Fuente: El Mercurio
“Lo que entra a clases es una cebolla: unas capas de pesadumbre, de miedo, de inquietud, de rencor, de cólera, de deseos insatisfechos, de futuras renuncias acumuladas sobre un fondo de vergonzoso pasado, de presente amenazador, de futuro condenado”. Esta cita de Mal de escuela, de Daniel Pennac, es uno de los epígrafes de un relato ambientado en el colegio San Francisco, ubicado en algún lugar de la zona poniente de Santiago y rodeado por una población brava. Y es una cita muy bien escogida para abrir una novela que arroja una desagradable luz sobre la precariedad enorme de la educación pública y sobre el negocio educativo (la novela ocurre en 2012). Un joven profesor recién titulado asume como profesor jefe de un octavo básico (y de lenguaje en varios cursos), y en torno a esa sala de clases se dibuja una trama en la que participan Gabriel, un alumno muy fuera de norma, sus padres, la psicóloga y el director. Campusano rescata muy bien los diversos registros lingüísticos que se dan cita en aquel ambiente: el habla popular de adolescentes y de adultos, el tono familiar de los profesores entre sí y el registro formal del docente, y también el modo en que un colegio se constituye en un microcosmos donde todo lo que ocurre alcanza otra intensidad, al menos mientras se está ahí.
Si algunos personajes están muy bien dibujados (Antonio, el profesor, y Dominga, la psicóloga), otros mantienen siempre un halo de indefinición y ambigüedad. Es el caso de Gabriel y, en menor medida, de sus padres. Hay algo extraño en ese niño, pero: ¿qué? ¿Es solo arrogancia porque tiene muy claro que es más inteligente que la mayoría de sus compañeros? ¿Son atendibles sus explicaciones para legitimar acciones de violencia? ¿Son verdaderas las sospechas de que abusa de su hermana menor? ¿Su padre es narcotraficante? Todo ello queda en una zona de penumbra que ilustra más aún las dificultades implicadas en el ejercicio de tareas educativas (y en la toma de decisiones que afectan las vidas de los estudiantes) en sectores tan carentes como el descrito en No me vayas a soltar. Pero hay otras líneas narrativas que conducen a que esta obra sea algo más que un ejercicio testimonial o de denuncia. Hay una relación que crece entre algunos personajes, por una parte, y, por otra, la sensación de que, cuando aquel microcosmos se abre al exterior, todo se torna imprevisible. Y puede llegar a ser peligroso.
Daniel Campusano.
La Pollera Ediciones,
Santiago, 2017.
103 páginas.