“Tony ninguno: luces y sombras de un circo” por Felipe Reyes en Radio Universidad de Chile

El joven escritor nacional Andrés Montero fija su mirada en el mundo del circo y sus avatares, en su cotidianidad y sus personajes, en esa fecunda tradición familiar del oficio heredada de generación en generación con “Tony ninguno”, una novela sobre la narración oral y el poder de las historias que escuchamos y reproducimos, pero también las que callamos.

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“Las mentiras de Andrés Montero” en Descartes periódicos por Juan Rodríguez

El martes 26 de julio publiqué, en la sección Cultura de El Mercurio, una entrevista al cuentacuentos y escritor Andrés Montero, a propósito de su novela Tony Ninguno (La Pollera Ediciones). En la nota escribí que en esta novela hay “mucho de ilusión y realidad, de mentira y verdad. Mucho de literatura: un misterioso árabe, que lleva consigo una copia de Las mil y una noches, llega al Gran Circo Garmendia junto a un silente niño. El niño y el libro se quedan a cargo de una joven trapecista que, sin embargo, empezará a ganar fama contando las historias de Sherezade. El resto -narrar y vivir lo narrado- se sigue de ahí”… Estas son las preguntas y respuestas completas.

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“El poder del intertexto y la performatividad en “Tony Ninguno”, de Andrés Montero” por Álex Saldías

Fuente: Lecturas imprecisas

Las mil y una noches es uno de los textos más complejos y fascinantes de la literatura universal. Se estima que su primera compilación fue hecha hace aproximadamente mil doscientos años, en el siglo IX. No he leído el libro, pero conozco más o menos la estructura debido a las innumerables citas que hace Borges sobre esta obra, y fundamentalmente con lo que aprendí de ella a través de la novela Tony Ninguno, de Andrés Montero. Las mil y una noches, se trata básicamente de un rey que mata todas las noches a una concubina después de desflorarla a modo de venganza contra el género femenino por un adulterio. Sucede que una noche llega Sherazade, una virgen muy astuta, quien después de tener relaciones con el rey, a sabiendas de su destino fatal, comienza a contarle una historia. Durante el transcurso del relato pasa toda la noche y se hace de día. El rey quiere seguir escuchando, así que por primera vez, le perdona la vida a su concubina hasta que termine el relato. Sherazade extiende esta historia, o esta multiplicidad de historias, durante mil y una noches. Finalmente el rey la perdona, ya que se conmueve al saber que su concubina está esperando un hijo suyo. Todo el pueblo está feliz porque el rey se ha curado de su locura. Esto sucede en el imperio pérsico del siglo IX. Mil doscientos años más tarde, una joven trapecista de un circo itinerante del campo chileno insiste a su padre, Malaquías, el dueño del circo, para que acepte los dos tomos de Las mil y una noches que les llegó a ofrecer un árabe desconocido. Así comienza la novela Tony Ninguno. Con la desesperación de un hombre por querer entregar aquella obra antes de terminar de leerla, debido a la maldición que dicen está inscrita en el libro: el que ose terminarlo, morirá. A través de esta última sentencia es que se guiará toda la obra.

Pude diferenciar varias líneas narrativas a lo largo de la novela. La primera y la más evidente es la línea del circo; el relato de la vida detrás de la carpa. No se habla mucho de las funciones. El espectáculo real está detrás: en la búsqueda de público, en la comida, en la tradición familiar de los Garmendia y los conflictos que se generan debido a la ignominia de Malaquías, el heredero directo de la tradición. La narración está a cargo de Javiera, una niña que cree ser hija del padre, pero que se encuentra con una larga y tortuosa relación incestuosa con éste, quien le termina por revelar los secretos de su llegada al circo. Bajo esta misma línea narrativa aparece Tony Ninguno, el niño sin nombre, a quien Javiera bautizó como Sahriyar, en honor al rey loco que aparece en Las mil y una noches.

