“Diego del Pozo y antología de la poetisa: “Mistral hizo política toda su historia. ¡A los 17 años ya estaba en eso!” por Maximilano Arce en La Segunda

Alrededor de 50 artículos y casi 200 páginas. Esas son las dimensiones de la recolección de la prosa política de Gabriela Mistral que ha hecho Diego del Pozo durante doce años, que será plasmada en el libro “Por la humanidad futura, Antología política de Gabriela Mistral” que será lanzado este año en la Biblioteca Nacional junto con La Pollera Ediciones. Licenciado en Letras con mención en Literatura y Lingüística Hispánica en la UC, decidió quitar el término “prosa” al título del libro porque era muy amplio: discursos, mensajes, apuntes, anotaciones manuscritas inéditas, cartas y opiniones en semanarios y diarios.

-¿En Chile hay más nerudianos o mistralianos?

-Me encantan los dos. No se enfrentan. Entre ellos tienen una relación encantadora. Tenemos la suerte de tener una poeta y un poeta, los dos Nobel en un país. La discusión es irrelevante.

-¿Hay algo que le llamó más la atención recolectando textos?

-“Imagen y Palabra, el cinema, la radio y la TV en los problemas educativos” del 54 en la Universidad de Columbia. Encontré ese discurso en la Biblioteca de Washington que da en un seminario o charla intelectual, y habla de cómo ocupar estas tecnologías nuevas en la educación. Me sorprendió al leerlo porque me di cuenta de que no lo hicimos.

-Siempre quiso cambiar las cosas.

-Hace política durante toda su historia. Hay un artículo que publicó en 1906, cuando tenía 17 años, relacionado con la formación de la mujer. ¡A los 17 años estaba en eso! Era muy despierta, intelectual desde muy niña.

-¿Sería actual en la discusión educacional?

-De alguna manera leerla hoy nos puede conectar con un proceso de formación muy similar. La historia es cíclica. Leerla con más atención puede contribuir no sólo a nuestra identidad cultural, sino en cómo construir el país que estamos haciendo.

-¿Cómo entraría hoy en el debate sobre el rol del profesor?

-El peso que tuvo fue que hacía clases públicas en los cerros, invitaba a los niños a que fueran a clases. Ese acto está respaldado por lo que ella creía de la función del profesor. La Mistral entra en el debate del país en cómo quiere que nos conozcamos entre nosotros. Ojala todo profesor la leyera.

-¿Falta inspiración de Mistral en la discusión pública?

-Falta ponerla sobre el tapete, pero para eso hay que ir a Puerto Rico a la Biblioteca. No están esos textos.

-Ponerla en más listas de lectura.

-Bueno, está… Algo.

-Es un pincelazo.

-Pero eso pasa con todos. No hay una cizaña especial con ella. No hay nadie que quiera ponerla sobre el tapete.

-¿Qué tendrían que leer los parlamentarios para que se inspiraran?

-Lo que vamos a sacar y el “Poema de Chile”. Sobre la prosa, hay muchas cosas interesantes, el tema es tratar de revivirla hoy. Si hay que partir por alguna parte, lo haría por el Poema de Chile.

El epistolario mistraliano

-¿El libro es una valoración a su aporte y originalidad?

-La Mistral es una intelectual atemporal, como Da Vinci, Aristóteles. Si ya han pasado 50 años y todavía no hay un reconocimiento, no sé cómo cambiarlo. El Nobel antes del Nacional de Literatura es casi vergonzoso. Eso fue faltarle el respeto.

-¿A quién le escribe Mistral?

-A muchos intelectuales latinoamericanos. En particular a José Vasconcellos, encargado del proceso de educación en México, como el ministro de Educación.

-¿Qué importancia tuvo?

-Él la viene a buscar y se la lleva a México. Se abraza con el latinoamericanismo y trabaja en el proceso educativo mexicano, con la alfabetización rural. En la mitad de Chiapas, la escuela pública más importante lleva su nombre.

-¿Con qué políticos se relacionaba más?

-Con Pedro Aguirre Cerda tuvo una relación importante. Con Frei Montalva también, muy significativa. Era una especie de ejecutor de todos los pagos y despagos de Gabriela Mistral en Chile.

-¿Con quién más se cartea?

-Tiene un epistolario enorme. Thomas Mann, François Mitterrand. Pero tengo reparos sobre antologías epistolares. Es frágil decidir tomar artículos que no fueran publicados, como estos apuntes, a publicar cartas íntimas de una persona.

-¿Habría publicado las cartas con Doris Dana?

-No. Me parece de poca densidad cultural. Quedan muy bobas las dos. Las dos son personajes muy altos y las muestran hablando de platas, pagar arriendo. Les hace un daño a ellas dos.

-¿Y aportaron en algo?

