Fuente: Fundación La Fuente
La Pollera Ediciones se ha destacado por rescatar autores consagrados además de ser una plataforma para visibilizar el trabajo de nuevos narradores. Su editor, Simón Ergas, bien sabe de aquello, pues también es escritor, oficio que le ha permitido abordar desde otra perspectiva cada proyecto editorial. Nuestra colaboradora María Jesús Blanche conversó con él sobre este doble tránsito literario, y sobre cómo el azar y el gusto por los libros lo llevaron a crear una editorial.
Con tres libros publicados a la fecha, estos últimos años Simón Ergas (1983) se ha abierto camino en el mundo de la escritura y la edición. Licenciado en Letras, cofundador y editor de La Pollera Ediciones, en el año 2011 publicó De una rara belleza, biografía novelada donde narra la historia de un judío yugoslavo que logró escapar de la invasión nazi a Macedonia durante la Segunda Guerra Mundial. Un relato familiar, rescatado desde la negación y el silencio, que llega a nosotros en la voz de uno de sus nietos.
El 2016 recibió una mención honrosa en el Premio de Narrativa Francisco Coloane por Tierra de aves acuáticas (Oxímoron, 2016), obra que le tomó casi diez años finalizar. Esta novela es narrada desde dos focos, con un par de gaviotas que nos entregan una lúcida visión sobre la realidad de las zonas salmonicultoras del sur de Chile, en este caso, de Hornopirén.
Paralelamente a su trabajo como novelista, el ojo crítico de Ergas —en coautoría con el ilustrador Rafael Edwards— fijó su mirada en las pequeñas y muchas veces absurdas normas que nos rodean diariamente y que actúan como mecanismos de control ciudadano a baja escala. El resultado es Delitos de poca envergadura (La Pollera Ediciones, 2017), libro ilustrado con cuarenta y dos relatos breves que retratan qué sucedería si, por ejemplo, perdemos el ticket de estacionamiento en un mall y no tenemos el dinero para pagar la multa o si nos subimos por la puerta trasera de la micro sin pagar el pasaje.
Sobre el origen de estas publicaciones y el trabajo de rescate editorial de La Pollera Ediciones, entre otros temas, conversó con nosotros en extenso.
—Cuéntanos un poco sobre el proceso de escritura y publicación de Tierra de aves acuáticas.
El libro me tomó diez años. Es evidente que entre medio hice otras cosas, pero dentro de esos años lo borré por completo y lo volví a escribir. En las versiones iniciales trataba de imitar lo que leía, hasta que ocurrieron dos cosas: la primera, estuve un mes en Hornopirén; la segunda, mi editor y socio, Nicolás Leyton, se metió a trabajar conmigo en este proyecto. Él destruyó sin piedad lo que había escrito y me mandó a leer algunos libros tan precisos que cambiaron mi forma de ver esta historia y, quizás, de ver la narrativa. Una de esas lecturas fue El lugar sin límites, de José Donoso.
Cuando estuve en Hornopirén dormí en la casa de un expescador que, después de trabajar toda la vida para sí mismo, como leñador o pescador, repartía comida para Sodexo en los casinos de las balsas salmoneras que flotaban en los fiordos. Es decir, alimentaba hombres que alimentaban pescados para destriparlos en forma de producto. Estaba todo torcido. En la industrialización encontré el tema para la novela. Su voz me la dieron los personajes y las ganas de llevar el relato a un extremo en que pueda dudar de sí mismo, mirarse y arrepentirse, dar pie atrás, corregirse o echarse a perder.
—¿Cómo surgió la idea de escribir Delitos de poca envergadura?
La idea original fue de Rafael Edwards. Él puso en Facebook un dibujo de un tipo con cara de malo subiéndose a la micro por la puerta de atrás, con la leyenda “Delito económico de bajo perfil”. Al tiro pensé en un libro con diversos cuentos cortos ilustrados. Creímos que el gran mal —digamos guerras, corrupción, violencia— también se alimenta de nuestras denuncias, vive de que lo señalemos con el dedo, por eso ni siquiera le prestamos atención para reírnos. Nos quedamos con lo menor, lo invisible que también nos limita, que también puede tener un peso sobre nuestras espaldas.
Un libro ilustrado, a colores, es algo costoso de realizar. Entonces le propuse el proyecto a Rafa, me dediqué a avanzar y cuando tuvimos una maqueta con los primeros cuarenta relatos ilustrados postulamos a un Fondo del Libro. Lo ganamos sorprendidos, porque pensábamos que estos concursos eran solo para proyectos de rescate de grandes autores, por ejemplo.
—En relación con lo anterior, ¿cómo trabajaste con Rafael Edwards para la creación de este libro?
