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“Pelota Cosaca: el panini lisérgico del mundial” por Rodrigo Márquez en Revista Vice

Fuente: Revista Vice

¡Qué difícil escribir el fútbol sin sonar a remedo de sabelotodo, o a técnico sin título, o a bidón de Branco! Zappa la mandó fuera apenas por centímetros: escribir fútbol se parece a bailar arquitectura, sólo que sin música. Porque en realidad no se puede escribir el fútbol, aunque con la inminencia de la Copa Mundial se editen libros futboleros a granel.

De, sobre, acerca, a propósito: quizá. Siempre a destiempo, como la escritura misma. Cronicarlo. Narrarlo. Traducirlo en números o en epopeya. Escribir es llegar tarde. Agotar las posibilidades. Darle cierto orden al desfase. Pero escribir fútbol, simultáneo al fútbol, es imposible. Casi como bailar arquitectura. El futbol se juega y punto. El que mira también juega. Y el que no, lo mismo. Mientras se juega también se vende, se paquetea, se subasta, se secuestra. Hasta se puede escribir acerca de ello… una vez que ha sucedido.

Para jugarlo basta entenderlo y para entenderlo no es necesario explicarlo, ni siquiera sentirlo. Quien lo siente lo entiende a su manera, aunque no comprenda del todo la lógica detrás de la regla 15 ni nunca se le haya pasado por la mema robarle los trapos a la hinchada rival. Jugar se trata, sobre todo, de pensar. Dante Panzeri diría que el fútbol es “dinámica de lo impensado”. Tuvo razón en eso, como en casi todo, porque sólo un necio diría que lo impensado es sinónimo de no pensar. “Impensar” significa agotar las posibilidades de lo pensable. Cuando el cuerpo piensa, discreto y repentino, nos hace creer que pensar es asunto del instinto. Un reflejo. Se puede escribir un poema y se puede escribir de un poema. De, sobre, acerca, a propósito. Quizá. Se puede escribir de fútbol, pero no escribirlo. Nuestro último recurso, entonces, es la reescritura.

Pelota Cosaca no es precisamente un libro sobre fútbol. Es una libre reinterpretación de la simbología futbolera que acompaña la víspera mundialista. Un Panini lisérgico. Se trata de una colección de figuritas desquiciadas que, en algo, quizá apenas en la taxonomía, se parecen a los cromos que juntábamos de niños, sólo que atravesados por divagaciones filosóficas y disparates varios. La Cosaca es contaminación del pasado, de la memoria como presente siempre cambiante, un gesto que la hermana con la genealogía futbolera del mejor Fontanarrosa, lo mismo que con las Vidas, imaginarias y minúsculas, de Schwob o Michon. Al contrario del grueso de libros futboleros que buscan resucitar los hechos, repasar la data, o representar cierta manera de sentir, Jerónimo Parada y Andrés Santa María ven el juego como una ficción más. Una ficción que no se cansa de suceder, siempre en distintas trayectorias. Y así lo proyectan, sin miedo.

Conversamos con Jerónimo y Andrés sobre Pelota Cosaca (editado por la editorial chilena La Pollera), sobre fútbol, figuritas y predicciones mundialistas

VICE: ¿De dónde surge Pelota Cosaca? Y hablando de escritura con temática deportiva, quizá una de las más decimonónicas, ¿cómo llegan a la idea de hibridar ficción y no ficción?

Jerónimo Parada: Todo partió en la época del Mundial de Sudáfrica 2010, cuando comenzamos a reescribir pequeñas reseñas periodísticas de jugadores que nos parecían aburridas. Ese formato fue evolucionando hasta transformarse, en 2015, en un conjunto de historias que forman Pelota Sudaca, nuestro primer libro, que es sin duda la base conceptual de “Pelota Cosaca”.

Andrés Santa María: El híbrido entre ficción y no ficción —y también hacer difusa la frontera entre ambos— nos gusta porque nos permite trascender los límites de la razón y llegar a un lugar que abre el mundo y sus personajes desde múltiples perspectivas.

¿Cómo reciben los lectores de otros países sus figuritas? ¿Cuál creen que será el recibimiento de la gente acá en la Argentina cuando lea Pelota Cosaca?

Jerónimo: Probablemente nuestros lectores extranjeros ni siquiera se cuentan con dos manos, pero nos damos por pagados con que nuestros amigos que nacieron en tierras lejanas hallan lanzado alguna carcajada al leer.

Andrés: Respecto de los argentinos, más que creer algo, quisiéramos que nos dijeran que nos fundíéramos en un nuevo país llamado Wallmapu. De este modo, al tener a Messi, Alexis, Vidal y Otamendi en un mismo equipo, podríamos acceder a una experiencia futbolística impensada.

Para los chilenos no será precisamente un junio dulce. ¿Qué se siente publicar un libro como Pelota Cosaca y no encontrarse con Chile entre los países mundialistas? ¿Creen que en Chile la gente anda ahora con ganas de leer sobre fútbol?

Andrés: Se sintió como un golpe de suerte que la editorial haya querido seguir adelante: fue como ganar un partido con un gol sobre la hora.