-Creo que no. Ni siquiera la discusión que quedó, la más jugosa, sobre su homosexualidad tampoco queda zanjada. Hay epistolarios con hombres, como Magallanes Moure, con Romelio Ureta. Hay amores de la Mistral antes, e incluso más fogosos que los que puedes encontrar en “Niña Errante”.

-¿No era homosexual?

-El amor del que se habla en ese libro a mí me pareció platónico. Medio de madre-hija. Medio complicado. Pero de ahí a ser abiertamente una declaración sobre lesbianismo y abrazar el discurso lésbico sobre toda su obra, no. Fue irrelevante, casi vergonzoso.

 PERFIL ACADÉMICO

-Editor de la última edición de “Poema de Chile”.

-Magíster en Literatura en la Universidad Católica.

-PhD en Historia y Patrimonio Cultural, en la Universidad de Helsinki, Finlandia.

“Incompetentes” por Alida Mayne-Nichols en Publimetro

Fuente: Publimetro

Incompetentes de Constanza Gutiérrez es una novela breve relatada a través de cincuenta y cinco capítulos que son, más bien, muy pequeñas viñetas. Los episodios no suelen superar la página y algunos, incluso, no son más que un par de párrafos. Un vistazo al libro nos permite vislumbrar una escritura fragmentada la cual se traduce, por cierto, en una historia fragmentada. El texto comienza muy bien por cuanto no has explicaciones, sino que se nos introduce de inmediato en un estado de incertidumbre. La narradora da cuenta de la situación actual: “Hace tiempo que ninguna mamá viene a dejarnos comida” (7), pero no sabemos dónde está ni con quiénes ni por qué la comida ha dejado de llegar. Esa será una tendencia dentro del texto: no explicar. La fragmentación deviene inevitablemente en la conformación de un relato en que la película no está completa, aunque como lectores sí vamos integrando ciertas piezas. Es así como sabemos que se trata de estudiantes en toma en uno de esos colegios despectivamente llamados raspe y pase, aunque incluso ahí hay una estratificación entre buenos y malos alumnos.

Lo que sucede en esta toma es que no se comprende por qué se mantiene. Aparentemente a estos alumnos no les interesa la educación gratis y de calidad; pero sí hay un debate generacional que se nos insinúa desde un comienzo: las madres han dejado de venir. Gutiérrez construye entonces un mundo sin adultos y en la que no se busca tampoco la mirada del adulto. El único momento en que aparece una madre ansiosa por ver a su hija, pero que debe conformarse con conversar con Laura, la narradora, se construye un episodio de total incomodidad, en que se cruzan palabras, pero no se encuentran miradas, es decir, no hay discursos afines, sino dos mundos desconectados entre sí.

Incompetentes es un texto que funciona y está bien escrito. Deseado o no, se produce un efecto en que el lector se involucra: ¿está uno también en la toma?, ¿cómo es que somos espectadores de pequeños momentos íntimos de esta toma?, ¿estamos leyendo un diario acaso? Son preguntas que quedan sin respuesta. Sin embargo, la opción por lo fragmentario y difuso, hace que a medio camino se pierda el norte de la narración. Así como ya nadie sabe por qué insisten en una toma en que nadie cree, como lectora tampoco se sabe hacia dónde va el relato, lo cual se corregirá hacia el final. Otra debilidad de la narración es la presentación de los personajes, que, en general, se mantiene en la superficie: son pocos los personajes en que se profundiza, aunque sí se nos presenta un abanico de distintos personajes, dando cuenta de que los estudiantes no pueden ser encerrados en una categoría neutra y generalizada, por cuanto cada uno de ellos es distinto y particular. De todas maneras, Incompetentes es un texto interesante, bien escrito y que hace esperar nuevas narraciones por parte de Constanza Gutiérrez.

“Juventud sin épica, juventud rebelde” por Juan Rodríguez en El Mercurio

Con 24 años, la chilena Constanza Gutiérrez publica su primera novela, “Incompetentes”, el retrato de un grupo de adolescentes, no triunfadores, durante la toma de su colegio.  
Juan Rodríguez M. Si el éxito, el triunfo, el emprendimiento, el activismo son el imperativo social; la resistencia a ese orden, el disturbio, la subversión, ¿no debería habitar en el fracaso, la apatía, la incompetencia, en la inutilidad? ¿O personas así solo serían desechos de la civilización? ¿Restos? ¿Pruebas del triunfo del “sistema”?

Constanza Gutiérrez es chilena, chilota, licenciada en Literatura, tiene 24 años, en 2011 ganó el Premio Roberto Bolaño con su cuento “Arizona”, y en 2013 -con otro relato, “Las cinco de la tarde en algún lado”- el Primer Concurso Literario sobre la Ilegalidad de la Marihuana en Chile. Ahora publica su primera novela, “Incompetentes” (La Pollera), elogiada por críticos como Rodrigo Pinto -“es una demostración de que se puede escribir bien, con naturalidad y cuidado, sin innecesarios alardes metaliterarios”- y escritores como Diego Zúñiga. En ella pone en escena, precisamente, a un grupo de inútiles, o de “incompetentes”, como anuncia el título.

