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” La invasión juvenil: los nuevos narradores chilenos” por Roberto Careaga en El Mercurio

Adentro del Estadio Nacional miles de metaleros de todas las edades asisten con devoción a un nuevo recital de Iron Maiden en Santiago. El sonido es aplastante y se desborda por las calles aledañas, pero, en una casa ubicada al frente, el concierto apenas se escucha como un murmullo. Se oyen otras cosas. Se ven otras cosas. En la sede de editorial Hueders acaba de tocar la banda Paracaidistas y la música empieza a girar por cuenta de DJ Salinger. Corren cervezas en lata y piscolas en vasos plásticos, unos pocos bailan, la mayoría se reúne en grupos y hablan y hablan, sobre todo de literatura. Esta no es una fiesta cualquiera: el lanzamiento de la primera novela de Daniel Hidalgo (1983), Manual para robar en el supermercado , se convierte de pronto en el lugar perfecto para apreciar el nuevo paisaje de la narrativa chilena joven.

A cinco años de su primer libro, los cuentos de Canciones punk para señoritas autodestructivas , Hidalgo se movía en su fiesta saludando a sus pares que llegaron el evento: Simón Soto (1981), Diego Zúñiga (1987), Constanza Gutiérrez (1990), Pablo Toro (1983), Cristian Geisse (1977), Juan Manuel Silva (1982), Gonzalo Eltesch (1981) y Juan Pablo Roncone (1985), entre otros. Eran una muestra de un grupo mayor de escritores en torno a los 30 años, que en los últimos cinco o seis años han venido configurando lo que parece ser una renovación de la literatura chilena. Formados en la década de los 90, son los vástagos del boom de los sellos independientes, y en un inédito cruce de conexiones editoriales y lazos de amistad le están dando espesor y movimiento a una nueva escena.

Además de la novela de Hidalgo, Soto acaba de lanzar su segundo libro de cuentos, La pesadilla del mundo (Montacerdos); el poeta y editor de Planeta Juan Manuel Silva publicó su primera novela, Italia 90 (Calabaza del Diablo); Cristián Geisse edita la novela Ricardo Nixon School (Emecé), y Francisco Díaz Klassen presenta su cuarto libro, la novela La hora más corta (Alfaguara). Del año pasado aún se oyen ecos de los estrenos de Paulina Flores ( Qué vergüenza ) y Eltesch ( Colección particular ), mientras que el segundo libro de Camila Gutiérrez, No te ama , reaparece en el ranking de los más vendidos. Durante el 2016, Zúñiga y Matías Celedón tendrán nuevos títulos. “Definitivamente hay un impulso nuevo. Se aprecia un mayor interés de los lectores en la narrativa chilena actual, y eso se da por el surgimiento de buenos libros de autores jóvenes”, dice Eltesch, que también es editor de Penguin Random House.

“Después de muchos años han aparecido voces nuevas en la narrativa chilena. Voces interesantes que se están conectando con la sociedad, con sus lectores”, dice Sergio Parra, el dueño de la librería Metales Pesados, quien, junto con Aldo Perán, está detrás de una antología de narrativa chilena que en los próximos meses publicará la editorial peruana Estruendomudo. Ahí, entre relatos de consagrados como Álvaro Bisama, Alejandro Zambra y Rafael Gumucio, aparecerán textos de Zúñiga, Toro, Celedón, Soto y Roncone. “Sus libros están contando su experiencia de vida en una sociedad neoliberal”, agrega Parra.

En septiembre del año pasado, Alberto Fuguet asistió al lanzamiento de Qué vergüenza y fue uno de los que le pidió a Flores (1988) que le firmara su libro. “Siempre he estado atento a lo que se hace”, dice el autor de No ficción . “La gracia de leer a gente como Flores, Camila Gutiérrez, Hidalgo, Álvaro Bley, Soto, Díaz Klaassen o Matías Correa, es que te enteras, literariamente, del estado de las cosas del país, de la calle. No te cuentan cuentos y tienen una prosa tensa, moderna”, explica. “Sin duda, me intrigan”, agrega.