Ya al principio de la novela, la relación intertextual es evidente. Sin embargo, a esta relación se le añaden los factores externos de la vida en el circo, lo que determina la configuración psicológica de Tony Ninguno, el niño recogido, quien parece ser una obra en construcción por todos los personajes (fundamentalmente por Javiera) cuyo punto culmine está justamente al final de la obra, en la pantomima del clímax. Si el niño abandonado no hubiese llegado al circo, sino a un orfanato, por ejemplo, no se cumpliría la relación intertextual que parece estar condicionada desde el principio de la novela, o mejor aún, desde el siglo IX. Tony Ninguno es el producto final de todo lo que acontece durante aproximadamente diez años en el circo, desde la caída del trapecio de Javiera y la decisión de Malaquías por dejarla contar historias al público. Tony Ninguno, se vuelve entonces doblemente vacío. Por un lado, no tiene padres, ni familia, ni historia. Por otro lado, el mundo pasa a través de él como si tuviera un cuerpo sin órganos, lo que lo vuelve incapaz de decodificar las narraciones como tales. La palabra se densifica, se vuelve acción. Pizarnik una vez preguntó al respecto:

si digo agua ¿beberé?
si digo pan ¿comeré?

Dentro de la novela, estas preguntas son más intensas aún. La importancia de la narraciones orales de Javiera, la recepción de estas mismas historias por parte del público y de Tony Ninguno, el hecho de que el niño abandonado haya sido bautizado por Javiera como Sahriyar, pero por los demás artistas como Tony Ninguno, ya que no tenía ningún talento particular y, fundamentalmente, el final de la obra, hacen que esta novela sea una especie de oda a la palabra viva, al hecho performático a través del lenguaje. En esta novela, las palabras hacen cosas, las maldiciones se cumplen, los crímenes se cometen, las personas se transforman. Y nosotros, lectores, sentimos miedo de que estemos imitando una historia pasada, o futura, pero no nuestra, como si fuéramos las sombras chinas de una realidad ajena.

Es gratificante encontrar novelas como estas dentro de la nueva narrativa chilena. El estilo narrativo de Andrés Montero dialoga mucho con el flujo estético que ha surgido durante los últimos años en la novelística nacional. Se trata de abrir paso a una estética sin miedo a experimentar con el lenguaje y los meta-relatos universales. Se agradece, y se nota, el cariño puesto al quehacer literario.

“La mecánica del caleidoscopio. Sobre Lo Insondable, de Federico Zurita” por Álex Saldías

El caleidoscopio es un pequeño mecanismo de forma cilíndrica cuyo interior se encuentra recubierto por espejos. En una de las puntas del caleidoscopio hay un pequeño montón de cristales de colores. Estos cristales son reflejados hasta el infinito por los espejos. Si el usuario del caleidoscopio (quien mantiene su ojo pegado al otro extremo) hace girar el compartimiento exterior del juguete, podrá distinguir imágenes distintas cada vez que lo haga. Estas imágenes casi siempre son las de un triángulo, un rombo, un hexágono, entre muchas otras.

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Libros para que (no) lean mis amigos: Lo insondable

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204 págs.

Wow. Quedé sorprendido con este libro. Principalmente porque lo haya escrito un chileno, que más se dedica a describir Bratislava y Moscú, y a entrelazar historias de una forma tan cabezona.

A ratos sentí lo que siento con las novelas macizas: que no soy un muy buen lector. Que esto lo puede saborear gente que sabe más de literatura.

Me gustó?: Me gustó.

De qué se trata: Yo creo que es mejor leerlo sin saber de qué se trata.

Por qué lo compré?: También porque me lo recomendó una vendedora de la librería, que dijo que no lo había leído pero que había escuchado buena crítica chilena. Y entonces pensé, que si los chilenos chaqueteros por naturaleza hablaban bien del libro de otro chileno, malo no podía ser.

Parte favorita: Cada sorpresa que va apareciendo en el texto. Ya uno sabe que empezarán a aparecer, pero aún así algunas son inesperadas. Más aún si no se lee todo el libro de un viaje.

Le puede gustar a: personas letradas.

Le puede disgustar a: quienes busquen una literatura liviana o no tengan muchas ganas de sumergirse conceptualmente en las páginas.

