Fuente: La Nación
Si no se tratara de Mark Twain, cualquier intento de hablar por Dios y sus secuaces celestes sería un intento arrogante de pontificar para plebeyos y gentiles. Pero el robusto sentido del humor del autor de “Tom Sawyer”, incluso fue demasiado para su familia que evitó a lo largo de medio siglo la sátira de “Cartas desde la Tierra”.
La breve epístola que narra desde el punto de vista de Satanás el sinsentido de la palabra de Dios y las miserias de toda lucha humana por alcanzar el cielo, fue publicada 52 años después de la muerte de Twain al ser considerada demasiado inflamable para su tiempo. El ensayo, escrito en primera persona con un humor candente y despojado de toda convención, sigue tan vigente como las guerras santas en cualquier extremo del globo.
Por eso, la nueva impresión en español de la editorial La Pollera reincide en este tema tan serio para muchos, que exige no ser tomado en serio por el escritor y humorista que no esconde su misericordia por el diablo y los hombres ante un dios omnipotente que no sabe lo que quiere desde la creación de su universo.
La traducción esta vez es del escritor chileno Fernando Correa Navarro también intérprete de la obra del artista Gordon Matta-Clark, el poeta Kennet Rexroth y los filósofos Henri Bergson y Jacques Derrida, entre otros, y que ha invocado recientemente las composiciones de Erik Satie a través de la misma editorial.
El genio de Mark Twain, que usurpa la voz del mismo satanás para encarar a Dios desde la ironía en “Cartas desde la Tierra”, puede leerse sin la Biblia al lado, pero se disfruta más con la culpa del monaguillo o quien haya pasado un par de horas en misa. Precisamente, con la fidelidad del sacristán, el traductor dice haberse acercado al original de Mark Twain con el máximo cuidado e intuición posibles.
El traductor es el hijo bastardo de la literatura. Nadie quiere conocerlo, todos saben que existe y, aunque nadie quiera, termina dejando una herencia”, opina y se aleja de la figura que indica que el mejor traductor es el que no se nota, como los árbitros de fútbol: “Eso me suena aburrido. Nunca un partido terminó sin tarjetas”, agrega este librero de la librería Guadalquivir, en Buenos Aires.
– En particular el humor es la marca indeleble de Twain. ¿Cuál es la complejidad de mantener esa chispa al pasar de una lengua anglosajona a la latina?
– Si conoces ciertas composiciones gramaticales, y giros lingüísticos, y la idiosincrasia, que no dista mucho una de otra, al menos en términos culturales, no debería ser difícil mantener la chispa. Hay algo en la lengua que, cuando se llega al fondo, al magma mismo de la expresividad cotidiana, estás alcanzando una universalidad que en principio, no había visto. No hay nada que se pierda o se gane en la traducción, simplemente se transforma. El español se hace cargo de todas las significaciones porque es como el agua, se acomoda a todos los recipientes. Bruce Lee ya lo dijo: “be like water, my friend”.
– Al contrario, ¿qué cosas se transforman en el intérprete que cada vez se apropia de una voz distinta?
– No es fácil adoptar la voz del otro. Cuesta hacerlo parte de uno. Es como ser amigo de alguien. Primero lo tanteas, después le hablas y, finalmente, después de un tiempo, lo vas aceptando con sus virtudes y sus defectos. Uno cuando traduce no elimina los errores, sino que los deja para que sepas que es real, que es una persona de carne y hueso. Leí traducciones de “Cartas desde la tierra” antes, y todas trataban de arreglar esas muletillas que son propias de Twain. Eso es lo peor, porque le quitas lo que lo hace él, lo dejas sin personalidad.
– Físicamente, ¿A quién se parece la voz de Mark Twain en tu cabeza cuando lees el original en inglés?
– Suena a predicador, a orador senatorial romano enrollando su bigote en la punta mientras piensa su discurso; carismático, nostálgico también, temperamental, mal hablado, de opinión tajante y crítica. Un volcán erupcionando y apagándose a veces, dejando un hilo de humo. De tantos momentos y matices que sólo me imagino la voz de un inmortal que ha sobrevivido a las más grandes catástrofes de sí mismo.