mosquito, dialogando con un ser humano y jactándose de sus conocimientos sobre el cosmos: “¿Tú sabes por qué se mueve nuestra Vía Láctea? Pues porque hay un par de inmensos agujeros negros haciendo equilibrio de fuerzas”. El autor tiene un tremendo talento para narrar sucesos inútiles, construir personajes poco agraciados y discursos reiterativos sobre temas con ninguna relevancia.
Lo anterior queda demostrado a cabalidad en “El Soco y la nueva TGS”. El narrador se dedica a contar la pasión de su amigo Soco, un fanático de los excrementos que enarbola una teoría filosófica respecto a las múltiples muestras que ha ido recopilando. El Soco, que más que un excéntrico es simplemente un idiota, dice: “Cuando logremos explicar y predecir fenómenos meteorológicos a largo plazo con el estudio del aroma de la mierda humana, se produciría una violenta revolución científica, un innegable cambio de paradigma”.
Y así continúa este muestrario de pretenciosas banalidades, el que incluye una conferencia sobre Guattari y un par de estudiantes que discuten lateramente sobre el libre pensamiento, un grupo de amigos naíf que roba a los ricos usando un arma de juguete, un profesor loco que inventa un documento único en el mundo, una pelea de borrachos y una teoría sobre la música y el silencio, una floja conversación entre un cantante punk y su vecino o un borracho que plantea una dolorosa teoría sobre por qué un bus no se detuvo cuando lo hizo parar en la calle del terminal.
Un caso paradigmático ocurre con “Dos noches incaicas” sobre dos amigos en viaje a Cusco. Allí, hacen todo lo que corresponde a un mochileo de verano, hasta que el narrador –al parecer aburrido– señala: “Acá es donde la historia se pone buena” y, de golpe y porrazo, cierra el relato.
Ética al zancudo jamás remonta, jamás logra un destello rescatable. En todo caso, el libro sí tiene un aspecto positivo: sirve para ejemplificar la enorme diferencia entre contar anécdotas y hacer literatura.