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“La novela perdida de Carlos Droguett” por Roberto Careaga en Artes y Letras

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Fuente: El Mercurio

Desde su nombre, el pueblo parecía destinado a moverse. El Barco fue fundado en 1550 en el valle de Tucumán, hoy Argentina, por Juan Núñez de Prado, uno de los tantos españoles que llegaron a América buscando otra vida. Una mejor, alhajada con oro. Era obstinado como pocos. Autorizado por el Virreinato del Perú, levantó su pueblo como Gobernador Colonial, pero a poco andar entró en conflicto con soldados de Pedro Valdivia, que lo obligaron a reconocer que estaba en suelo chileno y, por ende, a rebajar su cargo a simple teniente. No quiso. Prefirió irse y llevarse el pueblo: “Esta noche contaré las carretas, contaré los indios, en un día largo debiéramos estar cambiados, llevarnos la ciudad hasta las raíces. Me llevaré la ciudad, pero no sus tormentos”, se dice a sí mismo Núñez de Prado, o al menos así lo imaginó Carlos Droguett, que le dedicó una novela al personaje y su pueblo andante: El Barco fue trasladado completo tres veces.

La novela se llama El hombre que trasladaba las ciudades y tuvo una suerte dispar: fue publicada a fines de 1973 en España por la editorial Noguer, pero dadas las circunstancias políticas chilenas nunca llegó al país. Su circulación fue restringida y su lectura también. Tras el golpe de Estado, Droguett, un hombre rotundamente de izquierda, se integró como abogado al Comité Pro Paz y suspendió la actividad literaria. En 1976 saldría al exilio y se instalaría hasta su muerte en Berna, Suiza, y aunque allá se dedicaría a tiempo completo a escribir, casi no publicó nada. En ese tránsito, El hombre que trasladaba las ciudades quedó como un fantasma en la bibliografía de Droguett, hasta que ahora es reeditada por La Pollera Ediciones.

Tajante y controvertido, Droguett era radical: su iracundo temperamento tenía un correlato en su escritura, un caudal torrentoso e implacable que consiguió momentos estelares en novelas como Eloy (1960) y Patas de perro (1965). En aquellas late su compromiso social y su visión del sufrimiento del hombre contemporáneo y son, de hecho, las obras que le dieron un lugar intransferible en la narrativa chilena. Pero también le interesaba el pasado: durante la investigación para sus tesis de Leyes (“Ideas sociales en Chile durante la Colonia”) quedó impactado con la multiplicidad de atropellos de la “Conquista infernal” y encontró material para una suerte de trilogía histórica sobre el periodo, formada por las novelas 100 gotas de sangre y 200 de sudor (1961), Supay, el cristiano (1967), ambas en torno a la figura de Pedro de la Gasca, y luego El hombre que trasladaba las ciudades .

Según el hijo del escritor, Marcelo Droguett, aquella novela era unas de las importantes para su padre. No tuvo oportunidad de reeditarla. “No tengo recuerdo de que haya rechazado publicarlo en Chile”. Publicada, se traspapeló hasta volverse lectura de académicos y especialistas. Justamente fue Fernando Moreno, director del Fondo Carlos Droguett del Centre de Recherches Latino-américaines de la Universidad de Poitiers, quien le recomendó a los editores de La Pollera rescatar El hombre que trasladaba las ciudades . “Nos planteó que esta novela es una nota mayor en su obra y no algo que quedó en el camino, y ciertamente es el caso”, dice el editor Nicolás Leighton. “Lo primero fue conseguir el libro; yo di con él en una librería de usados en España. Luego hicimos la transcripción y revisión, lo que nos llevó un año, porque la prosa de Droguett es tan intrincada que a veces no es fácil darte cuenta de qué puede ser un error. Revisamos línea por línea”, agrega.