¿A qué escritores se siente cercana? Nunca lo ha pensado, dice -“supongo que porque aún no logro pensar en mí como ‘escritora'”-, pero sí tiene claro que admira a Alejandro Zambra -“mucho, mucho”-, a Diego Zúñiga, Juan Pablo Roncone, Daniel Villalobos -“su libro ‘Sur’ me gustó un montón”-. “También a León Álamos, que hace poco publicó un libro de cuentos llamado ‘Discocamping'”. Además de las letras de cantautores como Alex Anwandter y Milton Mahan.

Sin compromisos

A pesar de que “Incompetentes” está situado en una toma, lo que rige a los estudiantes es el desinterés: por las asambleas, por el futuro, por la comida que se preparan. La narradora y protagonista es Laura, quien nos habla de ella, de sus compañeros y de un día a día ajeno a toda épica o entusiasmo; ajeno, también, a toda presencia adulta.

¿Qué es lo que provoca esa desafección? “En realidad, la toma de los niños del libro no tiene nada que ver con compromisos políticos”, explica Gutiérrez. “El colegio es uno de esos que recibe a los expulsados de otros y los protagonistas no están interesados en hacer valer ningún derecho, solo se aprovecharon del pánico, de que otros alumnos, en otros colegios, lo estaban haciendo. Querían un lugar para esconderse del resto, nada más, y las ganas de ocultarse vienen de que nadie los tome en cuenta. Si nadie te quiere aceptar en un club, con el tiempo puedes generar cierto orgullo marginal y no querer ver a sus miembros nunca más. Eso es”.

Unas palabras de Laura definen, quizá, la atmósfera: “Al final, y por mucho que uno se queje, se abraza la miseria como se abraza cualquier cosa en la que hayamos sido criados: por la fuerza de la costumbre”. Una visión que Gutiérrez no comparte “para nada”. “Sí creo que es difícil desasirse de cosas con las que te machacaron desde niño -a eso se refería el fragmento, a la manera en que te educaron- y que desaprender es un proceso bastante largo y difícil”.

– ¿Qué deberían desaprender los personajes de tu novela?

“Bueno, son varios personajes. Son distintos. En general, estaría bueno que supieran que el colegio da lo mismo y que sacarse malas notas no dice nada de ellos más que el hecho de que no están preocupados por eso. Pero seguro lo saben, por algo se encerraron. Los que no lo saben son sus papás y sus profes”.

“Yo soy rebelde” por Patricia Espinosa en Las Últimas Noticias

A la escasísima producción de ficciones en torno a tomas estudiantiles viene a sumarse este pequeño volumen de Constanza Gutiérrez. Incompetentes , primera novela de la autora, es una alegoría en torno al choque generacional donde los padres son la norma y los hijos la desviación, siendo imposible encontrar algún punto de encuentro entre ambos. Pesea a sus errores, el relato contiene una interesante crítica a los hijos de ciertos sectores burgueses de izquierda que consigue borronear un poco la actitud moralizante en la que suele recalar Gutiérrez.

Mediante el ya manido recurso del fragmento, Laura, la narradora, da cuenta de la vida de diez adolescentes “afortunados y flojos” que se toman el colegio que aborrecen para convertirlo en una suerte de casa okupa. El grupo se instala en su decadente colegio particular, especializado en recibir alumnos expulsados de diversos establecimientos debido a su condición conflictiva. En una obvia concordancia con su perfil de alumnos disfuncionales, la comunidad no genera normas de convivencia, ni un líder, ni división de labores o ideas sobre cómo alimentarse o conseguir dinero. Tampoco les preocupa la policía, que no aparece por ningún lado, ni siquiera como amenaza.

Los jóvenes están casi desconectados de afuera, al colegio le cortaron internet tras de la toma y parecen desconocer la existencia de celulares. Su único trato con el exterior es a través de un grupo de serviles punks, que los proveen de algunas mínimas cosas. La ausencia de preocupación material, organizativa y defensiva, que raya en lo inverosímil, sólo se justifica como una forma de reforzar la simple propuesta alegórica que el relato construye; es decir, esta toma no tiene un trasfondo político-social, sino que es apenas el escenario para representar un conflicto entre adolescentes y padres.

El volumen carece de tensión y de progresión, el tiempo que parece detenido, al igual que las trayectorias de cada personaje. Desde que se instalan en el colegio, cada uno asume que afuera reina el caos y que están aislados. Es frecuente que la protagonista, asumiendo la voz grupal, acuse discriminación social por su pertenencia a un “colegios para echados”. Sentirse víctimas es una constante en estos jóvenes burgueses hastiados de todo, que responsabilizan de su estado a sus padres, quienes les exigían logros escolares y planes de futuro profesional.

