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“Relatos del Capitán Yáber: cuando la realidad supera la ficción” por Felipe Valdivia en Revista Terminal

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Mientras revisaba Relatos del Capitán Yáber, cinco cuentos ideológicamente falsos, (La Pollera Ediciones, 2015), también estaba leyendo –casualmente– dos materiales más relacionados con política y dinero: Poderoso Caballero, del periodista Daniel Matamala; y el manuscrito de un escritor amigo, que está escribiendo una novela sobre política y poder. Que las tres lecturas se me hayan juntado, fue algo fortuito y no pensado como un complemento de material de estudio. Ya que estaba en eso, fui relacionando los tres textos, cuyo resultado me asombró; al terminar de leer los cinco relatos, mi conclusión fue que se cumple ese majadero dicho de que “la realidad supera a la ficción”.

Es quizás bajo esa consigna en que se estructuran estos cinco cuentos a cargo de escritores que presentaron propuestas diferentes en forma, aunque no en fondo en torno a la relación de la política y el dinero, cuyos escandalosos casos han afectado y han sido revelados en nuestro país durante los últimos tres años (¡¿los últimos?!).

Los autores (Simón Pablo Espinoza, Federico Zurita Hecht, Simón Ergas, Daniel Campusano y Lord Byron Watsabro) son completamente lúcidos sobre los hechos de las boletas truchas, la relación de lobistas poderosos con parlamentarios, correos electrónicos zalameros, afán de poder y tantos temas más que quedaron en evidencia desde que estallaron los casos Penta, SQM, Corpesca, entre otros.  Asimismo, no se dejan engañar por lo que la prensa nos ha informado (nos quiere informar) ni por los constantes dimes y diretes que van de un lado a otro desde la derecha a la izquierda, sin que nadie se haga cargo de una vez por todas. Es más de lo mismo.

Hay un gol que suma tres puntos cuando los autores desarrollan las historias y la personalidad de los personajes, provocando en el lector desde odio hasta empatía, como sucede en el cuento “Anotaciones de una lagartija resfriada” (Byron Watsabro), cuyo personaje central pasa desde un estado “vegetativo laboral” a una emoción adrenalínica al viajar a Canadá en búsqueda de algo que provoque un quiebre en su vida monótona: “Ya injertado en la placenta del Ministerio del Trabajo, pensé que se podía hacer algo por el país. Era cosa de resistir a la pereza, nadar contra la corriente y creer realmente en que un cambio era posible, que los mismos ciudadanos hipnotizados por el consumo y los celulares iban a salir de la Matrix”. ¿Suena conocido? Es el mismo cuento que los políticos nos han vendido, el mismo discurso que venimos oyendo desde no sé cuándo, pero que al final, no era nada más que un puñado de buenas palabras: “Es difícil asegurarlo, saber cuánto tiempo ha pasado desde que acepté que luchar contra la corrupción es una batalla perdida”, dice al final del cuento.

Desde mi punto de vista, Relatos del Capitán Yáber… era una antología inminente, necesaria y urgente para estos tiempos. En cada uno de los cuentos podemos encontrar atisbos de personajes reales que nos han indignado con los detalles que hemos ido conociendo, pero que también nos han causado risa, por lo ridículo que son. En ese sentido, esta antología no habría funcionado si la ironía no hubiera extendido sus perdigones en cada detalle narrativo. Y eso es una de las cosas más positivas del libro: lo único que queda es reírnos de nuestra propia desgracia social. Sucede muchísimo en “Eco” (Ergas), un relato estructurado en base a correos electrónicos sin respuestas a un alto ejecutivo de un grupo económico, cuyas elipsis bien trabajadas revelan, poco a poco, la desesperación, la indignidad humana, la rabia y la venganza, entre otros estados por el que pasa un político que podría ser perfectamente Hasbún, von Baer, Moreira o muchos más.

Porque la gracia de estos cuentos es que dicen sin nombrar ni apuntar; en sentido común, que los hechos hablan por sí solos en el ejercicio de identificación de políticos nacionales. Hay un muy buen diseño del perfil transversal del parlamentario nacional en “Las espinas del pescado” (Campusano) y también un diálogo decidor que, a buen entendedor, pocas palabras: “Me confirmó que aportaría veinte millones de pesos a mi campaña: –Necesito a cuatro personas de tu confianza que me hagan boletas por cinco millones cada una –dijo. Tosió unos segundos, encargó con los dedos una segunda botella, llenó de mantequilla su pan, y agregó: –Ah, y su confianza también pues… Honorable”.

Ocurre lo mismo –aunque de forma más evidente– en “Historia del fin de los ladridos” (Zurita). Acá se nota el estilo narrativo al que nos tiene acostumbrados este autor desde que publicó El asalto al universo y su última entrega Lo insondable (La Pollera Ediciones, 2015), con la presentación de personajes en forma de caricatura, pero que si se sigue la contingencia nacional, será fácil de entender y leerlo como un buen resumen de cómo funciona la política: “Para mí esto es bueno, agregó, porque la gente ladra y luego viene un cambio que no me afecta, ladra otro poco cuando se da cuenta que el cambio no le gusta y luego viene un nuevo cambio, que en realidad es un regreso a lo anterior. Así, concluyó, entre los ladridos y su contención, todos creen que hay un cambio, pero todo sigue igual”.

La pregunta que seguramente todos nos hemos hecho durante estos meses es si la totalidad de estos personajes (los reales) sienten algún tipo de arrepentimiento. El último cuento “La hoguera” (Espinosa), se hace cargo –en parte– de esto, al mostrarnos a un protagonista que se cuestiona recurrentemente por sus actos y que deriva en estados de desesperación a causa del encierro en la cárcel. Es la decadencia de estos poderosos, la confirmación de que nadie “está por sobre la ley”, aunque claro, eso suena a un muy buen final de alguno de estos cuentos… supongo que todos esperamos que así sea en la vida real.

En todo caso Relatos del Capitán… nos permite pasar un muy buen momento con la fantasía de que estos magnates pueden ser tan vulnerables como nosotros, la ciudadanía que alguna vez creyó en ellos. Todo esto ha sido posible, como dice el epígrafe del libro, gracias a Hugo Bravo “por abrir la caja de pandora”.

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