Más allá de la clase

Para el escritor Luis López-Aliaga “todo está por verse”. Por sus talleres literarios han pasado varios de los jóvenes narradores y, además, los lee con atención desde la editorial que dirige (junto con Zúñiga y Juan Manuel Silva), Montacerdos. Ahí ha publicado libros de Romina Reyes (1989) y Esteban Catalán (1984). “Hay un nuevo panorama editorial. Pero tiene que decantar. Estamos hablando de los primeros libros y sabemos que no van a perdurar todos sus autores”, dice. “No hay temas hegemónicos, eso es un signo de los tiempos, pero comparten espacios, zonas de la ciudad. Y a partir de Zambra se puso de relieve cierta clase media como temática que anteriores narradores no solían tomar. En estos nuevos autores eso aparece mucho más consistentemente”.

Varios de estos nuevos libros tienen como telón de fondo las ansiedades de la clase media: los cuentos de Reyes y los de Catalán, pero también los de Flores y Roncone, como la novela Incompetentes , de Constanza Gutiérrez, Italia 90 , de Silva, C olección particular , de Eltesch, parte de las novelas de Zúñiga, e incluso Manual para robar en el supermercado, de Hidalgo. Cada uno a su modo exploran lo que Camila Gutiérrez llama la “pequeña épica de miserias” de esa zona social, para hablar de múltiples temas: la pérdida de la inocencia infantil, el traumático paso a la adultez, la crisis de la educación chilena, la memoria, las fricciones sociales, etc. Nunca son vociferantes, son políticos desganados, la cultura pop es parte de su lenguaje y en algunos casos hacen lo inesperado: en su primer libro, Nancy , Bruno Lloret (1990) cuenta el destino trágico de una mujer en Tocopilla y mientras abre la mirada a la pobreza y las contradicciones religiosas que sobrevuelan el desierto, reparte por todas las páginas una serie de X que refuerzan la intensidad del texto.

También atípico es el nuevo libro de Gonzalo Maier (1981), Material rodante -publicado en España por Minotauro-, un diario de viaje de un hombre que proclama al pijama como la vestimenta perfecta, mientras que José Miguel Martínez (1986) lanzó el año pasado Hombres al sur , una novela histórica que hace del sur chileno del siglo XIX una zona salvaje y violenta. “Tengo la sensación de que todo lo que se está haciendo ahora es muy distinto entre sí”, dice Camila Gutiérrez desde Nueva York, donde estudia un máster de escritura creativa. Después de Joven y alocada -la película y el libro-, el año pasado lanzó No te ama , una novela que, entre otras cosas, sirve para asomarse a la contradictoria intimidad de los veinteañeros de hoy. En la escritura, directa, tensa e ingeniosa, está la clave del libro. Fue un superventas a fines del año pasado y aún le queda cuerda.

Gutiérrez no se siente parte de una generación: “Si hay algo que me fascina de la literatura es que a veces se establecen filiaciones mucho más misteriosas o impredecibles que las generacionales”, dice. Diamela Eltit tampoco cree en las edades; prefiere los libros. No ha podido seguirles la pista a tantos autores nuevos, pero algo le interesa. Nombra a Felipe Becerra, a Alia Trabucco y a algunos más que problematizan las etiquetas: “Matías Celedón (1981), por su fina posición narrativa y la solvencia que porta la poética en que organiza su relato. Yosa Vidal (1981), por su trabajo prolijo con la cita literaria y cómo reopera en tanto crisis social en la actualidad. Natalia Berbelagua (1986), porque presenta un imaginario literario menos formateado que me resulta revuelto, activo y punzante. Y, ahora mismo, La hora más corta, de Díaz Klaassen (1984): rompe los estereotipos cursis con los que trabajan la sexualidad muchas de las novelas e instala en un lugar de máxima intensidad una poética que anuda sin concesiones sexualidad y melancolía”.

