[vc_row][vc_column][vc_column_text]En algunos fragmentos de las páginas 14 y 15 de la novela Tony Ninguno, de Andrés Montero, que yo ordeno aquí con el afán de intentar demostrar algo, se lee lo siguiente sobre un momento epifánico en la vida en el Gran Circo Garmendia. La que habla es Javiera, trapecista precoz y contadora de historias por azar:
Yo sabía que esperaban que continuara la historia del rey y la princesa, y también sabía que no me lo iban a pedir. Así que no dije nada más.
Fue Malaquías, algún rato después, el que trajo de regreso el tema […]
–Te tienes que parar en la pista y contar lo mismo que contaste ahora –me ordenó de pronto […]
En la función pasó casi lo mismo que en la fogata. El público, siempre gritón y entusiasta, se fue quedando callado a medida que la historia de Sherezade avanzaba. […]
Nadie aplaudió cuando terminé. Hubo algunos segundos de silencio, de respiración contenida, de espera, como si forzaran a las agujas del reloj a no moverse, a no avanzar todavía, a no quebrar el silencio.
El silencio de los mil años que nos separaban de Persia.
Una señora del público preguntó, sin alzar mucho la voz:
–¿Y qué pasó después?
Lo que está ocurriendo es que, dentro de esta ficción de Andrés Montero, específicamente en los espectadores que asisten al Circo Garmendia y en otros personajes (como el mismísimo Tony Ninguno), se produce la necesidad de conocer el final de las historias que cuenta la trapecista de forma semejante a como lo experimenta el rey en Las mil y una noches con las historia relatadas por Sherezade. Esta semejanza es la consumación en esta novela de 2016 de una de las tantas figuras provenientes de ese otro texto que, aparentemente, sería del siglo IX. El asunto de la consumación en el texto de Andrés Montero de figuras de Las mil y una noches lo retomaré luego. Y entonces intentaré demostrar que las figuraciones que realiza Tony Ninguno son parte de una intención discursiva. De momento hay que decir que en estos fragmentos que acabo de leer destacan varios asuntos que dan cuenta de lo que me interesa señalar. Veamos.
Lo primero que deseo subrayar es que la acción transcurre en un circo, espacio donde habitualmente se llevan a cabo representaciones del mundo en que las vidas de las personas son expuestas siempre al límite. Podríamos decir que efectivamente en la realidad vivimos permanentemente al borde de la caída, pero el circo presenta esa potencial caída como un relato en que el riesgo es una acción heroica. El circo no es, por tanto, un intento de calcar la realidad. Es más bien una representación cercana a lo extraño, donde la belleza, la posibilidad de la muerte, la dualidad entre felicidad y tristeza, y la pobreza definen los contornos del mundo del espectáculo para describir la fragilidad de la realidad. Esta estrategia responde a la búsqueda de una forma de belleza. En el caso de Tony Ninguno, el espacio del circo es el espacio donde ocurre la realidad dentro de la ficción. Por tanto, la representación de la realidad formulada por la novela de Andrés Montero está cercana a esta búsqueda de belleza extraña.
Segundo, y como consecuencia de lo anterior, es posible decir que son precisamente estas nociones de representación elegidas por las estrategias de Tony Ninguno las que funcionan como amplificadores de la discusión que la novela buscaría formular. A propósito de la relación entre el adentro y el afuera con el circo como referencia, la narradora señala lo siguiente: “Una vez, cuando andábamos de gira por el norte, el Tony Frambuesa me dijo que la ilusión es lo que está afuera del circo y que el circo es la verdad” (43). Dicho de otro modo, la reflexión ofrecida en esta cita y en la articulación de la acción de la novela en su totalidad se relaciona con la inversión en el estatuto de verdad entre relato y referente, donde el adentro (el circo) es el relato (como la literatura y el arte en general), que, según la cita, ahora ostenta la condición de verdad, y el afuera es el referente, que ha perdido esa condición. Esta inversión sería posible a causa de que, pese a que en el referente están los hechos, estos no ostentan significados y es en la representación, mediante la articulación de signos, que el relato de los hechos adquiere significado. Así, la calle, el afuera del circo, no significa y su conocimiento se vuelve ilusorio. El circo, la representación, es construcción de significados y en estos se articula una verdad que puede ser conocida por quienes ejecutan los actos y por quienes los contemplan. La verdad, por tanto, reside en el Gran Circo Garmendia, y es una verdad de violencia, abandono y muerte, pero también de espectáculo y aplausos.
