Fuente: El Mercurio
Este es el tercer libro de Simón Ergas, editor y escritor, que abrió su producción con De una rara belleza, biografía novelada de su abuelo (y de su familia en Chile), judío originario de Macedonia que huyó de la invasión nazi a los países balcánicos. Su segunda obra, Tierra de aves acuáticas, es una novela en la que múltiples voces narrativas confluyen para dar cuenta del impacto de la salmonicultura en el paisaje físico y humano del sur del país. En algún sentido, Delitos de poca envergadura es también un relato plural, puesto que el hilo que guía la construcción de la ficción es tan simple como eficaz y múltiple. Se trata de un amplio recorrido por esas pequeñas faltas, o deslices, u olvidos, o manías, que se dan de bruces con un entramado siniestro y agobiante: las normas, las pequeñas reglas, los deberes que están tan incorporados en la rutina habitual que tienden a desaparecer. Ergas los hace surgir en toda su abrumadora potencia, que va escalando la pesadilla en que puede convertirse, por ejemplo, perder el ticket de estacionamiento en un mall y no tener el dinero necesario para pagar la multa. Algunos de los relatos ponen en evidencia el apego nacional por esas normas y la compulsión a hacer que el resto de la gente las cumpla: por ejemplo, denunciar que un tipo sano hizo uso del baño para minusválidos, o la detención ciudadana a un malabarista por evadir impuestos. Otros multiplican el estrés aparejado a subirse a los aviones, tanto para los pasajeros como para las tripulaciones, o la obligación de respetar los feriados obligatorios, o no fumar en los restoranes.
Lo mejor de los relatos de Ergas es la torsión que ejercen sobre la realidad. Hay un planeta ficticio, o un universo paralelo, en donde los perros poodle son la especie dominante y las cárceles están llenas de humanos que se niegan a recoger la caca perruna. En otro futuro posible, los jóvenes intelectuales redescubren el Nescafé, ya de vuelta de todo tipo de invenciones. Las bicicletas, el servicio militar, los deberes electorales, los semáforos, los materiales de la comida rápida, los problemas de la vecindad (sobre todo cuando se tiene un generoso limonero con ramas hacia el patio del lado), los ruidos urbanos (en las micros, por ejemplo), cualquier cosa es el estímulo para despertar distintas voces narrativas y variados estilos, que, sin embargo, son como piezas aisladas que encuentran su mejor perspectiva dentro del conjunto. Las ilustraciones de Rafael Edwards son un aporte al volumen, muy cuidado en su edición.
Simón Ergas.
La Pollera Ediciones,
Santiago, 2017.
184 páginas.