Comunidad de afectos

En un momento del año pasado, Simón Soto terminaba los cuentos de La pesadilla del mundo en su casa y, en la pieza de al lado, Daniel Hidalgo hacía lo suyo con Manual para robar en el supermercado . Simón había acogido en su departamento a Daniel por unos meses. Quizás se trata de eso: de “una comunidad de afectos”, como dice Sergio Parra. “Mis mejores amigos son otros escritores, pero eso es algo natural. Edades similares, intereses parecidos, obras que se están escribiendo a la par, etc. Nos damos a leer lo que estamos escribiendo”, asegura Soto. “Espero que esta gente siga escribiendo y publicando con la vitalidad que lo ha hecho hasta ahora”, agrega.

Escribieron en el mismo departamento, pero no lo mismo. Mientras Soto exploraba cómo el horror se toma de pronto lo cotidiano hasta arrasar con todo, Hidalgo en su novela hace un retrato del Valparaíso agrietado de fines de los 90, una ciudad que también opera como el escenario del primer amor de un universitario llamado Manu. Hidalgo cree en los amigos, incluso en un nuevo impulso de la narrativa: “Sin embargo, no creo estar cercano a una nueva generación, con nuevas condicionantes, nuevas motivaciones, el esquema generacional se agotó hace mucho y, en el fondo, en cuanto a escritura, yo me siento una isla”, dice. Concede algo: desde la publicación en 2006 de Bonsái , de Zambra, algo empezó. Y Soto suma Caja negra , de Bisama.

Para algunos, el eco de Zambra aparece en varios de estos nuevos libros. Él, desde Nueva York, también duda de estéticas compartidas en estos autores. “Lo que compartes son cervezas”, dice. “Soy amigo de varios de esos escritores, he leído sus libros, han leído los míos, pero pienso que si ni ellos ni yo hubiéramos escrito nada, igual seríamos amigos. Con algunos de ellos he compartido manuscritos y eso es tan importante… Estoy casi completamente seguro de que sus libros influyen más en los míos que los míos en los suyos”, agrega.

Uno de los que ha compartido cervezas con Zambra es Zúñiga, que este año lanzará un volumen de cuentos, Niños héroes . Su tercer libro; el primero fue Camanchaca (2010), acaso el disparo inicial de este nuevo momento narrativo. Él duda. “Por ahora solo se esboza ese ‘nuevo momento’, porque la mayoría solo ha publicado un libro”, sostiene. Y agrega: “No sé si compartimos temas o estéticas. Me parece interesante que hayan aparecido otros paisajes -Cerrillos, Recoleta, La Florida, otro norte y otro sur-, pero todo es bien heterogéneo e incipiente. Aún es preponderante la influencia de la narrativa norteamericana, pero existe una conexión con la literatura chilena, no hay un quiebre ni mucho menos. Falta indagar más en nuestra tradición y descubrir otros autores. Huneeus, Wacquez, Alcalde. Eso podría desordenar el panorama”.

Zúñiga se mueve por la casa de Editorial Hueders saludando a amigos. Sigue sin escucharse Iron Maiden. Bisama, más allá, niega ser algo parecido a un padrino de esta generación. No importa que haya presentado el libro de Hidalgo y que esta semana lance el de Díaz Klaassen. Días más tarde, escribe un e-mail diciendo que le gusta lo que está pasando. “Es algo nuevo, que me parece fantástico porque se ha venido incubando en la última década y ha tenido relación con los cambios en nuestra industria editorial. Esa escena no estaba antes y es agradable que exista porque vuelve la narrativa chilena algo más complejo y diverso, mucho más riesgoso y extraño que lo que era hace quince años, cuando yo comencé a escribir ficción. Y el riesgo y la extrañeza son buenos. Siempre”.

”Hay un nuevo panorama editorial. Pero tiene que decantar”, dice Luis López-Aliaga.

”A veces se establecen filiaciones mucho más misteriosas o impredecibles que las generacionales”, afirma Camila Gutiérrez.

”Mis mejores amigos son otros escritores, pero eso es algo natural. Edades similares, intereses parecidos, obras que se están escribiendo a la par”, asegura Simón Soto.

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