La candidez de estos planteamientos sólo es contrapesada por una suerte de crítica social que permite ver que la no pertenencia familiar y social de este colectivo es relativa: “Lo cierto es que, muy en el fondo, existe algún resabio de orgullo. Prefiero mi educación de izquierda a su educación de derecha, prefiero el orden relajado que su estricto pasado de uniforme impecable”. Los adolescentes tienen bastante claro su origen, su pertenencia a un colectivo mayor, ya no colegial, sino de clase, que enorgullece y hace que siempre haya un sitio al cual regresar tras jugar a ser rebelde.

Incompetentes no profundiza en las diferencias de los personajes. Todos resultan tristemente iguales, homogéneos en su condición de cuicos loser y melancólicos. La alegoría que construye Gutiérrez es débil y básica, al igual que su estilo de escritura, que sólo contiene pequeños aciertos, como la presencia de algunas imágenes poéticas respecto a la luz, los espacios y las rutinas del ocio. Donde no hay vuelta atrás es en la construcción de personajes víctimas, que parecen mendigar lástima, porque sus padres no los entienden. Tesis para tercero medio, con suerte.

Incompetentes

Constanza Gutiérrez

La Pollera, 2014, 72 páginas.

 

“Apuntes de lectura: 2014, año de estertores” por Roberto Careaga

Fuente: Tareas de lectura

Hubo un tiempo en que esperaba las listas de lo mejor del año con alguna urgencia. Las de libros, por supuesto, pero quizás con más interés las de discos. Revisaba web de revistas que leía poco y nada durante el año, buscando esos resúmenes para sacar información –no siempre valiosa- y también para confirmar mis gustos. Yo mismo hice mis propias listas musicales y aún no me arrepiento de haber sido arbitrario ni arrogante. De eso se tratan las listas, ¿no? Las literarias en las que he participado han estado casi siempre ligadas estrictamente al trabajo, salvo un par de recuentos para este mismo blog, y quiero pensar que sabía un poco más de lo que estaba hablando. Todavía me interesan, me entretienen, pero supongo que ya llevo tantos años llegando a fin de año que la cuestión está agarrando el tristísimo sabor de la rutina. Sí, exagero.

Como sea, hace tres semanas hice una lista. Me pidieron 10 libros y me pasé. No eran exactamente los mejores, sino algo así como los más importantes. Los libros del año, ya sea por su calidad literaria o por su conexión con los lectores. En estos días he estado pensado en esa lista, dándole vueltas a sus ausencias, pero sobre todo masticando una idea que no termino de entender bien. Es, en realidad, la intuición de que el 2015 más que otra cosa fue un año de transición. De acomodo. De estertores. También, seguramente, del inicio de otra cosa. Pienso en Nicanor Parra: es maravilloso y terrible que nuevamente el viejo fuera algo así como el gran protagonista cultural del año. Qué mortalmente aburridas son las efemérides. Y aunque me parece que su libro Temporal (Ediciones UDP) es de verdad muy bueno y sorprendente, no puede ser que el mejor título de poesía chilena –como muchos andan diciendo- sea uno escrito hace 30 años por un hombre que ya tiene 100. No debe serlo.

Pienso también en Alejandro Zambra y Alvaro Bisama, para mí los mejores de su generación. Ambos publicaron novelas que, creo, extienden un programa que ya dio sus mejores frutos. Son ecos de sus obras. Síntesis, quizás. Otra vez, Bisama en Taxidermia (Alquimia) monta historias borroneadas, moldeadas en el fragmento, sobre personajes dañados, habitantes de una marginalidad en que el arte se junta con la miseria, y que esta vez toman una coherencia especial porque el narrador está perdiendo la memoria. Me gustó la novela, pero sospecho que ya existía entre las páginas de Caja Negra, Música Marciana y Los Muertos.

facsímilEl caso de Zambra podría ser incluso más evidente. La estructura que eligió para Fascísmil (Hueders) –el mismo formato que la PAA de Verbal- lo convierte en su libro más raro y arriesgado, formalmente al menos. Casi experimental. Pero más allá de esa forma, Zambra vuelve a explorar prácticamente los mismos temas de sus anteriores dos libros, Formas de Volver a Casa y Mis Documentos: la memoria, la infancia, los ecos de los 80, la educación, los quiebres sentimentales y la profunda soledad de una generación que, a estas alturas, trata más mal que bien ser adulta. Estoy simplificando, lo sé, Facsímil también es un intento radical por desafiar el relato tradicional. Pese a ello, me parece más el último paso en un camino, que un cambio de dirección.

