[vc_row][vc_column][vc_column_text]Como uno de los cinco autores del libro Relatos del Capitán Yáber (junto a Simón Pablo Espinosa, Simón Ergas, Daniel Campusano y Lord Byron Watsabro), lo que aquí diga va a parecer teñido, tal vez, de intenciones que los cinco autores pudimos tener al escribir y que probablemente se conversaron tangencialmente cuando nos reunimos a pensar cuál sería la dirección de este libro surgido de la mente de Simón Ergas y Nicolás Leyton. No busco, sin embargo, fijar de forma paternalista las interpretaciones de los potenciales lectores de este libro. Más bien quiero sostener esta breve reflexión en algo que la literatura puede hacer, y subrayo el “puede”, porque aquí, aunque existan posiciones discursivas (las de los autores, la de La Pollera Ediciones), más que de las intenciones, quisiera hablar de la naturaleza de la ficción y examinar cómo ésta, a partir de esa naturaleza, puede participar de forma muy variada de discusiones políticas e históricas. Eso me va a permitir, finalmente, hablar del libro que estamos presentando y sus posibles discursos, pues las intenciones son posibles porque esa naturaleza de las ficciones de las que hablaré, lo permite.
La disciplina del conocimiento denominada Historia tiene el propósito de interpretar el mundo. Las ficciones, por su parte, también pueden contribuir en la construcción significativa de este conocimiento, de un modo diferente por supuesto. Las ficciones tienen la capacidad de iluminar aquellos rincones que la Historia no alcanza a tocar. No quiero entrar en un debate en que las ficciones aparezcan mejor ponderadas que la Historia. Ambas actividades humanas cumplen con sus posibilidades y éstas, en su circulación, pueden interrelacionarse, dialogando en el acuerdo o la diferencia. Las ficciones, a diferencia de la Historia, parecen no desear interpretar el mundo, pero la impresión que se produce en los lectores al comprobar que eso sí es posible, magnifica el poder de las ideas que conforman esa interpretación. Básicamente lo que sucede es que el mecanismo ficcional del “decir sin decir” produce que quien recibe el discurso participe de forma activa en el proceso de entendimiento de las ideas. Lo anterior posibilita que, pese al desarrollo de saberes autodenominados como científicos, la forma en que las ficciones hacen referencia al mundo aún sea necesaria. Insisto, eso sí, que no quiero decir que la ficción sea mejor o más compleja que la no ficción. Sólo digo que es diferente a ésta.
El volumen Relatos del Capital Yáber no es Historia, pero con las herramientas de la ficción contribuye a la interpretación del mundo, y esa interpretación es histórica. Las herramientas, en este caso, fueron seleccionadas a partir de la contemplación de un mundo específico que a la mayoría lo tiene harto y que inicialmente parece no viable de ser modificado. Es un mundo grotesco por lo excesivo y por el descaro de lo realizado con un esfuerzo mínimo de ocultamiento. Es un mundo que, tras su consolidación, termina produciendo risa. Qué absurdo camino tuvimos que recorrer para que todo esto se presentara como algo natural. Y aunque moleste, una risa torpe se nos planta en la cara, como casi única opción frente a nuestra propia inmovilidad. Pero esta risa no puede ser el punto de llegada. De hecho es el punto de partida. Las herramientas de la ficción, por tanto, pueden encontrar en esa risa de desagrado un motor para la acción. Hay aquí ganas de reírnos, pero masticando algo inevitablemente incómodo, intragable. La risa, aquí, no es un chiste. Es, en cambio, un reclamo, un juicio. La risa no es risa, es constatación y desacuerdo con eso constatado. La manifestación tras la risa torpe, es el padecimiento del grotesco que se ha impuesto. Risa torpe y padecimiento son las herramientas narrativas apropiadas, en este libro, para interpretar el presente de un país para la risa, de un país tristemente gracioso, de un país de mierda con estructuras de poder de mierda. La interpretación que hacen estos cuentos es, entonces, cuestionadora.
Veamos: “¿por qué escogemos creer en las mentiras? ¿Su familia todavía quería tener un padre bueno? ¿Se puede ser un padre bueno en prisión preventiva? ¿Se puede ser un buen culpable?” (Espinosa, 14); “Como parece que te comieron la lengua los ratones, te lo voy a explicar con una metáfora […] sé que apoyas al azul y sabes que yo apoyo al blanco, pero aunque gane tu equipo, yo siempre gano, porque ambas camisetas llevan el logo de mi empresa” (Zurita Hecht, 46); “Asunto: […] Voy al grano, necesito toperoles nuevos para el alargue de la campaña. Gracias por siempre. […] O agrandar mi combo con papas y bebida” (Ergas, 77); “Alcanzo a entender lo que ustedes han hecho después del noventa, Diputado, ¡pero lo condeno enérgicamente! Ustedes se bajaron los pantalones ante los hueones con plata y mantuvieron un Estado para no molestarlos” (Campusano, 95); y “todos los medios de comunicación vociferan la esquizofrenia de las boletitas falsas. Los periodistas canallas chamullean con la crisis institucional y, wow, ¡se descubrió que los políticos eran corruptos! ¡Eureka! ¡Pero qué genios! ¡Qué detectives, eh! ¡Ni Sherlock Holmes! ¡La derecha roba plata! ¡La concertación está llena de gatos de campo! Bah, ¿sencillamente serán tan ingenuos? ¿O tienen ganas de ser estúpidos? ¿De verdad alguien, en su sano juicio, podía pensar que estábamos en un país poblado de ciudadanos probos y virtuosos progresistas?” (Watsabro, 111).
Debería detenerme aquí, pero quiero terminar esta argumentación con dos citas tomadas de otros textos publicados por La Pollera Ediciones. Los fragmentos posiblemente estén sacados de contexto, pero esa es una posibilidad del lenguaje que yo ahora aprovecho por la necesidad de completar algo que podría estar siendo dicho por Relatos del Capitán Yáber. El primer fragmento pertenece a la antología política Por la humanidad futura de Gabriela Mistral, realizada por Diego del Pozo, y dice: “Es para mí un viejo asombro constatar que, siendo la democracia la patrona de nuestros destinos, cuanto toca nuestra ama, la urna electoral, […] se nos vuelve un jolgorio de mercado, y de los chistes placeros que cambian compradores y vendedores de votos” (Mistral, 267). La otra está tomada de La imposible ruptura del señor espejo y otros cuentos de José Edwards, y dice: “La humanidad le daba la impresión de un grupo de insectos pegados a un muro a punto de derrumbarse, o de pasajeros de un tren que corriera sin dirección ni maquinista, con rumbo absolutamente desconocido.
“¿Era lícito seguir jugando a los naipes en el carro comedor? ¿Era razonable defecar y soñar o dormir la siesta encima de una construcción que se venía al suelo?
“Todo cuanto sucedía a su alrededor le parecía violentamente absurdo […]” (Edwards, 127). Cualquier semejanza con el mundo interpretado por Relatos del Capitán Yáber es totalmente posible.[/vc_column_text][laborator_heading title=”Libros de este autor” sub_title=”en La Pollera”][laborator_products columns=”3″ products_query=”size:6|order_by:date|post_type:,product|tax_query:195″ css=”.vc_custom_1466812275102{margin-top: -40px !important;}”][/vc_column][/vc_row]