Tercero, en estratégica relación con esto, no es extraño, por tanto, que una de las participantes de la acción (que además es la narradora) sea una contadora de cuentos que, en la novela de Andrés Montero, se presenta como una consumación de la figura de la contadora de cuentos más famosa de la historia de la literatura: Sherezade. Aquí se completa lo que ya habíamos advertido sobre las figuraciones, y vemos que éstas son parte del engranaje de la máquina textual que constituye Tony Ninguno. En este caso, sin embargo, el asunto se complejiza (y esto es parte de la razón por la cual se recurriría a esta herramienta representacional). La ex trapecista narra imitando en escena la misma búsqueda de la sobrevivencia que la Sherezade original y, sin embargo, al leer los cuentos de Las mil y una noches para aprendérselos y declamarlos en las funciones del circo, se aproxima al cumplimiento de la conjura que advierte que quien lea todas las historias del libro, encontrará la muerte. La narradora cuenta para sobrevivir y a la vez para morir. Esta doble vía en la suerte de la narradora es semejante a la doble vía articulada en la ostentación de la verdad o la ilusión por parte del circo y del afuera del circo, asunto ya mencionado. Pero en relación con la muerte, el acto de Javiera, la ex trapecista, es, por tanto, el más riesgoso del circo, porque su caída es más rotunda e irremediable que la del trapecio y la de cualquier espectáculo del circo.
Por último, por sobre esta historia, lo que hay en Tony Ninguno es una serie de preguntas acerca de lo que es posible de conocer o no, de cuáles son los medios por los que circula el conocimiento del mundo y de qué lugar ocupan las artes como herramientas de circulación de ese conocimiento y de interpretación de la realidad. Es solo mediante esta posibilidad que el circo podría convertirse en la verdad y la realidad en la ilusión. Es de esta misma forma, entonces, que la novela Tony Ninguno ofrece una verdad. La verdad que esta novela podría estar ofreciendo no la diré, pues tienen que leer la novela. Por lo demás, lo que yo digo es solo una posibilidad.
Quiero cerrar, en cambio, esta idea sobre las verdades, con una cita de la misma novela, que es finalmente lo que nos ha convocado hoy. Escuchemos su propuesta de verdad y luego celebrémoslo. Dice la trapecista:
[…] en realidad no me miraban a mí. Era como si la historia estuviera ocurriendo, realmente, en ese espacio de viento y aire que me separaba de los ojos del público, porque cuando yo hablaba las cosas se ponían de pie y la gente las podía ver, y tanto la historia como nosotros aparecíamos como suspendidos en el aire y el tiempo.
Esto, por supuesto, es una construcción simbólica. A partir de esa noción, los invito a pensar qué hay en ese espacio entre sus ojos de lectores y las palabras de la trapecista convertida en contadora de cuentos e impresas en la novela Tony Ninguno. Si hay un mundo de preguntas y respuestas construyéndose en ese espacio, deberíamos estar agradecidos. Yo digo, tras leer la novela, muchas gracias Andrés Montero.[/vc_column_text][laborator_heading title=”Encuentra este libro” sub_title=”en La Pollera”][laborator_products columns=”3″ products_query=”size:3|order_by:date|post_type:,product|tax_query:425″ css=”.vc_custom_1471275756794{margin-top: -20px !important;margin-bottom: -40px !important;}”][/vc_column][/vc_row]