Mi muerte (y esto es algo que hoy, ya fuera del tiempo, yo, nombrado René Andrade en alguna época, puedo fingir que cuento con serenidad) llegó inesperadamente una tarde a comienzos del otoño de 1955, luego de despedirme de Catalina Mújina, mi novia ya desde hacía tres años y compañera, por igual tiempo, en mis estudios de Lenguaje y Literatura, con quien había pasado aquel día un agradable rato en el viejo Café San Marcos, cercano al campus. Discutimos, eso sí, pero aquello era un juego que acompañaba nuestro tiempo compartiendo el chocolate caliente y los bizcochos. Discutimos (y reímos por eso) sobre el hipotético destino que tendrían nuestros también hipotéticos hijos, personas vigorosas que vivirían doscientos años, que es el tiempo que necesita alguien para acercarse al conocimiento de algunas verdades, el tiempo que, creí en vida, necesitaban las naciones para aprender a recibir los golpes de las fuerzas de la historia, y comenzar una mejor historia con menos golpes. Pero no viví doscientos años ni vi a mi nación cumplir tal edad.
Continue reading“La fricción entre las palabras y las cosas” por Ignacico Álvarez en Revista Intemperie
Hay un momento de Lo insondable en que una vieja trapecista, o al menos eso supongo porque la escena ocurre en un circo y la familia Tarnovsky se ha dedicado por generaciones a ese negocio, dice que “se requiere de una gran fortaleza para resistirse al vacío, pues muchos, de tan grande que es el miedo a caerse, prefieren arrojarse”.
Me parece que, en varios sentidos, este segundo libro de Federico Zurita desoye premeditadamente, o bien oye con mejor oído del que uno sospecha en principio.
Me explico. Si uno se viera conminado a decir de qué se trata Lo insondable tendría que decir que, en lo fundamental, este libro de cuentos —voy a insistir en llamarlo un libro de cuentos— habla sobre las posibilidades de la ficción, o acerca de las relaciones entre las palabras y las cosas. Ese es el tema que recorre obsesivamente los trece relatos que lo componen, y lo hace de un modo bastante literal. Más que, como suele hacerse, utilizar las narraciones como ejemplo o demostración de ciertas ideas que quedan fuera del texto, implícitas, Lo insondable no tiene ningún pudor en discutir en su mismo cuerpo las posibilidades de la ficción. En algún sentido, además de ser un cuerpo de cuentos argumentalmente entretejidos unos con otros, este libro es también un conjunto de “relatos de ideas”, un grupo de narraciones en las que debe seguirse un debate ensayístico que es tan importante como el desarrollo de la acciones.
Hay que seguir ese debate con harto más detalle de lo que puedo hacer en este momento. De todos modos, me parece reconocer una gradiente, una paleta de posiciones con respecto a las posibilidades de la representación literaria. En el extremo menos radical está el narrador del primer cuento —“Disolución del universo”—, que declara su aprecio por el realismo de la siguiente manera:
“Por supuesto, no fue por sus intenciones de reflejar la realidad, sino por el placer que en esa pretensión (inútil pero alusiva) producen las palabras al combinarse”
Dicho de otro modo: si algún valor tiene la representación de la realidad es por la fricción que produce la letra al querer reproducir la realidad, no por su sentido o significado. En la otra esquina está esta otra declaración, que aparece en el cuento “El catálogo perfecto”, en donde el bibliotecario de una mapoteca sueña con una catálogo que “se presentaba no como un registro de la mapoteca que, imaginándola a través de los signos, la condicionaba, sino como una segunda mapoteca fiel a la primera, a la real; o, por qué no, pensé en ese momento, se presentaban ambas mapotecas como una sola. Objeto y representación se habían vuelto idénticos”.
No me interesa adelantar lo que, creo yo, Lo insondable concluye en este debate. Prefiero volver a la vieja trapecista, porque me parece que el vacío que al que este libro se enfrenta, es el vacío que las narraciones más recientes producidas en Chile soslayan o consideran que ya está resuelto. Ese vacío es el de las relaciones que existen entre las palabras y las cosas.
