Skip to content

“Por la Humanidad Futura” por Jonathan Opazo en Lo que leímos

Fuente: Lo que leímos

En una de esas elucubraciones imposibles, he llegado a pensar en lo interesante que hubiese sido un diálogo entre Simone Weil y Gabriela Mistral. Ambas, me parece, comparten un cristianismo desgarrado, profundo, más cercano al éxtasis que a la penitencia dominical. Mientras una, conocedora de las miserias del proletariado francés, escribía que “los trabajadores tienen más necesidad de poesía que de pan”, la otra encontraba en  “la alameda de otoño lacerada” los signos de una tragedia de orden teológico: “y pienso que tal vez que Aquel tremendo y fuerte/ Señor, al que cantara de locura embriagada,/ no existe, y que mi Padre que las mañanas vierte/ tiene la mano laxa, la mejilla cansada (…)/ Padre, nada te pido, pues te miro a la frente/ y eres inmenso, ¡inmenso!, pero te hallas herido”.  Ambas, a su heterodoxa manera, con fervor religioso, defendieron a la clase obrera no tanto desde el púlpito de la militancia como desde un altar en donde cada hombre, en su particular constitución, no era más que un siervo abandonado en el lagar del mundo. Por la humanidad futura, recopilación de ensayos a cargo de La Pollera Ediciones viene, a confirmar esa dimensión imponderable de una poeta e intelectual que, como nunca, sigue ahí, terca frente a las canonizaciones baratas que las políticas culturales de un país ávido de imágenes exportables desentierra con cierta frecuencia.

“Realizar un rescate editorial como el que aquí se presenta”, anota Diego del Pozo en el prólogo de la edición, “es hurgar en la memoria e intentar hacer una relectura que nos traiga hasta hoy a través de un camino nuevo. Cualquier mirada al pasado con el fin de apropiarse de él, si se tiene un poco de suerte, nos devolverá a nuestro presente con algo que no se conocía”. Esta recopilación de ensayos, ponencias y artículos de diverso cuño que Mistral repartiera sin otra convicción que la de engrosar y tensionar las discusiones de su tiempo, viene, en un doble movimiento, a mostrar esa faceta política que la creadora de las rondas infantiles que cualquier niño de este país aprende con justificada inocencia expresaba con un fervor y convicción inquebrantables; junto con la constatación, a ratos desalentadora, de que un texto de los cuarenta sigue teniendo aún una vigencia pasmosa, como si nuestros muertos volvieran a decirnos “hate to say I told you so”. Los temas, por lo tanto, son variados. Esta recopilación, creo, no está hecha para leerla como un texto de factura rápida y desechable. Por la humanidad futura –y eso puede ser un punto tanto a favor como en contra– funciona como un pequeño manual de consulta. Y es que no basta con la mera acumulación y sistematización por fechas, que es la decisión que los editores tomaron. Acá pueden identificarse, sin mucho esfuerzo, grandes temas que podrían haber posibilitado al lector un abordaje mucho más interesante de este rescate. Ahí están, por ejemplo, las preocupaciones de Mistral por la identidad latinoamericana, por esas particularidades que, pasada la resaca de la colonización, están ahí como los rescoldos que podrían ser el combustible de un programa político y social mayor. O sus lúcidas observaciones sobre la situación económica de la región, en donde la fuerte presencia de lo agrario invita a descartar la industrialización a destajo por un modo de producción que mantenga ciertos lazos vitales con la tierra y sus frutos: “Nosotros, el Chile angustiado de suelo, mitad roca volcánica, un tercio desierto, sin más tierra verdadera que el llano central, no puede seguir viviendo el latifundismo sino como preocupación inconcebible o como amparo deliberado de un régimen bárbaro”. Aquí Mistral nos recuerda un poco a Oyarzún, que en su Defensa de la tierra advirtiera, con cierto estupor apocalíptico, la necesidad de repensar lo agrario como pilar de la economía latinoamericana.

Recuerdo un aforismo de Lichtenberg que decía que cualquier escritor que tuviera una estatua probablemente no merecía ser recordado. Pasa un poco con Neruda, con De Rokha, con Parra y, por supuesto, con Mistral: la exaltación de su importancia como figuras públicas muchas veces termina por simplificar sus dimensiones más imponderables. Y es que revisar sus escritos, fiel trasunto de sus preocupaciones, puede dejar a más de alguien desconcertado. Revisemos, por ejemplo, la opinión que tenía sobre el feminismo: “hay un lote de ultra amazonas y de walkirias, elevadas al cubo, que piden con un arrojo que a mí me da más piedad que irritación servicio militar obligatorio, supresión de vestido femenino y hasta supresión de género en el lenguaje”. Mistral, como Violeta Parra o Wilms Montt, eran autoras, pero también pensadoras, que no cedían un ápice a la facilidad de la monserga repetida como loro o al panfleto reduccionista del que todavía seguimos gozando sin siquiera arrogarnos el derecho de cuestionar aunque sea una coma. Esa complejidad, que es al mismo tiempo un compromiso con su época, es lo que este texto nos ofrece. El rostro más agrio de una profesora rural cuya compasión cristiana era el único dique que frenaba sus ganas de azotar sin compasión a ese continente testarudo que le traía más amarguras que placeres.

A pesar de que se extrañó un mejor criterio para ordenar este corpus de textos tan diversos como interesantes, esta antología política logra uno de sus cometidos: entregarnos material suficiente para saber que Mistral, a contrapelo de su miserable conversión en una especie de marca registrada del patrimonio cultural nacional, puede, como los buenos escritores, pasearse por cualquier género sin perder en ningún momento la compostura. A esa Mistral desgarrada, a esa Mistral que encuentra en la infancia un resquicio de lo imperecedero, se suma esta Mistral comprometida, lúcida y ácidamente crítica: “No matamos, no, lo colonial, apenas lo herimos, y las heces de eso seguirán obrando bajo la forma de caciquismo y dictaduras primero, y de fascismo después”. Eso, a estas alturas de la historia, parece casi un trágico oráculo.

× ¿Alguna otra cosita?