Un año de trabajo no es exagerado. El hombre que trasladaba las ciudades es un texto de más de 400 páginas en el que Droguett da rienda suelta a su estilo sin concesiones: en una prosa punteada casi solo por comas, avanza sin pausa cambiando de voces y personajes, dotando a su escritura de la capacidad de reflejar el tumultuoso periodo de la Conquista. Hacia la página 40, Droguett le da la voz a Juan Núñez de Prado, para que trame el traslado de El Barco junto al cura que lo acompaña en su aventura. “Padre, padre, yo me quiero llevar la ciudad, sus calles, sus casas, sus balcones, la iglesia, los santos, los bancos, el altarcito de palo, la madona de palo, su crucecita, hasta el agua. La llevaremos hacia la sierra, más hacia la sierra si peligra, Juan, hay que escribirle al virrey para decirle que nos quieren despojar de la ciudad, hay que llevársela para mostrarla, atada entre dos yuntas de mulas, sobre las espaldas de un centenar de indios”, escribe Droguett.

Escrita entre 1967 y 1969, cuando Droguett la publicó dejó un pequeño texto que permite situarla. O entender cómo veía la aventura Núñez de Prado: “Esta es una historia loca, porque la España del siglo XVI también era un ser loco, desmesurado, profundamente práctico, soñador, vagabundo, extraordinariamente lírico, llena de tipos trashumantes como el lazarillo de Tormes y Francisco Pizarro, el cuidador de puercos”, escribió. “La conquista de América pertenece también, en cierto modo, a la novela picaresca, es tragicómica como ella, es, por lo menos, tan fantástica y tan real como El Quijote. Cervantes escribió El hospital de los podridos . Ese hospital también es España; cuando comienza la conquista, ella envía a sus podridos a convalecer a América; algunos sanan, otros se pudren más”, concluyó.

Historia salvaje

“El escritor que no escribe por la justicia, es un despojador de los débiles, un ladrón. Digo más, que es un despojador de los pobres y su crueldad es tanta como la crueldad de un mal rico”, decía Droguett ante una grabadora el 5 de julio de 1975. Respondía una entrevista que le hacía su guardaespaldas, Jaime Ignacio Ossa, un miembro del Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR), que también era escritor. El diálogo, que fue publicado en el libro Sobre la ausencia (Lanzallamas Libros, 2009), está en el borde de lo clandestino: dos meses después, Droguett saldrá al exilio, mientras que el 20 de octubre Ossa será detenido por agentes de la DINA en su casa y, señala el Informe Rettig, asesinado cinco días después en Villa Grimaldi.

La muerte de Ossa fue un duro golpe para Droguett, que le dedicará el relato “Sobre la ausencia” (1976). Instalado definitivamente en Berna, Suiza, allá prácticamente cortó relaciones con Chile. Según su hijo Marcelo, visitaba con frecuencia en París al ex senador Rafael Gumucio; también tuvo cartas esporádicas con José Donoso. “En un momento pensó volver a Chile, en los 80, pero con mi hermano le planteamos que sería difícil. Él mismo decidió no volver, porque no valía la pena si no podía hablar, no podía hacer nada”, cuenta Marcelo. Y agrega: “Mi padre era fundamentalmente chileno, pero el golpe le hizo ver las cosas de otra manera: ver a los oportunistas, los cobardes. Para mi padre el rol del artista es denunciar las injusticias”, añade.

“Yo diría que el escritor se transforma en bomba, porque para mi la palabra es explosión. Un libro en realidad es un arma peligrosa, tan peligrosa como un puñal o una metralleta”, le decía Droguett a Ossa en esa entrevista de 1975. Ganador del Premio Nacional de Literatura en 1970, Droguett era un entusiasta de la Unidad Popular que no soportaba a quienes la cuestionaban: fue uno de los furiosos fustigadores de Nicanor Parra tras el episodio de la taza de té con Pat Nixon. Su compromiso con la izquierda era internacional y así lo expresa la dedicatoria de El hombre que trasladaba las ciudades : “A Ernesto Che Guevara que está creciendo”.