“Por la Humanidad Futura” por Jonathan Opazo en Lo que leímos

Fuente: Lo que leímos

En una de esas elucubraciones imposibles, he llegado a pensar en lo interesante que hubiese sido un diálogo entre Simone Weil y Gabriela Mistral. Ambas, me parece, comparten un cristianismo desgarrado, profundo, más cercano al éxtasis que a la penitencia dominical. Mientras una, conocedora de las miserias del proletariado francés, escribía que “los trabajadores tienen más necesidad de poesía que de pan”, la otra encontraba en  “la alameda de otoño lacerada” los signos de una tragedia de orden teológico: “y pienso que tal vez que Aquel tremendo y fuerte/ Señor, al que cantara de locura embriagada,/ no existe, y que mi Padre que las mañanas vierte/ tiene la mano laxa, la mejilla cansada (…)/ Padre, nada te pido, pues te miro a la frente/ y eres inmenso, ¡inmenso!, pero te hallas herido”.  Ambas, a su heterodoxa manera, con fervor religioso, defendieron a la clase obrera no tanto desde el púlpito de la militancia como desde un altar en donde cada hombre, en su particular constitución, no era más que un siervo abandonado en el lagar del mundo. Por la humanidad futura, recopilación de ensayos a cargo de La Pollera Ediciones viene, a confirmar esa dimensión imponderable de una poeta e intelectual que, como nunca, sigue ahí, terca frente a las canonizaciones baratas que las políticas culturales de un país ávido de imágenes exportables desentierra con cierta frecuencia.

“Realizar un rescate editorial como el que aquí se presenta”, anota Diego del Pozo en el prólogo de la edición, “es hurgar en la memoria e intentar hacer una relectura que nos traiga hasta hoy a través de un camino nuevo. Cualquier mirada al pasado con el fin de apropiarse de él, si se tiene un poco de suerte, nos devolverá a nuestro presente con algo que no se conocía”. Esta recopilación de ensayos, ponencias y artículos de diverso cuño que Mistral repartiera sin otra convicción que la de engrosar y tensionar las discusiones de su tiempo, viene, en un doble movimiento, a mostrar esa faceta política que la creadora de las rondas infantiles que cualquier niño de este país aprende con justificada inocencia expresaba con un fervor y convicción inquebrantables; junto con la constatación, a ratos desalentadora, de que un texto de los cuarenta sigue teniendo aún una vigencia pasmosa, como si nuestros muertos volvieran a decirnos “hate to say I told you so”. Los temas, por lo tanto, son variados. Esta recopilación, creo, no está hecha para leerla como un texto de factura rápida y desechable. Por la humanidad futura –y eso puede ser un punto tanto a favor como en contra– funciona como un pequeño manual de consulta. Y es que no basta con la mera acumulación y sistematización por fechas, que es la decisión que los editores tomaron. Acá pueden identificarse, sin mucho esfuerzo, grandes temas que podrían haber posibilitado al lector un abordaje mucho más interesante de este rescate. Ahí están, por ejemplo, las preocupaciones de Mistral por la identidad latinoamericana, por esas particularidades que, pasada la resaca de la colonización, están ahí como los rescoldos que podrían ser el combustible de un programa político y social mayor. O sus lúcidas observaciones sobre la situación económica de la región, en donde la fuerte presencia de lo agrario invita a descartar la industrialización a destajo por un modo de producción que mantenga ciertos lazos vitales con la tierra y sus frutos: “Nosotros, el Chile angustiado de suelo, mitad roca volcánica, un tercio desierto, sin más tierra verdadera que el llano central, no puede seguir viviendo el latifundismo sino como preocupación inconcebible o como amparo deliberado de un régimen bárbaro”. Aquí Mistral nos recuerda un poco a Oyarzún, que en su Defensa de la tierra advirtiera, con cierto estupor apocalíptico, la necesidad de repensar lo agrario como pilar de la economía latinoamericana.

Recuerdo un aforismo de Lichtenberg que decía que cualquier escritor que tuviera una estatua probablemente no merecía ser recordado. Pasa un poco con Neruda, con De Rokha, con Parra y, por supuesto, con Mistral: la exaltación de su importancia como figuras públicas muchas veces termina por simplificar sus dimensiones más imponderables. Y es que revisar sus escritos, fiel trasunto de sus preocupaciones, puede dejar a más de alguien desconcertado. Revisemos, por ejemplo, la opinión que tenía sobre el feminismo: “hay un lote de ultra amazonas y de walkirias, elevadas al cubo, que piden con un arrojo que a mí me da más piedad que irritación servicio militar obligatorio, supresión de vestido femenino y hasta supresión de género en el lenguaje”. Mistral, como Violeta Parra o Wilms Montt, eran autoras, pero también pensadoras, que no cedían un ápice a la facilidad de la monserga repetida como loro o al panfleto reduccionista del que todavía seguimos gozando sin siquiera arrogarnos el derecho de cuestionar aunque sea una coma. Esa complejidad, que es al mismo tiempo un compromiso con su época, es lo que este texto nos ofrece. El rostro más agrio de una profesora rural cuya compasión cristiana era el único dique que frenaba sus ganas de azotar sin compasión a ese continente testarudo que le traía más amarguras que placeres.

