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Sobre la prosa de Rosamel del Valle en Artes y letras

Por Pedro Pablo Guerrero

“Te confieso, querido maestro, mi horror por las novelas. Admiro mucho más el relato breve, apretado y con lo maravilloso del poema”, escribe el narrador de Elina, aroma terrestre , novela en la que Rosamel del Valle trabajó desde 1929 a 1940 y que dejó inédita al morir, el 22 de septiembre de 1965. Fue publicada recién el año 1982, en Canadá, por Ediciones Panorama, al cuidado de Ludwig Zeller y Susana Wald, albaceas del escritor. Gracias a la iniciativa de La Pollera, Elina… se edita por primera vez en Chile, al igual que la novela Eva y la fuga (1970).

El “maestro” al que se dirige el protagonista de Elina… es nada menos que el escritor alemán E.T.A. Hoffmann. La tradición romántica europea fue para Rosamel del Valle tan fundamental como el surrealismo francés y el creacionismo de Huidobro, pero también lo fueron Las moradas , de Santa Teresa, y Las flores del mal , de Charles Baudelaire. “Elina sería un personaje femenino que participaría de características de heroínas como Aurelia (de Gérard de Nerval), Nadja, Eurídice y Ofelia. Ella sería la ‘mediadora’ entre los arquetipos de la mujer fatal o demoníaca y la mujer angélica o vidente”, según explica en el prólogo de la novela Macarena Urzúa, investigadora del Cidoc (Centro de Investigación y Documentación de la Facultad de Comunicaciones y Humanidades de la Universidad Finis Terrae).

Urzúa fue convocada por Simón Ergas, editor de La Pollera, cuando este decidió rescatar el volumen de relatos Las llaves invisibles (1946) del mismo autor. La académica le propuso entonces reeditar, además, Elina… y otro libro que tampoco se había publicado en Chile: Eva y la fuga , aparecido en Caracas el año 1970. “Su narrativa es muy poética. Podríamos decir que como ‘historias’ sus textos no se tratan de nada”, admite Ergas. “Pero ahí es donde te arrastra una prosa hipnótica y te lleva junto con el narrador en la búsqueda de esas mujeres, de esos ideales y esas reflexiones que lo pierden”.

El rescate de la prosa poética de Rosamel se completa con la edición de las plaquettes “Mary Allan va a Baltimore” y “Cuando el Diablo estuvo en el Valle Húmedo”, cuentos aparecidos respectivamente en las revistas Atenea, de Concepción (1949), y Mapocho (1968).

En el prólogo que escribió para Elina… el poeta Humberto Díaz-Casanueva -gran amigo de Rosamel del Valle y quien le consiguió, en Nueva York, un trabajo como corrector de pruebas en la ONU- se resume la naturaleza del libro. “Es ciertamente una prosa, pero de médula, expresión y resonancia poemáticas”, dice Díaz-Casanueva, y lo describe como un poema relatado que se articula en monólogos, diarios, trozos de invención dramática o confesión onírica, cuentos, poemas, exámenes de conciencia y declaraciones de fe. Macarena Urzúa, por su parte, invita a leerlo como una alegoría de la vida poética de Rosamel del Valle que da cuenta de su “cocina de la escritura”, constituyéndose en biografía, cuaderno de citas, ensayos, traducciones y bosquejos.

La forma en que la investigadora conoció la obra del escritor chileno demuestra que su repercusión ha sido mayor en el extranjero que en su país natal. Ella cursaba su doctorado en literatura en la Universidad Rutgers, de Nueva Jersey, cuando un profesor portorriqueño le prestó Eva y la fuga . “Rosamel escribió la novela en 1930, dos años después de Nadja , de Breton. Él era de Curacaví. Había llegado a Santiago hacia 1918 y yo me imagino que vio esta ciudad como un espacio cosmopolita”, dice Urzúa. En el libro, Eva es una mujer que aparece y desaparece por las calles de una ciudad a partir de la cual Rosamel del Valle construye una cartografía surrealista de Santiago: “(…) la desamparada presencia de la Torre de los Diez, en la calle Santa Rosa; la estatua de San Martín y su número de circo; la Estación Mapocho con sus tres párpados cerrados; y el río que a esa hora no es sino el negro Sena de Rocambole”. En su ribera norte se levanta el Luna Park, un parque de diversiones que existía en la calle Artesanos.

“Me fascinan las dos novelas de Rosamel, pero Eva y la fuga es más redonda, más acabada”, dice Macarena Urzúa. “Entiendo mejor dónde empieza y dónde termina, como si hubiese sido escrita de una sola vez. Elina, aroma terrestre es más irregular; fue escrita durante diez años. De este libro me encanta la parte del diario, al final”.

Si las dos novelas del autor transcurren en el espacio urbano, el único libro de cuentos que publicó en vida remite a paisajes rurales, boscosos y nocturnos, viejas casas patronales y linajes que se extinguen sin descendencia. Los dos primeros relatos de Las llaves invisibles -libro publicado en una colección dirigida por Alone- son casi tan ominosos como “La caída de la casa Usher”, de Edgar Allan Poe, escritor admirado por Rosamel del Valle, y sobre el cual envió cuatro crónicas desde Estados Unidos.

“Ana Lénquin o La llave de la Noche” narra el regreso de un amante recibido con frialdad por la novia que abandonó hace años, y con furia por su hermano. “Los extraños visitantes o La llave de Nunca Jamás” relata una despedida que se adentra en el terreno de lo sobrenatural. En ambos textos la mujer ocupa, desde luego, el centro del relato, ejerciendo una atracción magnética y sombría tanto en los demás personajes como en el lector.

Al igual que Faulkner, Rulfo o García Márquez, Rosamel del Valle crea en Las llaves invisibles una región imaginaria, Valle Húmedo, que aparece en otros de sus textos, y en la que no cuesta adivinar rasgos de su tierra natal. Resulta significativo que Moisés Filadelfio Gutiérrez Gutiérrez -verdadero nombre del autor- bautice esa comarca usando la misma palabra que eligió como seudónimo, el que, a su vez, es un recuerdo de su primer amor: una costurera llamada Rosa Amelia del Valle.

“Valle Húmedo es su Comala”, dice Macarena Urzúa. “Debe ser Curacaví y su recuerdo afectivo de la relación con el padre, que vuelven a aparecer en Elina… La muerte del padre fue determinante en su vida. A raíz de ella, Rosamel se tuvo que venir, a los 17 años , a Santiago, donde se empleó como linotipista”.

Precisamente en “Ana Lénquin” se relata la muerte de un agricultor. “Y entonces viene la nostalgia. O sea, la vejez. La nostalgia de la juventud es el porvenir. Pero la de la vejez es la penumbra donde todo se transforma sin ruido”, reflexiona el personaje.

Los tres libros rescatados por La Pollera salen al mismo tiempo que el poemario La visión comunicable (1956), que recupera Ediciones UDP, con prólogo de Thomas Harris. Rosamel confirma en todos ellos que es una de las figuras más injustamente postergadas de la literatura chilena. Para terminar de demostrarlo, Macarena Urzúa se propone reeditar el poema en prosa País blanco y negro (1929) y todas sus crónicas.

“Las colaboraciones que Rosamel envía a La Nación desde Nueva York son fascinantes”, dice la investigadora. “Su obra va más allá del surrealismo. En ella hay una impronta norteamericana muy interesante que no ha sido explorada lo suficiente”.

Fuente: El Mercurio

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