Ahora, allá Zambra si le interesa cambiar el rumbo o no. Lo mismo para Bisama. Que hagan lo que quieran. Pero porque ambos tienen sólo 39 años, imagino que en algún momento se van a mover. Espero que sea pronto. En cambio, no sé si lo hará Roberto Merino y mucho menos Germán Marín. Primero con Marín: poseído por un fervoroso impulso literario, acaso fruto de tener el tiempo que jamás tuvo, en los últimos cinco años ha estado publicando novela tras novela y la última fue Tierra amarilla (FCE), otra poderosa pieza de su monumento a los miserables golpeados por un país nauseabundo y corrupto. Está cada vez menos político, es verdad, pero todas estas últimas “novelitas” son esquirlas de sus grandes bombas. De Merino, a su vez, no habría que esperar nada.

Repito: nada. Y sin embargo, todo lo de Merino es deslumbrante, incluso a pesar suyo. Toda su obra narrativa ha sido construida en base a responsabilidades laborales, a la larga un poco a regañadientes, como toda columna que ha de entregarse semanalmente a un diario. Su libro del 2014 Pista Resbaladiza (UDP) reúne sus crónicas de Las Ultimas Noticias y, más o menos de la misma forma que en libros como En busca del loro atrofiado y Todo Santiago, es el despliegue de una mirada perpleja pero sobrecogedoramente sensata, sobre un devenir que arrasa lentamente con todo. En el camino, Merino da cuenta de cierto universo popular nacional y también de su propia vida. El drama nunca es dramático, sino ligero, descreído, luminoso. Ahora, este nuevo de libro también es el mismo libro de siempre. Preciso: de Merino no hay que esperar nada nuevo. (Aunque quién sabe: en 2015 lanza Padres e hijos, con Hueders).

Por ahí andan, creo, los estertores. O los ecos. Quizás uno más: Autoayuda (Chancacazo), de Matías Correa. Celebrada por algunos como algo así como la gran revelación –Alberto Fuguet prácticamente lo apadrinó-, de verdad que es un relato muy bien armado, de una fluidez envidiable y una trama que avanza sin dudar un sólo paso hacia la resolución. Muy pocos autores de la generación de Correa –nació en 1982- tienen su naturalidad y elocuencia para contar una historia. Para mí, sin embargo, Autoayuda es una novela de los 90. Historia de un exitoso abogado, Mena, que se desmorona en el vacío de una vida exitosa, explora un problema apolítico y desideologizado tan noventero como sus espacios y habitantes: brillantes departamentos de La Dehesa, tontas galerías de arte del Alonso de Córdova, estaciones de servicio, drogas duras distribuidas por bohemios ochenteros que envejecieron durante la fiesta. Quizás estoy equivocando el punto completamente.

incompetentesQuizás Autoayuda en realidad es una novela sobre la amistad y la soledad y su decorado da lo mismo. No sé. No sé si realmente uno pueda exigirle a una novela que de cuenta de su tiempo o criticarle que de cuenta de otro. No sé. Lo que sí sé es que me pareció más fresca y viva Incompetentes (La Pollera), de Constanza Gutiérrez (1990), una pequeña novela –casi un relato- que es pura actualidad: es la historia de un grupo de escolares que se toma su colegio. Más allá, en todo Santiago, quizás en todo Chile, muchos otros colegios también están tomados. Pese al contexto evidentemente político, Gutiérrez evita a los cabecillas del movimiento y sus personajes son adolescentes apáticos que improvisan una vida sin reglas, lejos de sus padres, en el colegio que tan poco les importa. Por supuesto que fracasan, pero posiblemente él éxito nunca estuvo en sus posibilidades.

El debut de Gutiérrez es muy prometedor. Tanto, para mí, como el de Romina Reyes, que publicó el libro de cuentos Reinos. Historias de veinteñeros de clase media que no saben conectar emocionalmente, es sutil, ambiguo y aunque no tiene la transparente ambición de Incompetentes, también da cuenta del tono de una generación. Está cerca de Eslovenia, de Esteban Catalán, otro gran volumen de cuentos de un debutante que publicó la misma editorial, Montacerdos. Perdedores, jóvenes de una medianía a la que pertenecimos tantos, tipos cualquiera en medio de hechos cotidianos inesperadamente conmovedores.

A propósito de Montacerdos, este 2014 tiene el sabor de la consagración (¿tanto así?) para las pequeñas editoriales. Tanto Bisama como Zambra le pusieron pausa a sus casas editoriales (Alfaguara y Anagrama, respectivamente) para publicar con Alquimia y Hueders, en un gesto que sumado a otras señales hablan de, ahora sí, un nuevo panorama en la industria editorial. Mientras los sellos internacionales son tragados por el transatlántico de Penguin Random House y, como es natural, pelean por los best seller, Fuguet prefiere que su mejor libro de 2015, Juntos y Solos, salga por Ediciones UDP, la Furia del Libro se lleva toda la onda que perdió la Feria Internacional del Libro de Santiago y es efectivamente en las independientes donde surgen títulos inesperados y sorprendentes como Ejercicios de encuadre (Cuneta), de Carlos Díaz Araya, Apache (Sangría), de Antonio Gil, Fanon City Meu (Das Kapital), Jaime Luis Huenún.