Pero en la novela no hay rastros de un compromiso político de Droguett con el momento que vivía. El hombre que trasladaba las ciudades es una historia carnavalesca que enfatiza las luchas de poder encarnizadas de los conquistadores españoles y la sangre que derramaron. “¡Esto es la conquista! ¡La parte fatal, necesaria, la que tendremos que atravesar muchas veces para llegar al oro y a la gloria. Es la desgraciada verdad. El conquistador camina senda de muertos”, escribió Droguett en Supay, el cristiano , trazando también el tono de esta novela. Y siempre fue descarnado. Ante las críticas que tuvo 100 gotas de sangre y 200 de sudor , él respondió: “Se me critica el tono sombrío, irreprimible, la saciedad de mis temas taconeados de gritos, lamentos, sangre. Comprendo. Querían una novela de nervios apaciguados -o sin nervios-, querían una conquista exangüe de América, una suave, encantadora, versallesca, administrativa y reglamentaria conquista”.

Según Fernando Moreno, en El hombre que trasladaba las ciudades aparece el Droguett de siempre. La temática de la Conquista le sirve para insistir en sus temas y acentuar el estilo. “En esta novela Droguett vierte en un torbellino discursivo la historia de la sangre derramada y del sacrificio de sus personajes, con su escritura inconfundible, que cuestiona, interroga y que nos interpela incesantemente”, dice Moreno. “La mirada que se nos propone emerge desde distintas perspectivas narrativas, con insistencia en la visión íntima e internalizada del protagonista, de sus sueños, temores y esperanzas, el que fustigado por el abandono, la incomprensión, resulta otra versión del solitario y del sacrificado por antonomasia, Jesucristo, personaje clave en la narrativa del autor. Por todo esto, y mucho más, El hombre que trasladaba las ciudades es un texto vigente, válido e importante”, añade.

Pieza secreta de la obra de Droguett, El hombre que trasladaba las ciudades no es, sin embargo, el único texto del autor que no es conocido. Moreno confirma que en el Fondo Droguett de la Universidad de Poitiers hay un “relevante número de documentos donados por el propio autor, muchos textos inéditos, varios de ellos necesariamente publicables”. El hijo del escritor añade: “Mi padre escribió diariamente. Hay muchísimo material”. Y sigue: “Lo único que se ha publicado de esos textos inéditos es La señorita Lara (Lom, 2001). Alguna vez tuve conversaciones con editoriales para publicar algunos libros, pero no se mostraron interesados. Creo que voy a bloquear la publicación futura de los libros de mi padre, a excepción de una posible edición actualizada de El compadre , con editorial La Pollera”.

¿Qué siguió escribiendo Droguett en Suiza? ¿Novelas históricas? ¿Sobre Chile? Hace unos días, el poeta Leonardo Sanhueza dejó en Twitter un link a un video YouTube, donde Droguett le habla a la cámara. Tiene 83 años. La grabación es de 1995, un año antes de su muerte. Cuenta que está respondiendo una entrevista a Punto Final y ante la pregunta de si se siente desvinculado de su tierra después de tantos años fuera de Chile, lee: “No necesaria ni totalmente. Somos de tierra, vamos con ella, estamos con ella, somos ella donde quiera que estemos. No nos pongamos solemnes ni académicos. Me parece que lo que he publicado desde mis inicios, en la década del 30, expone mi permanente contacto con la tierra, con esta tierra extranjera en que estoy, con la tierra que empieza en mis pies. Todo lo que he escrito es real, entera y esencialmente real, real de mi tierra, hasta mis novelas que son narraciones de plena imaginación están, por lo demás, insertas, inspiradas, respiradas en la realidad chilena”.

“Esta es una historia loca, porque la España del siglo XVI también era un ser desmesurado”, dijo Droguett sobre la novela.

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