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” Mark Twain vuelve a matarse de la risa hablando de religión” por Leonardo Sanhueza en Las Últimas Noticias

Fuente: LUN

En los últimos años de su vida, Mark Twain terminó de escribir una serie de textos breves sobre las creencias cristianas, relatándolas con tal humor que, sin quitarles ni agregarles nada a las historias bíblicas y a los dogmas religiosos, logra mostrarlas como una de las más absurdas e incomprensibles invenciones del ser humano. Como se puede imaginar, esas páginas no sólo eran muy cómicas, sino también extremadamente provocadoras y potencialmente escandalosas, tanto así que después de la muerte del autor estadounidense, ocurrida en 1910, su familia las mantuvo en secreto durante más de medio siglo, y sólo en 1962 una de sus hijas, Clara Clemens, a los 88 años, accedió finalmente a publicarlas.

Se trataba de Cartas desde la Tierra , volumen que ahora llega a las librerías chilenas, reeditado por La Pollera Ediciones. En ese libro pequeño pero explosivo, Twain deja en ridículo las religiones, particularmente el cristianismo, poniendo de manifiesto la fragilidad de sus fundamentos morales e historias asociadas, los que, con sólo un cambio de punto de vista, quedan convertidos en un montón de disparates e incongruencias.

El génesis. El libro comienza cuando el Creador dispara un chorro de fuego: millones de astros que se dispersan por la oscuridad. Los arcángeles Miguel, Gabriel y Satán miran asombrados. Al cabo de un tiempo, los arcángeles corren adonde el Creador, avisados de que está creando animales. “¿Para qué son?”, pregunta Satán. “Son un experimento de Moral y Conducta”, responde el Creador. Después de verlo crear al ser humano, Satán se puso a bromear con unos amigos acerca de las “luminosas empresas” del jefe, lo que le costó caro: fue exiliado a la Tierra a “ver cómo iba yendo el experimento de la Raza Humana”.

Un planeta de locos. Satán no puede creer las cosas que ve en la Tierra. A través de once cartas a sus colegas Miguel y Gabriel, se transforma en el narrador del libro, perplejo en ese lugar desquiciado: “Los hombres están todos locos, los otros animales están todos locos, la Tierra está loca, la Naturaleza en sí misma está loca”. Se mata de la risa cuando se entera de que el hombre no sólo “piensa que es la mascota del Creador” y que éste “está orgulloso de él; incluso cree que lo ama”, sino que además “¡piensa que se va a ir al cielo!”.

Paraíso infernal. Una de las cartas más puntudas del arcángel reportero se refiere al Paraíso que imaginan los creyentes: un cielo “extraño, interesante, increíble, grotesco”. El ser humano, piensa, es una criatura tan rara que ha dejado completamente fuera de ese cielo “el más supremo de todos los placeres, el único éxtasis que está primerísimo en el corazón de cada individuo de su raza –y de la nuestra–: ¡el sexo!”. Además, observa que, aunque todos detestan la monotonía y los ruidos molestos y muy pocos saben cantar y muchos menos tocar un instrumento musical, “¡en el cielo del hombre todos cantan!”, y no sólo eso: cada persona toca un arpa, es decir, “¡millones y millones de voces gritando al unísono y millones y millones de arpas concentradas al mismo tiempo!”. Ante eso, el arcángel no puede sino preguntar: “¿es espantoso?, ¿es insoportable?, ¿es horrible?”.

 

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