A pesar de que se extrañó un mejor criterio para ordenar este corpus de textos tan diversos como interesantes, esta antología política logra uno de sus cometidos: entregarnos material suficiente para saber que Mistral, a contrapelo de su miserable conversión en una especie de marca registrada del patrimonio cultural nacional, puede, como los buenos escritores, pasearse por cualquier género sin perder en ningún momento la compostura. A esa Mistral desgarrada, a esa Mistral que encuentra en la infancia un resquicio de lo imperecedero, se suma esta Mistral comprometida, lúcida y ácidamente crítica: “No matamos, no, lo colonial, apenas lo herimos, y las heces de eso seguirán obrando bajo la forma de caciquismo y dictaduras primero, y de fascismo después”. Eso, a estas alturas de la historia, parece casi un trágico oráculo.

“Relatos del Capitán Yáber: cuando la realidad supera la ficción” por Felipe Valdivia en Revista Terminal

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Mientras revisaba Relatos del Capitán Yáber, cinco cuentos ideológicamente falsos, (La Pollera Ediciones, 2015), también estaba leyendo –casualmente– dos materiales más relacionados con política y dinero: Poderoso Caballero, del periodista Daniel Matamala; y el manuscrito de un escritor amigo, que está escribiendo una novela sobre política y poder. Que las tres lecturas se me hayan juntado, fue algo fortuito y no pensado como un complemento de material de estudio. Ya que estaba en eso, fui relacionando los tres textos, cuyo resultado me asombró; al terminar de leer los cinco relatos, mi conclusión fue que se cumple ese majadero dicho de que “la realidad supera a la ficción”.

Es quizás bajo esa consigna en que se estructuran estos cinco cuentos a cargo de escritores que presentaron propuestas diferentes en forma, aunque no en fondo en torno a la relación de la política y el dinero, cuyos escandalosos casos han afectado y han sido revelados en nuestro país durante los últimos tres años (¡¿los últimos?!).

Los autores (Simón Pablo Espinoza, Federico Zurita Hecht, Simón Ergas, Daniel Campusano y Lord Byron Watsabro) son completamente lúcidos sobre los hechos de las boletas truchas, la relación de lobistas poderosos con parlamentarios, correos electrónicos zalameros, afán de poder y tantos temas más que quedaron en evidencia desde que estallaron los casos Penta, SQM, Corpesca, entre otros.  Asimismo, no se dejan engañar por lo que la prensa nos ha informado (nos quiere informar) ni por los constantes dimes y diretes que van de un lado a otro desde la derecha a la izquierda, sin que nadie se haga cargo de una vez por todas. Es más de lo mismo.

Hay un gol que suma tres puntos cuando los autores desarrollan las historias y la personalidad de los personajes, provocando en el lector desde odio hasta empatía, como sucede en el cuento “Anotaciones de una lagartija resfriada” (Byron Watsabro), cuyo personaje central pasa desde un estado “vegetativo laboral” a una emoción adrenalínica al viajar a Canadá en búsqueda de algo que provoque un quiebre en su vida monótona: “Ya injertado en la placenta del Ministerio del Trabajo, pensé que se podía hacer algo por el país. Era cosa de resistir a la pereza, nadar contra la corriente y creer realmente en que un cambio era posible, que los mismos ciudadanos hipnotizados por el consumo y los celulares iban a salir de la Matrix”. ¿Suena conocido? Es el mismo cuento que los políticos nos han vendido, el mismo discurso que venimos oyendo desde no sé cuándo, pero que al final, no era nada más que un puñado de buenas palabras: “Es difícil asegurarlo, saber cuánto tiempo ha pasado desde que acepté que luchar contra la corrupción es una batalla perdida”, dice al final del cuento.