Jerónimo: No sabemos si la gente anda con ganas o no de leer, y a propósito de la utilidad de una obra como esta, citamos al gran Marcelo Bielsa y su opinión sobre el fútbol: “No sirve para nada, pero es lo que hacemos”.



Este libro, igual que el anterior, lo firman en tándem. Las piezas no vienen ordenadas por autor sino en conjunto. Encima, uno es de Santiago y el otro vive en Valparaíso. ¿Cómo fue el proceso de escritura?

Jerónimo: Lo curioso es que nos conocimos a través del mundo virtual y sólo tras cultivar una amistad a través de innumerables chats y algunos escritos de mediana calidad, luego de 4 años nos vimos en persona. Por tanto, se dio natural, es como cocinar viendo una receta viendo YouTube. Más bien la dificultad estuvo en generar una estética común a partir de dos individualidades creativas e intentar que hable una sola voz.

¿Qué figuritas disfrutaron más escribiendo? ¿Cuáles menos?

Andrés: En general se disfruta y se sufre en la medida que las ideas para la historias surgen con la fluidez del tiquitaca guardiolano o son ahogadas por la presión alta del entorno. Después de revisar los textos, se vuelve a sufrir y gozar en la medida que se corrobora o desmiente la belleza de lo realizado.

La mecánica de Pelota Cosaca había aparecido, de cierta manera, en el libro anterior. Incluso la paronimia los delata. ¿No les resultó difícil reprogramar el ejercicio?

Jerónimo: La idea de Sudaca tenía que ver con retratar Sudamérica desde su historia proyectada al presente, en cambio en Cosaca buscamos tomar una época desde una perspectiva más global -inicios del siglo 21- y proyectarla hacia el pasado. Por lo tanto, no se repitieron países en cuanto a texto, sino se reinterpretaron en función del nuevo concepto.

Háblenme de fútbol. Con Chile mirándolo por TV, ¿qué equipo los conmueve más? ¿Alguna predicción sobre el campeón? ¿Quién será el underdog? ¿El fracaso más estrepitoso?

Andrés: Perú y Uruguay son los equipos que habitan nuestro corazón. Francia, Bélgica y Portugal son la terna del defraude inminente. Inglaterra puede nuevamente hacer que sus fanáticos se digan “aun cuando no espero nada de ti, me defraudas”.

Jerónimo: El tapado del torneo será Croacia, que es un equipazo. Entre Alemania, Argentina, Brasil y España debería salir el campeón.

Aquí un pequeño adelanto de Pelota Cosaca, que llega esta semana a librerías. Como no nos andamos por las ramas, entre los representantes de los 32 países, sacamos del sobre la figurita de Messi.

LIONEL MESSI: EL FALSO MESÍAS

La vida y supuesta divinidad de Jesús de Nazaret, a casi un siglo del nacimiento, se expandía por los territorios del Imperio Romano como un virus por obra de predicadores convencidos que de su misión dependía el destino de la humanidad. Historias de incomprobables procedencias coincidían en ciertos puntos fundamentales que terminaron dando forma a una corriente de pensamiento que dominaría el mundo. De esta época, en la que algunos relatos se desecharon y otros pasaron a formar parte de lo que después se conoció como la Biblia, hay relatos como el del apóstol Mateo. Se dice que un particular sueño lo atormentaba: entre una multitud presenciaba la crucifixión de Jesús. Desde las extremidades perforadas del mesías caían dos chorros de sangre que se hacían cada vez más gruesos hasta que inundaban el lugar, formando un verdadero mar rojo que se llevaba todo a su paso: testigos, curiosos y soldados, salvo a los apóstoles, quienes lograban aferrarse a pequeñas cruces flotantes entre la escabrosa imagen de su salvador. Él, de improviso rompía en sonoras carcajadas, un ataque de risa hasta las lágrimas que dejaba perplejo a sus discípulos mientras eran arrastrados por la marea hasta perderlo de vista. Este sueño se le repetía a Mateo con algunas variantes: el tamaño de las cruces flotantes de los apóstoles y sus emociones: algunas veces todos reían juntos con Jesús, otras lloraban.

