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” Los 70 años del Nobel a Gabriela Mistral” por Pedro Pablo Guerrero en Artes y Letras

“No tengo ninguna ilusión respecto del Premio que da la ilustre Academia Nobel”, escribía el 30 de abril de 1945 la cónsul de Chile en Petrópolis, Brasil, al ministro de Relaciones Exteriores chileno en una breve carta donde, pese a todo, agradecía las gestiones del consulado en Suecia y prometía enviarle el material solicitado para apoyar su postulación. “Ha habido de mi parte alguna desidia, yo no he creído ni creo que me sea adjudicado este premio, hasta hoy demasiado europeo para que alcance a nuestras literaturas nuevas”, concluía.

Diez años antes de convertirse en el primer autor latinoamericano en recibir el Premio Nobel de Literatura, Gabriela Mistral tomó parte en una campaña para conseguir que la Academia Sueca se lo diera a un español: Miguel de Unamuno. En “Recado sobre Unamuno”, artículo publicado el 14 de junio de 1935 en El Mundo, de Puerto Rico, la poeta entendía que no le dieran a España un Nobel en Física o Medicina por su mala reputación científica, pero “es asunto aparte la literatura de una lengua que hablan cien millones de habitantes”, escribía.

Se explicaba esta carencia de reconocimientos en el hecho de que los países de lengua castellana no tuvieran una política intelectual, entendida como una “difusión organizada de su cultura”, que sí practicaban Francia, Inglaterra y Alemania respecto de sus idiomas.

“Nuestras naciones, menospreciadoras de su propaganda entera, y de la literaria especialmente, no tienen siquiera idea aproximada de lo que significa esta campaña por el libro en español.

Se asombrarían si leyesen, los muy lerdos, en presupuestos públicos o en capítulos de gastos reservados, las gruesas sumas que los pueblos lúcidos aplican a ello”, escribía la futura Nobel.

No sabe uno de qué sorprenderse más. Si del realismo de Gabriela Mistral en ese entonces o de la sordera que todavía padecen nuestras lerdas naciones.

Gabriela “pública” y “privada”

La carta de 1945 aparece en el volumen Páginas (perdidas) de la vida mía , donde Jaime Quezada recopila manuscritos, correspondencia, recados y anotaciones de la escritora chilena. No todos tienen fecha ni mencionan el lugar donde fueron redactados. El compilador los ordena, como buenamente puede, clasificándolos en catorce secciones. Carente de mayor aparato crítico y de notas, el libro se puede hojear al azar. En casi todas las páginas hay algún dato de interés o una reflexión original. Así, por ejemplo, en un texto de 1953 Mistral clasifica a los pueblos según las personas de la Divina Trinidad: “Creo que la chilenidad es hija del Dios Padre. Somos fuertes y tal vez bruscos, y un tanto pesados. La gracia del santo Espíritu no nos llueve o llueve de tarde en tarde sobre nosotros”.

Mucho más sistemático, Carta para muchos: España, 1933-1935 (Origo/U. de La Frontera, con el apoyo del Consejo Nacional de la Cultura) se concentra en los dos años que Gabriela Mistral vivió en Madrid con el cargo de cónsul de Chile en España. El libro reúne 116 documentos, entre cartas, artículos de prensa, oficios consulares, poemas y recados. Karen Benavente declara en el prólogo que uno de sus objetivos es “colaborar con el derrocamiento del mito convencional de la maestra sufriente y abnegada, y la imagen recurrente de que fue echada de España por la supuesta deslealtad de su querido amigo Armando Donoso”. Como se recordará, muchos biógrafos insisten en que Gabriela Mistral fue sacada de su puesto luego de hacerse pública una carta personal que Donoso entregó al periodista Miguel Munizaga, quien la publicó en la revista Familia. En la epístola, la poeta se refería duramente al pueblo español.

Por el contrario, Karen Benavente y la investigadora Daniela Schütte descubren en los documentos del período que la poeta “había ejercido en su entorno una presión enorme para salir de Madrid, pues desde su llegada a ese país, en 1933, ya estaba planeando un plan de escape”. Las recopiladoras indagan en la posibilidad de que Mistral “haya concebido y articulado su salida a fin de cumplir con el mito y la sentencia de la ‘echada’ para, años después, favorecer y ayudar a los refugiados de la Guerra Civil Española, sin perder su lugar de escritora de ‘minorías'”. Audaz hipótesis, ciertamente, pero que recibe medios de prueba en este libro que incorpora las reacciones y descargos de todos los involucrados en el affaire .

Sin desmerecer la calidad de sus artículos y el interés de las comunicaciones diplomáticas, las diferencias entre la Gabriela “pública” y la “privada” dejan un saldo de interés a favor de esta última. “Crítica, brutalmente honesta e incluso calculadora”, al decir de Benavente, la escritora hace descarnadas confesiones a sus amigos íntimos. En carta de 1934 a Carmela Echeñique, esposa de Carlos Errázuriz (cónsul en Zúrich entre 1920 y 1937), se puede decir que vislumbra la guerra civil: “Esto es una anarquía legal, una serie de trastornos diarios, menores pero sangrientos; un sindicalismo rabioso; un socialismo que hoy se une a la violencia y mañana la repudia; unas derechas que tendrán que unificarse para hacer un fascismo o ser arrolladas. Vieja socialista, yo no puedo estimar la anarquía terrible que lleva aquí esa etiqueta y tampoco puedo hacerme una mentalidad de derechas, beatona y egoísta. Reconozco la calidad personal superior de las derechas, en todo caso. Ojalá Dios las ilumine y las purifique para que puedan dar gobierno y paz a España”.