Desde mi punto de vista, Relatos del Capitán Yáber… era una antología inminente, necesaria y urgente para estos tiempos. En cada uno de los cuentos podemos encontrar atisbos de personajes reales que nos han indignado con los detalles que hemos ido conociendo, pero que también nos han causado risa, por lo ridículo que son. En ese sentido, esta antología no habría funcionado si la ironía no hubiera extendido sus perdigones en cada detalle narrativo. Y eso es una de las cosas más positivas del libro: lo único que queda es reírnos de nuestra propia desgracia social. Sucede muchísimo en “Eco” (Ergas), un relato estructurado en base a correos electrónicos sin respuestas a un alto ejecutivo de un grupo económico, cuyas elipsis bien trabajadas revelan, poco a poco, la desesperación, la indignidad humana, la rabia y la venganza, entre otros estados por el que pasa un político que podría ser perfectamente Hasbún, von Baer, Moreira o muchos más.

Porque la gracia de estos cuentos es que dicen sin nombrar ni apuntar; en sentido común, que los hechos hablan por sí solos en el ejercicio de identificación de políticos nacionales. Hay un muy buen diseño del perfil transversal del parlamentario nacional en “Las espinas del pescado” (Campusano) y también un diálogo decidor que, a buen entendedor, pocas palabras: “Me confirmó que aportaría veinte millones de pesos a mi campaña: –Necesito a cuatro personas de tu confianza que me hagan boletas por cinco millones cada una –dijo. Tosió unos segundos, encargó con los dedos una segunda botella, llenó de mantequilla su pan, y agregó: –Ah, y su confianza también pues… Honorable”.

Ocurre lo mismo –aunque de forma más evidente– en “Historia del fin de los ladridos” (Zurita). Acá se nota el estilo narrativo al que nos tiene acostumbrados este autor desde que publicó El asalto al universo y su última entrega Lo insondable (La Pollera Ediciones, 2015), con la presentación de personajes en forma de caricatura, pero que si se sigue la contingencia nacional, será fácil de entender y leerlo como un buen resumen de cómo funciona la política: “Para mí esto es bueno, agregó, porque la gente ladra y luego viene un cambio que no me afecta, ladra otro poco cuando se da cuenta que el cambio no le gusta y luego viene un nuevo cambio, que en realidad es un regreso a lo anterior. Así, concluyó, entre los ladridos y su contención, todos creen que hay un cambio, pero todo sigue igual”.

La pregunta que seguramente todos nos hemos hecho durante estos meses es si la totalidad de estos personajes (los reales) sienten algún tipo de arrepentimiento. El último cuento “La hoguera” (Espinosa), se hace cargo –en parte– de esto, al mostrarnos a un protagonista que se cuestiona recurrentemente por sus actos y que deriva en estados de desesperación a causa del encierro en la cárcel. Es la decadencia de estos poderosos, la confirmación de que nadie “está por sobre la ley”, aunque claro, eso suena a un muy buen final de alguno de estos cuentos… supongo que todos esperamos que así sea en la vida real.

En todo caso Relatos del Capitán… nos permite pasar un muy buen momento con la fantasía de que estos magnates pueden ser tan vulnerables como nosotros, la ciudadanía que alguna vez creyó en ellos. Todo esto ha sido posible, como dice el epígrafe del libro, gracias a Hugo Bravo “por abrir la caja de pandora”.

“Recados para el futuro de Gabriela Mistral” por Felipe Reyes en Radio Uchile

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En 1922, el ministro de educación de México, José Vasconcelos, invita a la joven Gabriela Mistral a formar parte de la reforma educacional que se estaba llevando a cabo en su país. La invitación mexicana consistía, entre otras tareas, en la fundación y organización de bibliotecas populares. Tiempo después, la poeta declaraba: “Las bibliotecas que yo más quiero son las provinciales, porque fui niña de aldeas y en ellas me viví juntas a la hambruna y a la avidez de los libros”. De esta forma, Gabriela Mistral, para quien su única patria era la escritura, se instala en el “cuerno mágico”, como llamó al país azteca, e iniciaba su vida fuera de Chile, al que solo regresó por breves periodos.

Y ese hecho en la vida de Gabriela Mistral es quizá el punto de partida de una escritura más global -sobre América y Europa- y de una mirada “desde afuera” a su ingrato país de origen. Por la humanidad futura, antología política de Gabriela Mistral reúne 34 artículos de la poeta de Vicuña, escritos desde comienzos de la década del veinte hasta su muerte, en 1957, ordenados cronológicamente, lo que nos permite ver cómo fue evolucionando su pensamiento a lo largo de los años. Un interesante rescate editorial publicado por el sello La Pollera, que ha sido posible gracias al legado inédito de Mistral que llegó a Chile el año 2007 y que se encuentra disponible íntegramente en la página web de la DIBAM.

