Fuente: Lecturas imprecisas
El caleidoscopio es un pequeño mecanismo de forma cilíndrica cuyo interior se encuentra recubierto por espejos. En una de las puntas del caleidoscopio hay un pequeño montón de cristales de colores. Estos cristales son reflejados hasta el infinito por los espejos. Si el usuario del caleidoscopio (quien mantiene su ojo pegado al otro extremo) hace girar el compartimiento exterior del juguete, podrá distinguir imágenes distintas cada vez que lo haga. Estas imágenes casi siempre son las de un triángulo, un rombo, un hexágono, entre muchas otras.
Existen distintos tipos de caleidoscopios. Algunos distorsionan todo lo que se mire, por lo tanto no necesitan cristales de colores. Otros mantienen a las pequeñas partículas flotando en aceite para que se muevan más lento y el efecto psicodélico sea mayor. Sin embargo, el tipo de ilusión no varía. La mecánica es la misma. Las pequeñas partículas de colores se mueven dentro de un caos, pero al ser reflejadas por los espejos forman una figura simétrica y perfecta. Esta es la figura total. El usuario no suele fijarse en los detalles de cada partícula, sino que centra su atención en el todo (el rombo, el hexágono, etc).
Así, como en los caleidoscopios, se presenta la lectura de algunas obras literarias como Lo Insondable, el segundo libro de cuentos del escritor Federico Zurita Hecht. Porque, si bien casi todos los libros de cuentos poseen una concordancia entre un cuento y otro, pocas veces me he encontrado con libros de cuentos en que esa concordancia, construya a su vez un relato que va más allá de las historias y de la ficción. Cada cuento puede ser una partícula de este caleidoscopio, y la obra total es la imagen simétrica proyectada hacia el ojo del lector (esa imagen es un triángulo negro). Pero esta concordancia que se construye más allá de la historia o, la concordancia de la idea, está sobre otras concordancias que se pueden ir encontrando a lo largo de la lectura.
En primer lugar está la concordancia de la ficción. Los personajes principales de cada historia están dentro de un caleidoscopio gigante que podría ser el universo, pero que son específicamente algunos países como Rusia, Chile y México, entre otros. Si bien, estos héroes están construidos dentro de espacios físicos y psicológicos individuales, parecen responder a una pulsación o un ritmo escondidos. Este efecto ha tenido diversos nombres a lo largo de la historia, como el plan divino, el azar, el destino, etcétera. Sin embargo, el autor parece decirnos que va más allá de eso. Que hay algo que se está construyendo detrás de todos nosotros. Las piezas multicolores sospechan de su condición de cristales. Algunos personajes, como Adrián Petipas, está casi rozando una respuesta al problema del universo. Se siente aterrado y sorprendido, como Daneri observando el Aleph. Casi todos los personajes de estos trece cuentos concuerdan en el sentimiento de abismo de Petipas, que es justamente el sentimiento que genera la paradoja, que es a su vez, el efecto que genera la máquina escondida en un sótano de Moscú.
Los personajes de cada cuento dialogan con los personajes y las historias de los otros cuentos. Ellos no lo saben, .pero están construyendo una historia mayor que la de ellos mismos. Construyen la historia de aquello que está por descubrirse, pero el único que logra mirar esto desde arriba, es el ojo en el extremo del caleidoscopio. El ojo del lector, quien se fija en los pequeños guiños discursivos con la realidad de este universo y de la historia universal. Sin conocimiento previo sobre la caída de la URSS, o sobre el golpe militar del 73, sería mucho más complejo entender el secreto de la obra (el secreto del triángulo oscuro). Dentro del juego, sería como si el ojo no pudiera distinguir los colores de cada cristal. Quizá dilucide la forma de una estrella, pero no sabrá de qué color es. Este diálogo con el universo real (del cual ya comienzo a dudar) se construye como otro nivel de concordancia al que el lector debe enfrentarse.
No he querido referirme a esta obra desde el nivel argumental, ya que intuyo que las narraciones individuales (muy bien construidas por lo demás), son el medio para darnos a entender algo superior. O quizá, ni siquiera entender, sino percibir y asumir aquello que está detrás de este plano de lo real (la figura total). Solo diré que cada cuento está escrito con un estilo y una voz diferente, lo que permite refrescar y facilitar el transito por cada una de las historias. Las piezas están lubricadas y puestas con tal maestría, que ninguna historia queda forzada, como tampoco existe alguna que sea dispensable para la gran máquina.
Algo que me queda dando vueltas, es que a lo largo de las historias, muchas veces se dialoga con las historias que aparecen en el libro anterior del mismo autor: El asalto al universo. No lo he leído, pero intuyo que se está en presencia de un nuevo universo literario. Este dialogo, ya saturando la idea, podría considerarse como la piedra de inicio para la construcción de un futuro caleidoscopio mucho más grande.
Creo que este libro es uno de los puntos más altos de la narrativa chilena contemporánea, donde la influencia norteamericana parece no dejarnos nunca, y la autoficción se agota mientras se expande, o viceversa. No existen muchos momentos en que los escritores chilenos salgan de Chile, dialoguen con el resto del mundo, como en este libro. Zurita rompe con esta tradición, pero no del todo, porque si bien la mayoría de las historias se construyen desde Europa Oriental, la historia reciente de Chile sigue ahí. Por tanto, a pesar de que sea una obra que pretende unirse a los grandes flujos de las ideas universales, no elide ni sustituye la discursividad propia, lo cual representa una de las grandes diferencias entre un artista y un escribidor.