Inclasificable, libérrima, refractaria a los partidos, la Gabriela más comprometida aparece en la antología Por la humanidad futura , de Diego del Pozo. Editado por La Pollera, con el apoyo del CNCA, el título proviene de un artículo mistraliano que se encuentra en un libro escolar mexicano de 1934. En él la autora proclama el fin del culto a los “héroes de la sangre” (Alejandro, César, Napoleón…) y anuncia, en el alba del siglo XX, el de los héroes de la ciencia: Laplace, Darwin, Lyell, Marx, Spencer… “En el corazón de la Humanidad, los grandes verdugos están a punto de ser suplantados por los grandes maestros. La escuela está llamada a sustituir al campamento. Únicos combates civilizados serán los del libro y de la inteligencia”, escribe.

A diferencia de su escritura privada -mucho más escéptica-, con el texto recién citado sucede lo mismo que con otros destinados al conocimiento público: expresa más deseos que realidades. A esas alturas del siglo, la humanidad ya había sufrido una guerra mundial, se encaminaba a otra y los verdugos estaban en pleno apogeo. Como sea, el volumen reúne sus escritos políticos sobre el feminismo, así como perfiles admirativos de dos caudillos malogrados: José Manuel Balmaceda y Augusto Sandino. De su estancia en México, invitada por Vasconcelos, destaca una conmovedora descripción de una escuela-granja que Mistral propone como modelo pedagógico para la infancia desfavorecida de Chile. También se incluye su breve pero fundamental artículo “Menos cóndor y más huemul”, publicado en “El Mercurio” el año 1925, donde confiesa su escaso amor por el ave carroñera y la gran estimación que siente, en cambio, por el ciervo autóctono; animal que, a su entender, resume la sensibilidad de la raza: “sentidos finos, inteligencia vigilante, gracia”.

Llama la atención entre los inéditos recogidos en Por la humanidad futura uno que no aparece en Carta para muchos , a pesar de haber sido escrito el 16 de marzo de 1933 mientras era cónsul en Madrid. “Sobre situación de clases sociales y natalidad” es una crítica al control de los nacimientos impulsado por los neomaltusianos para, supuestamente, beneficiar a la clase obrera. Por el contrario, dice Mistral: “El pueblo no ha podido imponer a las otras dos clases reformas grandes o chicas en su favor sino gracias a una presión material que se resuelve en un éxito de números. El ‘control’ será para esta masa una sangría. El obrero se aliviará como padre de familia y se debilitará muchísimo como fuerza de clase y como gremio”.

Felipe del Pozo, en su prólogo de Por la humanidad futura , hace un llamado a identificarnos con el mensaje de Gabriela Mistral: seríamos nosotros esa humanidad futura que todavía no ha escuchado los consejos de la poeta. El segundo destinatario del libro son los profesores, “piedras angulares del progreso de una nación”, según Del Pozo. Aceptar este emplazamiento implica contrastar los dichos de Gabriela Mistral con un presente no solo lleno de lastres del pasado, sino también de ideas políticamente correctas que difieren mucho del pensamiento mistraliano. Pensamiento que, por lo demás, rara vez se presenta como un todo orgánico e inmutable, pues suele estar sometido a radicales cambios de parecer y numerosas contradicciones. El desafío, por tanto, es mayúsculo.

Reordenamiento de su obra poética

En Poesía reunida. Mi culpa fue la palabra (Lom, con apoyo del CNCA), la poeta Verónica Zondek se propuso una hazaña no menor: organizar los poemas de Mistral que se encuentran en sus libros -los que publicó en vida y los póstumos-, de una manera distinta; no por orden cronológico, sino en secciones. Los nuevos “libros” surgidos de tal reorganización llevan títulos como “Locas mujeres”, “Canciones de cuna”, “Ternura”, “La escuela”… y así hasta llegar al último, y el único que conserva su nombre original: “Poema de Chile”.

“En esta compilación -escribe Zondek- propongo ordenar los poemas aunados temáticamente tal como los fui encontrando enmarañados en los libros publicados hasta ahora. Sin embargo, algunos de estos conjuntos de poemas, aunados en secciones con títulos que… muchas veces se repiten en los otros libros, no alcanzan a formar un volumen, sino que son esbozos en los cuales Mistral probablemente pensaba seguir trabajando y que ahora, en la medida en que el material encerrado en esos baúles llegados a la Biblioteca Nacional salga a la luz pública, podremos conocer y saber si efectivamente continuó escribiéndolos o si quedaron esbozados a la espera de un futuro que nunca llegó”.

Tanto Poesía reunida -que incluye un esclarecedor “Aditamento” crítico del profesor Walter Hoefler- como los tres nuevos libros que compilan parcialmente las prosas de Gabriela Mistral deben su existencia, en gran medida, a los baúles mencionados por Zondek. Es decir, a los casi 40 mil documentos de la poeta donados a Chile por Doris Atkinson, sobrina de Doris Dana. El legado lo custodia, desde 2008, el Archivo del Escritor de la Biblioteca Nacional, que además los está digitalizando. Gracias a este patrimonio, la herencia mistraliana continúa siendo una obra en progreso, nunca terminada, abierta a nuevos ordenamientos y lecturas mediante antologías y recopilaciones.

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