imaginacionDejo aparte a La imaginación del padre (Lolita Editores), una indagación familiar de Luis López Aliaga que fue una de los libros que más me impactó del año. Sobre todo me gustó que acá todo fueran preguntas y ni una sola respuesta cerrada. López Aliaga rastrea la memoria de su familia para entender el esquivo silencio de ese hombre duro, más bien fracasado y de historia prestada, que es su papá. De fondo y a veces en primer plano también, la cultura peruana de su abuelo entra y sale del libro como otra patria posible, como otro destino imposible. En la ruta, López Aliaga no consigue resolver casi nada, pero es posible que haya puesto los cimientos de su propia identidad.

Algo más sobre las chicas. Si la sorpresa del 2015 fue Montacerdos, Hueders se puso en otro nivel. Además de Facsímil, de Zambra, casi todo lo que publicaron es valioso: desde Buscanidos, de Matías Celedón, a Humillaciones, de Marcelo Mellado, y esa tremenda colección de retratos literarios de Manuel Vicuña, Fuera de Campo. Además, editaron El idioma materno, de Fabio Morabito, y Juicios a las brujas y otras catástrofes, de Walter Benjamin. El sello de Rafael López, Marcela Fuentealba y Alvaro Matus se sitúa así muy cerca de Ediciones UDP, que se escapa con un catálogo de sabido impacto internacional. Además de Temporal o Pista Resbaladiza, este año publicaron al menos cuatro títulos más o menos ineludibles: Un hombre flaco, de Daniel Titinger, Un paseo con los dioses, de Oscar Contardo, La voz extraña, de Fabián Casas, y Continuación de ideas diversas, de César Aira. No lo digo porque yo tenga cierta conexión con el sello de al UDP, pero me quedo corto nombrado solo cuatro libros.

Pese a todo, algo pasó en las grandes. Sinceramente creo que Logia (Planeta), de Francisco Ortega, es un libro importante de este año. A pesar de que personalmente no me interesó mucho, le peleó a dos best seller probados como Pablo Simonetti y Roberto Ampuero el primer lugar del ranking y varias semanas les ganó. Ortega utiliza mitos de la historia chilena y el paisaje de Santiago para construir un thriller atrapante, quizás un poco inverosímil, pero jamás deshonesto. Es otro pilar, el más deliberadamente comercial, para un universo personal que Ortega ha ido creando en novelas gráficas como 1899 y Mocha Dick.

De la gigante Penguin Random House, valoro tres libros publicados a través de Literatura RH. La edad del perro, de Leo Sanhueza (del cual también habría que mencionar El hijo del presidente) y Volverse palestina, de Lina Meruane; en ambos libros dialoga biografía con historia política. Pero más allá de eso se parecen muy poco: Sanhueza habla de los 80 en el sur de Chile, mientras Meruane de la Palestina ocupada por Israel hoy. El tercero que valoro, y con especial entusiasmo, es Racimo, de Diego Zúñiga, el mejor sucesor posible para ese relato mínimo y apático que fue Camanchaca. A través de un protagonista fotógrafo, Torres Leiva, Zúñiga redescubre la inquietante oscuridad que se extiende por el desierto nortino. Una oscuridad que es sinónimo de mal a secas y también de pobreza y desamparo social. Es verdad que no es una novela perfecta –por suerte-, pero muestra una ambición narrativa que opera en varios niveles: contar una historia –y a veces más de una-, crear personajes, dotar al lenguaje de un filo lírico y, sin alardeos, ser político. La confianza en la ficción -y en el género novelístico- que tiene Zúñiga lo sitúa de nuevo en un lugar protagónico de su generación.

Sobre los libros extranjeros hay mucho que leer en otras partes. Yo únicamente voy a nombrar Un hombre enamorado, del noruego Karl Ove Knausgard. A mi no sólo me gustó porque soy incapaz de restarme de las modas, sino también porque quedé genuinamente deslumbrado. No sé ustedes, pero el relato pormenorizado de la vida diaria que Knausgard me dio un vértigo que, por momentos, se extendió a mi propia vida diaria, otorgándole una patina literaria a todas mis experiencias y también una de temor existencial. Es posible que me haya golpeado tanto porque en este tomo de la serie Mi Lucha, Knausgard habla de su experiencia como padre y yo precisamente estoy metido en eso hace algunos años. Como sea, lo leí lentamente, en el papel y en el teléfono, demorándolo.

