Esta primera novela de Constanza Gutiérrez (1990) es una demostración de que se puede escribir bien, con naturalidad y cuidado, sin innecesarios alardes metaliterarios, frecuente defecto de escritores jóvenes ansiosos por demostrar que pertenecen al club. La autora sitúa la trama en un colegio en toma, de aquellos que reciben a los alumnos que el sistema va desechando, porque no se ajustan al promedio de normalidad. Y ese es el hilo que recorre el relato: no hay referencias políticas y el asunto de la toma es considerado más bien desde el ángulo de la ausencia de los adultos (abandono que solo en el momento de la toma se torna explícito) que como un acto de protesta. Mal que mal -salvo un trío de alumnas- se trata de estudiantes que ya están en alguna clase de borde, desajustados, con una mirada ligeramente desenfocada. De ahí el título del libro, que de manera más bien oblicua pone en cuestión el afán de competir (o la obligación de desarrollar competencias para, por ejemplo, rendir bien en el colegio para poder pasar a otra etapa y desarrollar otras competencias). Esa sensación de desajuste da el tono al relato, trabajado mediante fragmentos.
La voz narrativa está a cargo de una estudiante, Laura, que introduce al resto de los personajes (la amiga, las mateas, el militante, el amigo que le gusta, un perro) y traza breves estampas de la forzada convivencia en un espacio cerrado que ya casi no tiene vínculos con el mundo exterior. La estructura fragmentaria enriquece las posibilidades de lectura y muestra también la habilidad de la autora para ceñir el relato a una exigencia formal -el límite de extensión de los fragmentos-, sin forzar los cierres.
Los escasos diálogos aportan la nota coloquial a una novela breve, que cuida la atmósfera del relato y desarrolla una trama sobre la base de sensaciones, encuentros, conversaciones, más que sobre hechos, aunque estos finalmente precipiten el desenlace. “Algo me estaba ardiendo dentro, pero quizá solo estaba sentada muy cerca del fuego”, escribe Laura ante una decepción amorosa, pero en realidad todo parece arder a fuego lento en una historia de crecimiento, de ritos de paso, de descubrimientos, una fórmula clásica trabajada con originalidad, rigor y estilo.
Constanza Gutiérrez. La Pollera Ediciones, Santiago, 2014. 72 páginas.