Mateo tuvo una segunda visión, directamente relacionada con la primera. En ella, una sombra se proyecta en un pavimento, y un niño de pelo castaño, cuerpo pequeño –casi desnutrido– y vestido con una camiseta rojinegra la sigue a través de un callejón flanqueado por galpones abandonados; la sombra llega a un parque repleto de árboles que se hacen súbitamente más frondosos a su paso, exhibiendo maravillosos frutos de exóticas formas y colores; la sombra se detiene y difumina en el centro del lugar, en el que habita el más imponente y alto de todos los árboles: el de la vida; un enorme fruto multicolor cuelga de una rama a la altura de su cabeza y él es tomado por el irresistible deseo de devorarlo; al hacerlo un ejército de cucarachas emergen de su interior y el cadáver de un lobo con cuerpo de oveja se aparece nítida colgando de la misma rama con una frase grabada con sangre en su torso: “Por sus frutos los conoceréis”. El apóstol decidió interpretar estas revelaciones y en la Biblia terminaron expuestas en Mateo 24:24, en versículos que tratan sobre el falso Mesías. Los sueños de Mateo cobraron sentido en la historia de un argentino que comenzó antes de su nacimiento, un 29 de junio de 1986. Importantes conexiones entre lo humano y lo divino sucedieron en la Argentina el día en que la selección jugaba la final de la Copa del Mundo ante Alemania. Los fantasmas errantes de tehuelches, patagones, tobas, vilelas, kaigangs, mocoretás, timbúes, chanáes y querandíes, de malogrados conquistadores y misioneros jesuitas y de miles de jóvenes recién caídos en la Guerra de las Malvinas, se comulgaron con un pueblo que clavaba sus miradas en el televisor. Once gladiadores albicelestes eran una representación de mujeres y hombres, niños y ancianos, grasas y chetos, ceratianos y ricotenses, pizarnikeanos y cortazianos, todos esperando liberarse del pasado y fundirse en un abrazo eterno tras los 90 minutos que los separaban de la gloria. Aquel día la familia Messi–Cuccitini, en su hogar rosarino de calle Lavalleja 525, esperaba como tantas otras el desenlace del partido. Jorge Messi vomitaba un amplio espectro de insultos y groserías ante la creciente preocupación de su esposa Cecilia que temía por su salud mental. Sus hijos Jorge y Matías intentaban divertidos seguir el delirio de sus padres. Pero el pase que Diego Maradona regaló a Burruchaga y que significó el 3-2 a minutos del final del partido, no sólo salvó al señor Messi del colapso y a su familia de una tragedia, sino transportó a todos los argentinos a un éxtasis que el lenguaje escrito no podría explicar. Los meses posteriores fueron fiesta constante, un carnaval que desató la pasión y el desenfreno. Producto de esto, el amor de Jorge y Cecilia renació en intensidad. Las noches de julio, agosto y septiembre se hicieron infinitas, pobladas de orgasmos que parecían transportados de sus adolescencias, entre los cuales se engendró el tercero de sus hijos, Lionel, que pronto probaría estar estrechamente conectado con el universo cristiano y con sus profecías más oscuras.

Desde que su abuela Celia lo llevó a los 4 años a jugar al Grandoli, Lío demostró en el campo tener un lazo sagrado con el balón, herramienta con la que construyó trazos, formas y recorridos inexplorados. Estas iluminaciones resultaron particularmente milagrosas cuando sobrevivieron a las limitaciones físicas que le impedían a Messi crecer con normalidad, o cuando sobrevivieron a la esperpéntica decadencia de los años 90 impulsada por el proyecto político del presidente Carlos Saúl Menem, que sostenido con la decadente producción cultural de la televisión de personajes como Susana Giménez o Marcelo Tinelli generó las condiciones necesarias para hacer de la Argentina su pequeño gran botín. El arte plasmado por Messi en la cancha incubó en la multitud rioplatense la idea de que el segundo mesías había llegado. El heredero celestial de Maradona anunciaba su legítimo derecho al trono desperdigando belleza y felicidad. Pero esa felicidad abrió caminos peligrosos. Ya lo dijo Séneca –contemporáneo por cierto de Jesús–: “La verdadera felicidad no consiste en tenerlo todo, sino en no desear nada”. Esta idea bien pudo salvar a Messi y al pueblo argentino del pesado karma que arrastrarían, pero no era precisamente Séneca el inspirador de la cultura rioplatense. La gesta del 86, por el contrario, multiplicó el deseo como obsesión colectiva y la falta de nuevos triunfos cayeron sobre un Lío que nada quería saber de la dimensión mítica de la existencia. Él recordaba con nostalgia las tardes de libertad y anonimato en Rosario. Las palabras de Borges nunca antes tuvieron más sentido: “Somos nuestra memoria, somos ese quimérico museo de formas inconstantes, ese montón de espejos rotos”.

Lejos, muy lejos de los delirios de Mateo y del hambriento monstruo cultural, un viejo Lionel podrá despertar una mañana en Rosario, levantarse lentamente de sus aposentos y mirar por la ventana la imagen de niños persiguiendo un balón con un profundo sentimiento de felicidad. A su alrededor el mundo se vendrá abajo: la crisis del petróleo planteará un escenario apocalíptico en el que los gobiernos del mundo se encontrarán al borde del abismo. Pero a Lío no le importarán las desventuras de la sociedad, así como no le importaba la multitud exitista, ni las mentiras de Macri, de Cristina, de Menem, ni el absurdo del peronismo, ni los records ni los balones de oro ni los autógrafos, ni los trend topics, ni los periodistas, ni las ventas de camisetas, ni el Servicio de Impuestos de España, ni los homenajes de la FIFA en su recuerdo, ni los delirantes desvaríos de Mateo el impostor, ni las copas perdidas o ganadas con la albiceleste. En aquel momento, lo único que importará será la felicidad de esos niños que rodean el barrio, esa libertad única que se perdió imperceptiblemente y que podrá revivir desde la contemplación.

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