En general no nos metimos mucho en el trabajo del otro. Sí avanzamos juntos en el sentido de buscar la forma o el tono de la obra. Yo partí escribiendo, Rafa en base a eso armó una propuesta que él creía que dialogaba con el cuento, no que lo adornaba, ni que le robaba la imaginación, sino que le daba un marco de lectura. Una vez llegamos a ese acuerdo tácito fue muy fácil avanzar, confiando en que estábamos cometiendo el mismo crimen, uno de poquísima envergadura, y que ninguno de nosotros pretendía algo más. A partir de allí todo se hizo parte de un gran chiste. Nunca lo pasé tan bien escribiendo un libro.
—¿Qué motiva tu escritura, por ejemplo, a optar por el cuento o la novela a la hora de iniciar un relato?
Me parece que uno de los momentos más extraños es la voluntad de creación. De repente una cosa entra en los pensamientos y se queda anidando hasta que cierta claridad la interpreta como una historia. Puede ser la obsesión con un tema o la porfía de querer probar cierta forma de narrar. Creo que es durante ese embarazo donde se decide si la historia saldrá en el cuerpo de un cuento o el de una novela. Al menos así lo veo yo, casi siempre la manera de contar la veo antes de nacer (¿podemos hablar de ecografía?).
—¿Crees que ser editor te vuelve más crítico en relación con tu escritura? ¿Cómo conllevas ambos oficios?
No podría decir que más crítico porque si algo he aprendido editando, es que el autor es quien más dificultades tiene para ver la obra con la distancia necesaria. Quizás lo crítico se manifiesta en que sé que no soy capaz de leer mis textos con esa mirada crítica necesaria. Lo que sí me ha pasado es que imagino los proyectos escriturales desde otra perspectiva. Por ejemplo, antes de editar un libro nunca me había fijado en una contratapa y, como le leí a un amigo por ahí, después de hacerlo se comienza a considerar un libro con sus paratextos en un sentido más amplio: contratapa, solapas, en fin, conciencia de su existencia.
La gestación de La Pollera Ediciones se remonta al año 2006, con la creación de un suplemento dominical para el diario digital El Rancahuaso, y otros cinco o seis que integraban la red de diarios ciudadanos. Junto con excompañeros de Literatura y otras carreras afines, Simón Ergas y compañía conformaron un grupo que abarcaba distintas disciplinas: “El espíritu de ese proyecto era tratar el arte y la literatura con placer, es decir, que cualquiera pudiera escribir de estos temas solo por el gusto frente a ellos y no por ser un técnico autorizado”, nos cuenta.
Ya con un nombre definido y con un pollo como logo-mascota, Simón y su socio, Nicolás Leyton, se especializaron en Edición y Periodismo respectivamente. “Entonces llegó el día en que encontramos a José Edwards, un autor de la Generación del 38 que nunca publicó sus textos.” En medio de este proceso, conocieron a Pablo Martínez y nació La Pollera Ediciones tal como la conocemos hoy en día. “Pablo actualmente es nuestro diseñador y es quien nos mostró el mundo de las imprentas y el trabajo de diseño editorial. Nosotros, lectores, escritores, nunca habíamos fabricado ni vendido un libro.”
—¿Se consideran una editorial independiente? ¿Qué las definiría como tal?
El término se ha vuelto confuso, hasta un objeto de márquetin, cuando en realidad su única función es apuntar por contraste a esos animales enormes que son las transnacionales o a editoriales que necesitan del mercado, que deben comer de todo lo que puedan para poder existir. En nuestro caso, sí nos consideramos independientes debido a que la editorial la hacemos tres personas y si un proyecto sale de nuestra Pollera, es solamente porque a alguno de los tres nos hace sentido o simplemente nos gusta y nos motiva como para poner nuestras plumas a aletear para sacarlo adelante. No dependemos de nada más que nosotros tres.
—¿Existe alguna editorial nacional o extranjera cuyo proyecto sea un referente para el trabajo de La Pollera?
En el ámbito nacional, durante el último tiempo hemos reconocido una gran afinidad con la editorial Alquimia. Somos amigos y, sin contar su línea de poesía, creo que nuestro catálogo recorre caminos similares en cuanto a rescate editorial y publicación de narrativa contemporánea. De hecho, ellos en el avance de la publicación de los diarios de viaje de Juan Emar, encontraron la novela Regreso y nos la pasaron, sin interés de por medio, simplemente porque nosotros ya habíamos empezado con la ficción. En el extranjero, me gusta mucho lo que hace la editorial argentina Godot. Su catálogo realiza un rescate y traducciones desde el punto de vista del ensayo antes que literario, y han publicado muy buen material.
—A la fecha han realizado un rescate de importantes autores nacionales, como Juan Emar, Gabriela Mistral y Carlos Droguett. Cuéntanos cómo ha sido el proceso de publicación de estos autores.