Muchas de las novelas que se han publicado en los últimos años juegan con la ficción autobiográfica o se ofrecen como novelas sin ficción de un modo irreflexivo, como si el estatuto ambiguo de la ficción que parece presidir cualquier escritura del presente fuera normal, o un piso incuestionable, o el único modo en el que puede darse la escritura. Tal vez sea así, tal vez no podemos salir de la literatura sin ficción, pero hay también la posibilidad de pensar una literatura distinta.
Escribir un libro de cuentos que pueda leerse como una narración de ideas que discute esta normalidad o este piso incuestionable, que se atreve a proponerse como un ensayo, entonces, tiene poco que ver con una despreocupada jugarreta de estirpe borgeana. Es un salto al vacío más temido, diría yo, al vacío que significaría escribir sobre cosas y personas sin saber de verdad si es posible escribir sobre ellas. Lo insondable es una narración de ideas urgentes, me parece, y creo que su recurrencia también lo señala.
Pero no todo son ideas en Lo insondable. Es sobre todo un libro de trece cuentos en los cuales volvemos a encontrarnos una y otra vez con los mismo personajes, algunos de los cuales vienen de El asalto al universo (2012), el primer libro de Zurita. Ese libro ponía en el centro de su geografía a Puerto Azola, una versión transfigurada, se me ocurre, de la ciudad de Arica. Aquí en cambio, Puerto Azola está apenas en la esquina de un mapa sorprendentemente amplio y cosmopolita. Hay chilenos como Cirilo Lewellyn y Gastón Insunza, albanos como Florián Strakosha, alemanes como Emil Koeberlin y Cornelia Odebrecht, rusos como Piotr Beliavski y Grigoryev Alexeievich, e incluso mexicanos como la familia Madero, dedicados al circo y los clavos.
Se me ocurre que ambas cuestiones, la libre circulación de los personajes por los diferentes relatos del libro (a veces protagonizando versiones distintas de los mismos hechos) y su origen geográfico, tan diverso que uno se ve tentado a leer los cuentos desde una perspectiva mundial, están de alguna forma relacionados. Como si el mundo fuera al mismo tiempo muy amplio y muy estrecho. Tan vasto, por ejemplo, como para que sea posible que una mujer chileno-rusa guarde la máquina que permite la contradicción en el sótano de su casa moscovita y nosotros, aquí en Santiago y aquí en 2015 podamos saberlo. Tan pequeño, por otro lado, como para que esa geografía inmensa sea ocupada, finalmente, no por cualquiera, no por un sujeto dispuesto al azar dentro de las multitudes que seguramente pueblan el mundo sino por la misma gente que ha protagonizado el cuento anterior. Es, en el fondo, una forma de pensar la totalidad, pequeñita y asible por un lado, vasta e impensable por otro. Una forma de pensar el lugar que ocupamos en el mundo.
Como ocurre con algunos libros insignes de nuestra tradición literaria, Lo insondable está habitado por una máquina, en este caso una máquina que permite “realizar simultáneamente dos acciones contradictorias entre sí” (93, entre varias otras descripciones). En el momento en que la máquina se active, se nos dice, es posible que el mundo desaparezca, pues no es posible sostener la realidad transgrediendo el principio de la no contradicción. Por supuesto, no voy a contar qué es lo que pasa, si la máquina se activa o no; si, de activarse, el mundo desaparece o no. Esta máquina me recordó otro aparato, uno que está hecho no para realizar dos acciones simultáneas, que es mucho decir, sino para poder decir, humildemente, dos proposiciones contradictorias en un mismo relato. Ese aparato se llama mito, y la descripción que les hago está copiada de un famoso trabajo de Lévi-Strauss. Un mito es ese relato que puede decir dos afirmaciones que se contradicen.
Con esto quiero decir, de la forma más indirecta que he podido, que en última instancia Lo insondable es un libro que tan ambicioso como humilde. Como la literatura antes de ser literatura, como el mito, busca pensarlo todo, abarcarlo todo, incluso lo que no puede caber en un mismo saco. Como la literatura después de ser literatura, como nuestra literatura, la de hoy, habita sus limitaciones, las de la ficción, de la forma más consciente que puede.