La selección ha sido realizada por el licenciado en Letras de la Universidad Católica, Diego del Pozo, quien en 2013 ya había realizado otro rescate mistraliano en la versión ampliada del Poema de Chile, texto en el que Mistral trabajó durante veinte años y que fue publicado por Doris Dana después de la muerte de la autora de Desolación.

En los escritos recogidos en esta antología, Gabriela Mistral se detiene en temas como la educación, el feminismo, la igualdad y la democracia, y en los que no deje de sorprender la vigencia de los textos y su mirada a los temas que aborda, pues no solamente son un viaje al pasado, sino que también nos permiten constatar que muchas cosas planteadas por la premio Nobel de Literatura (1945), hoy, 80 años después, aún no han sido resueltas. Esta compilación, además, nos permite situar a la autora de Tala (1938) en un justo sitial negado por años, y que viene a ser una respuesta a las palabras del poeta Enrique Lihn quien dijera a comienzos de la década de los 80 que “el razonable lugar en que debiera colocársela está por descubrirse junto con ella misma”.

En Cómo se ha hecho una escuela-granja en México, texto que abre el volumen, Mistral nos relata su conmovedora experiencia en la escuela agrícola mexicana, “la escuela que soñó León Tolstoi  y que ha hecho Tagore en la India: la racional escuela primaria agrícola, que debiera formar el ochenta por ciento de los colegios en nuestros países”, anota Gabriela, lo que era un sueño para ella, y no pudo realizar en Chile.

En México, ella tuvo la libertad que le entregó el gobierno revolucionario mexicano para aplicar ideas que en Chile habían sido rechazadas por considerarlas subversivas o inviables. Para ella, la educación era “el alma del pueblo”.

Muchos de los textos contenidos en esta antología dejan constancia de la enorme influencia que significó su estadía mexicana, en la que estableció su vínculo definitivo con la labor educacional sino también con un espíritu latinoamericano indígena y mestizo. Así, la defensa de la raza indígena originaria pasaría a ser una causa significativa en su obra. En su texto Música araucana, realiza un profundo análisis no solo de lo sucedido con el pueblo Mapuche (“la formidable raza gris, la mancha de águilas cenicientas que vive Bío- Bío abajo, si vivir es eso y no acabarse”), sino con la realidad de todos los pueblos indígenas del continente. Mistral anota: “Extraño pueblo el araucano entre los pueblos indios, y el menos averiguado de todos, el más aplastado por el silencio, que es peor que un pogromo para aplastar una raza en la liza del mundo”.

Además, Mistral repasa la revolución mexicana, la guerra civil española, la segunda Guerra Mundial, el fascismo y las consecuencias de la crisis humana derivada estos conflictos. Un seguimiento histórico a la primera mitad del siglo XX en alguno de sus hitos más significativos sobre los que Mistral se detiene, reflexiona y critica.

El nombre de la antología, Por la humanidad futura, es un artículo escrito por Mistral para un libro de escolar mexicano de la década del 30, y está dirigido a uno de los pilares fundamentales del progreso de una nación a través de la educación: los profesores (los maestros). Para ella, el siglo XX llegaba “preñado de aspiraciones y esperanzas”, pues “en el corazón de la humanidad, los grandes verdugos están a punto de ser suplantados por los grandes maestros. La escuela está llamada a sustituir el campamento [militar]. Únicos combatientes civilizados serán los del libro y la inteligencia (…), el soldado ha constituido la fuerza y la superioridad de los pueblos en la barbarie; el maestro constituirá su fuerza y su superioridad en la civilización (…). Recordad que, en gran parte, está en vosotros hacer del pueblo una turba de esclavos o una asociación de hombres libres”.

PorLaHumanidad

De esta forma, Por la humanidad futura, antología política de Gabriela Mistral es un importarte rescate que nos permite sumergirnos en su pensamiento, una pionera en el paradigma de la mujer intelectual interesada en los temas de su época y en participar en la masculina discusión sobre ellos, además de una potente y definitiva invitación a identificarnos con su mensaje, para nosotros y para los que vendrán: la humanidad futura.

Por la humanidad futura, antología política de Gabriela Mistral
Diego del Pozo, compilador.
Editorial La Pollera, 319 páginas.