No olvidar a José Edwards. El huevo que dio origen a este pollito. Fue interesante y espectacular, sorprendente porque no sabíamos nada y lo hicimos todo. Rafael Edwards, amigo de mi viejo, padre de uno de mis mejores amigos, me dice un día que su propio viejo era escritor y que nunca publicó. Le pedí los textos y eran maravillosos. La ironía existencial, el humor, la claridad para expresar todo eso. Hicimos un Fondart gigante, sin saber hecho nunca uno antes, para sacar tres libros, proyecto en el que pusimos todo: contador, oficina, pago de cuentas, hasta caja chica. No sé cómo, pero lo ganamos, con ese saborcito que deja las cosas que te pueden cambiar la vida (aunque uno cacha después que te la cambiaron). Hicimos los libros, Pablo Martínez los diseñó con Rafael Edwards. Esos tres libros, financiados, con un sueldo mágico que nos permitió dedicarnos cien por ciento a ellos, fue el mejor diplomado que pudimos tomar.
Y así una cosa llevó a la otra. Un día, ingenuamente, vimos en Wikipedia que había una novela de Juan Emar que estaba inédita y nos acercamos a la fundación. Resultó que existían manuscritos que ni siquiera estaban transcritos a formato digital. El directorio de la fundación confió en nosotros y nos pasaron Cavilaciones y Amor. Cavilaciones nos tomó más de un año transcribirlo, descifrarlo. Luego,Amor, fue un poco más fácil por ser narrativo. Pero el proyecto nos tuvo un montón de tiempo con una lupa en la oficina.
—¿Y en el caso de la Gabriela Mistral y Carlos Droguett?
Con la Gabriela Mistral la historia es distinta. Nosotros prácticamente produjimos el proyecto, pero no fuimos los editores literarios. Diego del Pozo hizo su magíster sobre el Poema de Chile, él estaba en eso cuando llegó el legado y con su profesor guía, rearmaron (o armaron) el libro. Unas pocas copias habían sido publicadas por la Católica, entonces le propusimos a Diego entregar esa obra al público general. Luego, Diego siguió trabajando la prosa de Gabriela Mistral y para su tesis de doctorado reunió una serie de textos políticos que publicó ella en distintos medios de comunicación. Diego está convencido que la típica imagen de la Mistral la impuso la dictadura para bajarle el perfil. Y en eso, estamos muy contentos de apoyarlo. Una bomba a la memoria.
En el caso de Droguett, nos acercamos a los conservadores de su obra simplemente para mostrarles lo que hacíamos y conversar en la posibilidad de hacer algo con ellos. Así aterrizamos en dos proyectos, el primero fue el que publicamos recientemente: El hombre que trasladaba las ciudades, una novela que se publicó en España el 73 y que, por razones políticas, nunca llegó a Chile. La pega en este caso fue conseguir la novela en una librería de libros viejos en España, transcribirla y, lo peor, corregir la transcripción. Eso nos tuvo más de un año comparando nuestra versión con los originales, que no eran originales, sino que era la versión de la editorial española.
—¿Qué publicaciones vienen en camino para los próximos meses?
Tenemos un proyecto de rescate de la narrativa del poeta Rosamel del Valle. Esperamos publicar pronto dos plaquettes promocionales —que no se van a vender—, con un relato cada una, y Las llaves invisibles, un libro de cuentos publicado por Zig Zag el año 46. Luego publicaremos dos novelas: Elina, aroma terrestre y Eva y la fuga, ambas publicadas póstumamente en el extranjero. También estamos empezando a trabajar en una edición nueva de El compadre, de Carlos Droguett, con un capítulo entero inédito y unos textos que el autor quiso agregar a una parte emblemática de la novela, pero que ninguna de las ediciones posteriores los incluyó.
En la línea contemporánea, próximamente publicaremos la novela Ecos, de Álex Saldías. Una versión de este relato se ganó el Bolaño, otra versión distinta se ganó un concurso que hicimos nosotros de libros de cuentos y, finalmente, terminó en forma de novela. Trata sobre la violencia con la que se han abordado los temas indígenas en Chile desde el siglo diecinueve (gritos) y cómo repercuten hoy (ecos). Violencia genera violencia. Finalmente, editaremos pronto las novelas extranjeras El grito, de la argentina Florencia Abbate, y Salomé, de la autora cubana Elaine Vilar.
—Luego de Delitos de poca envergadura piensan continuar publicando libros ilustrados? ¿Les interesa, por ejemplo, ampliar su colección hacia la literatura infantil o juvenil?
Nada me gustaría más. Siempre hemos tratado de incluir ilustración en nuestros libros, ya sea un detalle como aporte al diseño o como algo más importante dentro de la propuesta. Este aporte gráfico hemos querido plasmarlo también en nuestra colección de narrativa. Para cada portada estamos usando obras de artistas contemporáneos. Creemos que para el libro suma como objeto, como propuesta de lectura y esta difusión suma a los artistas visuales. O sea, un pintor difícilmente ve uno de sus cuadros reproducido por cientos en librerías. Es bueno para todos.