Ahora que releo esto, no estoy seguro si se trató de un año de estertores. Quizás sí. Quizás fue mi forma de leer este año. Algo, creo, se está repitiendo. Eso sí, no existió una libro tan unánime como lo fue el año pasado Leñador, de Mike Wilson. En cualquier caso, este recuento es obviamente limitado, especialmente porque leí pocos libros de poesía. Tampoco leí muchos infantiles –me salté lo de María José Ferrada, por ejemplo- y muchos menos ilustrados. Me pareció fascinante La última broma de Juan Luis Martínez (Cuarto Propio), de Scott Weintraub, y me ha gustado mucho lo que he leído del recién editado Pliegues (Cuneta), de Soledad Bianchi, pero en realidad mis lecturas de ensayos fueron mezquinas. No podría decir que esto, este texto, se trata de una lista de los mejores libros del 2014. Son apenas unos apuntes de lecturas.

“Los libros del 2014” en Tele 13 por José Ignacio Silva

Fuente: Tele 13

Si hay algo que destacar dentro del año que se va en lo que se refiere al mundo del libro es el auge que experimentan las llamadas editoriales independientes.

También podríamos enumerar malas noticias, como las muertes de García Márquez y Humberto Giannini o sucesos que rayan en la vergüenza, como la entrega política del Premio Nacional de Literatura a Antonio Skármeta. Pero para qué manchar algo bueno.

Volviendo al lado amable del asunto: el impulso editorial independiente. Este quedó manifiesto en diversas instancias como la Filsa y sobre todo en la reciente Furia del Libro, que por unos días transformó al GAM en una especie de barrio Meiggs.

Como buscando cotillón en Año Nuevo, o sacapuntas y cuadernos en marzo, miles de personas visitaron el GAM en busca de libros, lo que pone en entredicho la noción, bien manoseada y nunca suficientemente explorada, de que “en Chile no se lee”. La cuestión es bastante espinuda, y tal vez no sea ésta la mejor tribuna para tratarlo.

“El impulso editorial independiente quedó manifiesto en diversas instancias como la Filsa y la Furia del Libro, que por unos días transformó al GAM en una especie de barrio Meiggs.”

José Ignacio Silva

Lo que sí podemos mencionar son los libros que se editaron este año. No todos, pero sí algunos que sobresalen de la línea de flotación y a los que vale la pena ponerle ojo, más allá de que pronto sea Navidad o que haya que rellenar las horas muertas del verano con lecturas de ocasión.

Narradores, ensayistas, cronistas

Sin un orden estricto, podemos mencionar que la narrativa, como pocas veces, ha presentado más de un punto alto durante los últimos doce meses. Nombres y libros hay varios.

Dentro de las novelas chilenas que sería bastante bueno agenciarse están La edad del perro, de Leonardo Sanhueza; Ejercicios de encuadre de Carlos Araya; Racimo, de Diego Zúñiga; Tierra amarilla del muy injustamente postergado Germán Marín; Buscanidos, de Matías Celedón; Taxidermia, de Álvaro Bisama; Facsímil, de Alejandro Zambra, un libro que emprende la siempre feliz empresa de romper con lo convencional. Autoayuda, de Matías Correa; Incompetentes de Constanza Gutiérrez y Piezas secretas contra el mundo, de Carlos Labbé, este último libro editado en España por la editorial Periférica, por lo que supera en precio a los antedichos.

Si nos ponemos más breves, Romina Reyes con su libro de cuentos Reinos también fue uno de los puntos altos del 2014; en la misma editorial Montacerdos se publicó Flores nuevas, del argentino Federico Falco, otro acierto. En el mismo ámbito del cuento, Cosas que nunca te dije, conjunto de relatos de María José Viera-Gallo, fue otro punto destacado

La no ficción, específicamente la crónica, tiene por buena costumbre no decepcionar. Este año también ha sido bueno en ese género, empezando por el impecable Fuera de campo, del historiador Manuel Vicuña, un conjunto de biografías de los escritores menos conocidos, de los postergados, o los que eligieron no mostrarse, escrita con una pluma de una excelencia casi insólita.

Si de perfiles de escritores se trata, el periodista Óscar Contardo, que tiene acostumbrado a sus lectores a las entregas de calidad, publicó Luis Oyarzún, un paseo con los dioses, una crónica biográfica de uno de los intelectuales de mayor envergadura en la historia del país, cuya vida estaba llena de secretos, realidades peligrosas de revelar en un país como el Chile de mediados del siglo XX.

Roberto Merino se ha probado como un escritor casi imbatible en la columna y en la crónica; este año la editorial de la UDP publicó Pista rebaladiza, un conjunto de columnas más íntimas del autor de En busca del loro atrofiado, Merino ahora deja de lado Santiago, y opta por recorrer su ciudad interior.

Lina Meruane entregó este 2014 Volverse palestina, una crónica valiente donde intenta entender tanto la tensión perenne entre palestinos e israelíes, al tiempo en que se mira a sí misma, poniendo en perspectiva el conflicto con la construcción de la identidad de la autora. En este apartado, también podemos incluir libros como El subrayador, del argentino Pedro Mairal, y Desubicados,  de María Sonia Cristoff, dos golazos del sello Libros del Laurel.

El idioma materno, de Fabio Morábito, reeditado en Chile por Hueders. La editorial de la UDP que publicó a Merino, también aporta el libro Un hombre flaco, una crónica biográfica del escritor Julio Ramón Ribeyro, uno de los santitos del momento de los escritores actuales, y escrita por el periodista Daniel Titinger. En una época en que la literatura de los padres y de los hijos está de moda, Luis López-Aliaga aporta un libro conmovedor, La imaginación del padre.

Por su parte, el ensayo La poesía de Violeta Parra, escrito por Paula Miranda, postula a la medalla de oro del año en su género, puesto que aporta una mirada fresca pero compleja, que supera el homenaje o el tributo, de la obra de la cantautora. Otros ensayos para considerar: Horroroso Chile: Ensayos sobre las tensiones políticas en la obra de Enrique Lihn, publicado por Alquimia; y La última broma de Juan Luis Martínez, de Scott Weintraub, un ensayo-juego-bomba incendiaria, ya que apunta que los primeros poemas del libro Poemas del otro, de Martínez, fueron escritos, en realidad, por otro autor, uno suizo que se llama casi igual que el poeta de La nueva novela.

Segunda oportunidad

Las reediciones de libros chilenos del pasado también vale la pena revisarlas, a saber Amor de Juan Emar; El río, de Alfredo Gómez Morel; un nuevo tomo de las crónicas de Jaoquín Edwards Bello, y la primera entrega de la obra completa de Marta Brunet, son algunos de los rescates literarios que se emprendieron este año.

Poetas

La poesía tampoco se queda corta, y dentro de esto hay un hito bastante destacable, la traducción de la Antología de Spoon River de Edgar Lee Masters, una de las obras trascendentales de la poesía en lengua inglesa del siglo XX, a cargo del poeta chileno Rodrigo Olavarría, quien en el pasado tradujo otro enorme texto poético anglosajón, Aullido de Allen Ginsberg.

Ahora Olavarría aporta desde Chile una nueva versión del poema de Lee Masters, realizando, sin exagerar, un aporte macizo a la difusión de la mejor poesía moderna. En el departamento de traducciones tampoco se queda corto el Premio Nacional de Literatura Raúl Zurita, que emprendió la titánica labor de traspasar Hamlet, ni más ni menos.

“Los libros de Simonetti y Rivera Letelier, ¿Sandías caladas o bodrios?, acá lanzamos -con escasa vergüenza- el esférico al córner, y que juzgue el lector.”

José Ignacio Silva

El 2014 fue el año de Nicanor Parra, qué duda cabe. Como era de esperarse, una tracalada de libros surgió a partir del centenario del antipoeta, entre ellos, un poemario poco visto antes, Temporal, donde Parra enfrenta a la dictadura.

Juan Manuel Silva, poeta y editor, también sobresale con Casimir, su último poemario. También este 2014 trajo libros nuevos de Claudio Bertoni (No queda otra), Roberto Parra (Vida, pasión y muerte de Violeta Parra), Gladys González (Calamina), Cristian Leontic (El codo del dibujante), Jaime Luis Huenún (Fanon city meu), Martín Gubbins (Cuaderno de composición), Armando Uribe (Haceche), Verónica Zondek (Nomeolvides: flores para nombrar la ignominia y Vagido), Alexis Figueroa (Finis térrea: apuntes de carretera), Juan Chapple (Un astro umbrío en el pérfido día brillante), Juan Cristóbal Romero (Polimnnia).

Pan caliente, agua en el desierto

Un aparte para los superventas del 2014. Se suele equiparar, sin mucha reflexión, ventas y calidad literaria, destapando un debate bastante manoseado, que suele surgir a la luz, por ejemplo, a la hora de otorgar un Premio Nacional de Literatura y situar entre los candidatos a escritores cuyos libros se venden como pan caliente.

En este punto la crítica y público comprador de libros jamás se han puesto de acuerdo. Aunque, como vender muchos libros en un país en el que, según dicen, nadie lee, tiene mérito, van algunos títulos que fueron grito y plata (plata, sobre todo). Logia, de Francisco Ortega es un fenómeno. Destrozado por críticos como Juan Manuel Vial, el volumen que se hunde en la conspiranoia de la Logia Lautarina ha agotado cuatro ediciones.

Si Ortega es nuevo en el pináculo de los bestsellers, para Pablo Simonetti el ranking de los más vendidos es como el living de su casa, y Jardín un nuevo palo al gato, tal como El vendedor de pájaros de otro vendedor estrella, Hernán Rivera Letelier. ¿Sandías caladas o bodrios?, acá lanzamos -con escasa vergüenza- el esférico al córner, y que juzgue el lector.